jueves, 6 de marzo de 2025

Orar cambia tu corazón, te conviertes en lo que amas.

Orar cambia tu corazón, te conviertes en lo que amas 

Del desierto al Tabor; del Domingo de la sombra que nos amenaza, al Domingo de la luz que vive dentro de nosotros. 

Lo que sucedió en Cristo sucederá en cada uno de nosotros: Él es el rostro último y más alto del hombre, icono de Dios pintado, como los antiguos iconos griegos, sobre un fondo de oro, que brilla a través de las heridas y los arañazos de la vida, como por rendijas misteriosas. 

El relato de la Transfiguración se sitúa en un contexto duro y difícil: Jesús acaba de entregar a sus seguidores el primer anuncio de la Pasión, el Hijo del Hombre debe sufrir mucho, ser rechazado, ser asesinado. E inmediatamente, en ese momento de oscuridad, el Evangelio nos da el rostro de Cristo que destila luz, sobre el que debemos tener fija la mirada para afrontar el momento en el que la vida destila sangre, para todos, como para Jesús en el Huerto de los Olivos. 

Jesús subió a un monte alto para orar. Las montañas son como índices que apuntan hacia el cielo, hacia el misterio de Dios y su salvación, nos dicen que la vida es una subida silenciosa y tenaz hacia más luz, más horizontes, más cielo. 

Jesús sube a orar. La oración es ponerse en camino y hacia la meta. Tabor es el bautismo de luz y de silencio: el destino futuro, un futuro mejor. El destino es el corazón de la luz de Dios. 

Mientras oraba su rostro cambió de apariencia. Orar transforma. Orar cambia el corazón, te conviertes en lo que contemplas, en lo que escuchas, en lo que amas, en Aquel a quien rezas: es en el contacto con el Padre que nuestra realidad se ilumina y aparece en todo su esplendor y profundidad. 

En algún momento privilegiado, tocados por la alegría, por la dulzura de Dios, quizás hemos dicho, como Pedro: ¡Señor, qué bello! Desearía que este momento pudiera durar para siempre. ¿Haremos tres tiendas aquí? Y una voz interior dice: es hermoso estar en esta tierra, preñada de luz. Es hermoso ser humano, dentro de esta humanidad que lentamente se libera, crece, asciende. Es bueno vivir. 

Las palabras de Pedro transmiten una experiencia precisa: Dios es hermoso. En cambio, nuestra predicación ha reducido a Dios a la miseria, relegado a hurgar en el pasado y en el pecado del hombre. Ahora nos toca a nosotros devolverle su rostro soleado, dar testimonio de un Dios bello, deseable, interesante. 

El Dios del futuro, de las flores, un Dios para saborear y disfrutar. Como San Francisco cuando rezaba: tú eres belleza. Como San Agustín: tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva. Será como beber de las fuentes de luz, de los bordes del infinito. 

¿Es el cristianismo realmente la religión de la penitencia, la mortificación y el sacrificio, como mucha gente piensa? No, el Evangelio es el Año de Gracia, la Buena Nueva de que Dios regala vida a quienes producen amor. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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