miércoles, 26 de marzo de 2025

Verónica: una ternura sin miedo.

Verónica: una ternura sin miedo 

Desde hace algunos años me ha gustado acercarme a la Pasión de Jesús dejándome llevar por la mano de quienes acompañaron sus pasos o presenciaron su cumplimiento. Este año la tarea ha recaído en una mujer llamada… Verónica. 

La tradición ha conservado siempre el recuerdo de una mujer que, en medio de tanta barbarie desplegada en torno a Jesús, consigue dar testimonio de la ternura de quien sabe lo que está en juego en ese momento. 

A diferencia de Simón de Cirene, que se vio obligado a llevar la cruz durante un rato en lugar de Jesús, el gesto de Verónica es el espontáneo y gratuito de alguien que se abre paso entre la multitud y los soldados. 

No es el suyo el gesto que dará un nuevo rumbo a los acontecimientos. De hecho, Jesús morirá. Al fin y al cabo ¿qué valor tiene secarse la cara? Sin embargo, ese gesto fue todo lo que pudo hacer y lo hizo con determinación. 

La suya es una figura del gesto de tantos hombres y mujeres que, siguiendo el ejemplo del Maestro, no se reservan nada y se encuentran en la cátedra del Evangelio como figuras que comprenden y encarnan el estilo del Hijo de Dios: el muchacho de los cinco panes y los dos peces; la viuda que ha echado algunas monedas en el arca del Templo, es decir, todo lo que tenía para vivir; el hombre que acepta desatar su burro; el otro que deja disponible la habitación de arriba para cenar… 

Verónica tenía a su disposición un pañuelo, el humilde gesto de una caricia: no temía la ternura y Aquel que había prometido que ni siquiera un vaso de agua quedaría sin recompensa, le hizo el regalo de tener su rostro impreso en ese mismo pañuelo. 

Cada gesto de atención y de ternura hacia alguien teje en quien lo realiza una semejanza con el mismo Jesús. 

Un gesto de ternura no pasa. En efecto, cada gesto de bondad y de comprensión, de servicio y de cuidado deja una huella indeleble en el corazón del hombre, que lo hace cada vez más semejante a Aquel que «se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo». “El Salvador… imprime su imagen en cada acto de caridad, como en el lienzo de la Verónica” (Papa Juan Pablo II). 

Verónica representa la invitación a seguir siendo humanos precisamente cuando el oscurecimiento de los corazones es mayor y la atracción a ceder a la ferocidad y a la violencia es más seductora. 

Hay situaciones en las que uno siente que ha llegado el momento da dar un paso al frente, pero otras veces vence el miedo a verse comprometido. Cuando esto sucede nos privamos del don de ver el rostro del Señor impreso en nosotros, pintado precisamente gracias al sudor y a la sangre del mismo Señor. 

El coraje no es lo que vence el miedo, como solemos pensar. Sólo quien ama puede vencer el miedo. No es casualidad que alrededor de Jesús permanezca lo femenino, lo único capaz de superar el filtro del miedo: Verónica y las demás junto y después de ella no temen los insultos, aceptan ser comprometidas, se dejan gritar insultos y maldiciones. Pero nada las detiene. 

Ya lo había predicho el Cantar de los Cantares: “Las muchas aguas no pueden apagar el amor, ni ahogarlo los ríos”. Lo asombroso es el hecho de que «los obreros del mal», ante ese gesto de ternura, no se atreven a impedirlo porque se sienten incapaces de actuar. 

Me gusta pensar que cuando también nosotros nos convertimos en “obreros del mal” quizá es porque no hemos recibido gestos de ternura. Hay gestos tan pequeños pero tan brillantes que iluminan nuestros caminos que conducen a la muerte. 

Pedro y los demás prefirieron refugiarse “en su propio mundo” para evitar verse involucrados en un acontecimiento que seguramente les habría afectado de alguna manera. Sólo quien ama no tiene nada “propio” a lo que refugiarse. 

Es propio del amor el ser expropiado. Suyo, en efecto, es el amado. El amor verdadero se manifiesta en la compasión, en la capacidad de entrar en el sufrimiento del otro hasta hacerlo propio. El gesto de Verónica no es de solidaridad sino de pertenencia: ese hombre y ese sufrimiento le pertenecen. 

¿Qué sería del mundo sin el gesto de una Verónica? ¿Qué sería de nuestra vida sin lo libre que no calcula y por tanto está fuera de la lógica de la utilidad y del lucro? 

Hemos experimentado esto muchas veces cuando alguien nos sonrió o tal vez nos saludó o tal vez nos animó o, más simplemente, nos acarició. 

Verónica tuvo la gracia de ver el mismo rostro del Hijo de Dios impreso en su tela. 

También nosotros hemos tenido la gracia de ser hechos a imagen y semejanza de ese rostro. Esa imagen ha quedado impresa de manera indeleble, de modo que puede ser difuminada pero jamás destruida: ¡soy y seguiré siendo un hijo! 

Sin embargo, en la vida puede suceder que pierdas tu apariencia. ¿Qué otra cosa es la existencia sino una recuperación cotidiana de los rasgos de ese rostro que más se parece a Cristo? 

¡Grande es la gracia concedida a Verónica pero infinitamente mayor es la que nos es concedida a nosotros! 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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