viernes, 7 de marzo de 2025

La súplica del Señor: arrepentíos o moriréis.

La súplica del Señor: arrepentíos o moriréis 

Una triste historia de desgracias y masacres. Dios ¿dónde estabas ese día? Cuando mi pequeña niña fue atropellada por un auto. ¿Dónde te escondiste? Cuando mi pequeño voló lejos de mi casa, de esta tierra, como una paloma del arca. ¿Hacia dónde miraste? ¿Por qué guardaste silencio? Dios estaba allí y estaba sufriendo y muriendo… Él estaba allí el día de la matanza de los galileos en el Templo. Pero no como arma, sino como el primero en sufrir la violencia, el primero de los traspasados, está junto a las infinitas cruces del mundo donde el Hijo de Dios sigue crucificado en infinitos hijos de Dios. Y no tiene otra respuesta al grito del mundo que el primer grito del Aleluya pascual. 

Si no os convertís, todos pereceréis. No es una amenaza, no es un arma apuntando al centro de la humanidad. Es un lamento, una súplica: convertirse, invertir el sentido de la marcha en la política amoral, en la economía que mata, en la ecología ridiculizada, en las finanzas amotinadas, en la confianza en las armas, en la construcción de muros… en la locura. 

Cambiad vuestra mentalidad, sed honestos incluso en las pequeñas cosas, libres, claros y generosos: porque este Titanic vuestro va a acabar chocando contra un gigantesco iceberg. 

Arrepentíos, o todos pereceréis. Es una de las oraciones de Dios más fuertes de la Biblia, donde no es el hombre el que se dirige a Dios sino que es Dios quien reza al hombre, quien nos implora: ¡volvámonos de nuevo humanos! 

Cambiad de dirección: está en nosotros salir de las liturgias del odio y de la violencia, llorar con las lágrimas de aquel niño en nuestras mejillas, gritar un grito que no salga de una boca llena de agua, como los ahogados en el Mediterráneo. Hacerlo como si todos fueran nuestros: nuestros hijos, o nuestros hermanos, o nuestras madres, o nuestros padres. No preguntes por quién doblan las campanas porque ellas siempre doblan un poco también por ti (John Donne). 

Luego el Evangelio nos aleja de los campos de la muerte, nos acompaña a los campos de la vida, a una visión de confianza poderosa. 

Llevo tres años viniendo aquí buscando, nunca he encontrado un solo fruto en esta higuera, estoy cansado, córtala. ¡No, Señor! El agricultor sabio, que es Jesús, dice: “No, maestro, no a la medida corta del interés, probemos de nuevo, otro año de trabajo y luego veremos”. 

Más tiempo: el tiempo es mensajero de Dios. Más sol, lluvia y cuidados, y quizás este árbol, que soy yo, dé frutos. El Dios Jardinero confía en mí: el árbol de la humanidad está sano, tiene buenas raíces, ten paciencia. 

La paciencia no es debilidad, sino el arte de vivir lo inacabado en nosotros mismos y en los demás. 

Dios no tiene un hacha en su mano, sino la humilde azada. Para ayudarte a ir más allá de la corteza, más allá de la rugosidad del barro del que estás hecho, a buscar más profundamente, en la célula secreta del corazón, y verás, encontrarás fruto. 

Dios ha encendido una lámpara, ha sembrado un puñado de luz. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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