miércoles, 26 de marzo de 2025

Nostalgia del Evangelio.

Nostalgia del Evangelio 

No sé si esto pasa alguna vez a otros. A veces, sobre todo en determinados momentos, me encuentro sintiendo una verdadera nostalgia por el Evangelio. 

Me encuentro sintiendo nostalgia por el Jesús del Evangelio, por ese Jesús que prestaba atención a lo “no dicho” y que más de una vez creó ocasiones y oportunidades para que esto surgiera en los labios o se expresara con un gesto. 

Me encuentro sintiendo nostalgia de un Jesús que, ante la desorientación que provoca el cambio visible de algunos modelos, no reacciona con el ostracismo como si todo pudiera resolverse levantando antiguas banderas o abandonándose a quejas estériles. 

Las pancartas y las quejas no sirven para cambiar el curso de la realidad. Más bien, es necesario medirnos con la realidad sin soñar con volver a como eran las cosas antes. Aceptar atravesar esta realidad sin hacer de todo un “problema”, como si los problemas no tuvieran rostro. 

Los temas se abordan con fórmulas asépticas; los rostros, en cambio, se acogen donando tiempo y atención. Las cuestiones relativas al rostro nunca son casos abstractos sino heridas que debemos aprender a hacernos cargo, como nos enseñó Jesús de Nazaret, incluso a costa de su vida. 

Delante de un sábado que observar, delante de una ley que respetar, está el hombre, está la mujer, están sus heridas que reconocer y sanar. Y el remedio ciertamente no es añadir peso al peso, y mucho menos arrojar por la borda a los que, náufragos de la vida, luchan por llegar a la orilla. 

Me encuentro anhelando un Jesús cuya palabra no condena sino salva. Cuántas veces –demasiadas veces– hemos escupido con aire de suficiencia arrogante y superficialidad juicios drásticos, sin darnos cuenta de que hemos acabado escupiendo, quizá sin querer, en las caras, en las historias. 

Me encuentro con nostalgia de un Jesús que entendía las historias, huyendo del carácter genérico de los estereotipos que empobrecen. ¡Cuántos estereotipos utilizamos para medir la realidad! 

Sin haber escuchado nunca las historias que hay detrás de ellos, sin sospechar nunca que tal vez, detrás de los estereotipos hay algo más que sólo podemos notar si estamos dispuesto a escuchar. 

Siento nostalgia de un Jesús que se preocupaba por el clima en el que las historias podían salir a la luz y ser contadas tímidamente: pienso en el encuentro con la samaritana, con Nicodemo, con Zaqueo,… 

Encuentros que ocurrieron lejos de miradas indiscretas y prejuiciosas, de humillaciones fáciles que voluntariamente ponen al otro en alerta o en fuga. 

Me encuentro añorando un Jesús que, al escuchar, mide los dramas y las laceraciones, casi temeroso de reabrir las heridas, que conoce el riesgo de revisitar, con compasión en sus entrañas, las tragedias. 

Escuchar a los demás es un sacramento que hay que redescubrir y celebrar. Sacramento olvidado. Sacramento nunca instituido porque ya había sido conferido a todos antes de Jesús y para todos los siglos. 

Me encuentro añorando un Jesús que no declama sino que pacientemente reteje la confianza allí donde parecía irremediablemente perdida, indicando señales que nunca son caminos obligatorios sino sólo indicadores para no sufrir confusión. 

Todos lo sabemos: no basta declamar, es necesario acompañar, cuidar la relación, dispuestos a acoger la frágil medida del rostro del otro, con ternura y compasión. Y acompañar –todos lo sabemos por experiencia– significa descubrir significados dentro y no fuera del camino que el otro ya está recorriendo. 

Todavía siento nostalgia por un Jesús que no piensa en lugares designados y establecidos para el Evangelio, porque todos los lugares son una oportunidad para el Evangelio, un Evangelio para toda la vida, un Evangelio para la vida tal como acontece y sucede. Sólo a lo largo de la vida el Evangelio no corre el riesgo de caer en el inmovilismo. 

También siento nostalgia de un Jesús que es la imagen de un Dios que no hace preferencia por las personas, y mucho menos por las oraciones, inclinado ante cada llanto de hijo. 

Un mensaje de Jesús de libertad que levanta la cabeza, que inspira energía, que inventa caminos. Un Jesús que con un gesto amplio, el del sembrador loco del Evangelio, arroja semillas sin discernir, apostando a la fuerza que habita en esa semilla. 

Al final me encuentro añorando a un Jesús cuyos ojos eran un espejo de la compasión de Dios, de alguien que sabe lo que es el trabajo y lo que cuesta caminar. Sus ojos -había dicho un día el profeta- se detenían en la mujer embarazada y en la parturienta. 

Y Jesús pondría su paso, el paso de la misericordia, precisamente a la altura y al lado del que lo tenía más lento y fatigado. 

Tú, ¿de qué Jesús tiene nostalgia? 

Porque a la altura del Jesús que anhelamos está el rostro de la Iglesia que nos gustaría imaginar, la que soñamos, la que nos gustaría ayudar a dar a luz. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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