Orar transforma en Aquél que se contempla
La oración es precisamente penetrar en el corazón de la luz de Dios y descubrir que todos somos mendigos de luz. Según una parábola judía, Adán fue inicialmente vestido con una piel de luz, que era su límite en el cielo. Luego, después del pecado, la túnica de luz fue cubierta por una túnica de piel. Cuando venga el Mesías, el manto de luz surgirá de nuevo del interior del hombre finalmente nacido, “dado a la luz”.
Mientras oraba su rostro cambió de apariencia. Orar transforma: te conviertes en lo que contemplas, en lo que escuchas, en lo que amas, te vuelves como Aquel a quien rezas. Palabra del Salmo: «Mira a Dios y quedarás radiante» (Salmo 34,6). Miran a los tres discípulos, se emocionan, se quedan atónitos, han sido capaces de lanzar una mirada al abismo de Dios. Un Dios del que gozar, un Dios del que maravillarse, y que ha sembrado una gran belleza en cada ser humano.
¡Maestro, qué agradable estar aquí! Hagamos tres chozas. Estoy bajo el sol de Dios y el entusiasmo de Pedro, su exclamación de asombro – ¡Qué bello! –. Todo nos hace comprender que la fe, para ser fuerte, para ser profunda, para ser vigorosa, debe venir del estupor, del enamoramiento, de un “¡qué bonito!”. Gritar a todo pulmón. Es agradable estar aquí. Aquí estamos en casa, en otros lugares siempre estamos fuera de lugar. En otros lugares no es bello, aquí sin embargo ha aparecido la belleza de Dios y la del rostro alto y puro del hombre.
Entonces, "deberíamos cambiar el sentido de toda catequesis, de toda moral, de toda fe: dejar de decir que la fe es una cosa justa, santa, debida (y mortalmente aburrida, añaden muchos) y empezar a decir otra cosa: Dios es bello" (H.U. von Balthasar).
Pero como todas las cosas bellas, la visión no fue más que la flecha de un momento: viene una nube, y de la nube una voz.
El Padre habla sólo dos veces en el Evangelio: en el Bautismo del Jordán y en el Monte Tabor. Y lo hace para decir: es mi hijo, lo amo. Ahora agrega un nuevo mandamiento: escuchadlo.
El Padre habla, pero hay que desaparecer detrás de las palabras del Hijo: escucharle. La religión judeocristiana se basa en escuchar y no en ver. Subes a la montaña para ver el Rostro y eres enviado de regreso para escuchar la Voz. Bajas de la montaña y en tu memoria queda el eco de la última palabra: Escúchalo.
El misterio de Dios está ahora todo dentro de Jesús, la
Voz hecha Rostro, el hablar visible del Padre. Dentro de Jesús: la belleza de
vivir escondida, como una gota de luz, en el corazón vivo de todas las cosas.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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