Venid conmigo a un sitio apartado
Como siempre, también estos días nos hundimos de repente en no pocas pesadillas.
Miedos, duelos, limitaciones, oposiciones, cansancios, victimismos… ¿Podemos entrever algunos destellos de esperanza en el horizonte?
La dichosa guerra… Sombras amenazantes… Imágenes de dolores y sufrimientos…
¿Alguna alegría?
Sí, tengo miedo y estoy cansado. Lo admito.
Y quisiera huir pero no sé a dónde.
Y veo a Dios, mi Dios, moviendo la cabeza.
Le pedimos que detenga las guerras, después de que nosotros las hemos fomentado.
Se necesita urgentemente un cambio.
En mirada, en estilo, en acciones. De fe.
Se necesita urgentemente una metamorfosis.
Venid conmigo.
Seguidme
En la montaña
Un cambio. Para superar la tentación de la desesperación. O de la violencia.
Como nos decía Lucas el domingo pasado, la tentación, cuyo término significa “pasar a través”, es la dimensión habitual en la que vivimos y nos afecta precisamente porque somos creyentes y estamos llenos del Espíritu Santo. Paradójicamente es una buena señal ser tentado, significa que estamos en la lógica de la conversión.
Si somos tentados es porque somos creyentes.
Tabor es la meta de nuestra Cuaresma. La belleza y la alegría nos esperan, allí queremos ir, allí queremos orientar nuestras vidas.
No para escapar de la pesada realidad, sino para transfigurarla.
Vivimos en una época en la que se cultiva la desarmonía. En palabras, en discursos, incluso en nuestros barrios. En nuestras relaciones cotidianas. El lujo se confunde con la belleza, la riqueza con el esplendor.
Pero
sin belleza el corazón se marchita. Sin la belleza que toca lo bueno y lo
justo, el alma se seca hasta quedar reseca.
Una nueva mirada
Aquel carpintero convertido en rabino lo conocían desde hacía mucho tiempo.
Escucharon sus palabras, admiraron su profundidad y tranquilidad, amaron su visión de las cosas. Pero ahora, en Tabor, su forma de verlo cambia.
La belleza está en nuestra mirada, no en las cosas ni en las personas.
Y ahora los discípulos lo ven con los ojos del corazón.
¡Qué hermoso es ver la belleza de Dios! ¡Cuánto reconocemos, en el rostro más humano del Señor Jesús, la transparencia sonriente del rostro del Padre!
¡Y cuánta belleza falta en nuestra fe! Hemos forzado la experiencia de la fe a incluirse en las categorías de justicia y moralidad.
Creemos que es correcto y apropiado creer en Dios.
Es hermoso, responden los apóstoles. Una belleza que supera toda otra belleza, que ilumina y rebaja toda otra alegría que en Dios, y sólo en Dios, adquiere profundidad y esperanza de inmortalidad.
Buscamos esta belleza cuando entramos en el desierto de la Cuaresma.
En la locura del hombre que se cree Dios.
Buscamos al Dios hermoso, nada más.
En la oración
Lucas escribe que Jesús subió al Tabor a orar y que está en oración, mientras se transfigura, como para indicar que sólo en un profundo camino de interioridad podemos descubrir la belleza de pertenecer a Dios.
Por eso, es urgente redescubrir en nuestra fe el aspecto de la oración como encuentro íntimo y fecundo con la Palabra de Dios, para hacer de ella una lectura orante, prolongada y fecunda.
Nos habla de su rostro transformado, que cambia de apariencia: como cuando estás enamorado, como cuando estás feliz, como cuando regresamos de una experiencia extraordinaria de fe. Se ve, si hemos descubierto la belleza de Dios no necesitamos hablar de ello por mucho tiempo.
Jesús habla con Elías y Moisés, los profetas y la Ley, para dar plenitud a su revelación. Pero sólo Lucas nos dice que habla de su éxodo, de su partida. Han transcurrido ocho días desde que Jesús anunció a sus discípulos el terrible giro que estaban tomando los acontecimientos y su posible muerte estaba en el horizonte.
Hoy aprendemos de Lucas que aquí mismo, en la gloria, Jesús recibe la confirmación de esto y una clave para entender el dolor que está a punto de afrontar. Cuando estamos en el Tabor comprendemos que la vida real también está hecha de cruces y derrotas, de dolores y desilusiones. Sólo en la belleza podemos afrontar el dolor.
Los discípulos están oprimidos por el sueño, aquí como lo estarán más tarde en Getsemaní. Para ver la belleza de Dios debemos luchar duro, pelear, permanecer despiertos. Hoy día, ser y permanecer cristianos exige un esfuerzo inmenso, sobrehumano, que sólo el Espíritu nos permite realizar. Evitemos construir tiendas para “bloquear” al Señor en el momento de gloria. Si tenemos la alegría de ver la belleza de Dios, es para llevarla con nosotros a la ciudad.
En la escucha
La nuestra no es la fe de las visiones, sino de la escucha.
Y esta página lo confirma. Si la oración nos lleva al lugar interior donde se encuentra la mirada de Dios sobre el mundo, la escucha de la Palabra es la invitación que el Padre nos dirige a todos.
Un escuchar que requiere atención.
Una escucha que requiere silencio.
Un escuchar requiere deseo.
Como cuando recogemos las preciosas palabras de una persona que amamos.
Que esta subida al Tabor sea una oportunidad para escuchar mejor. Nuestro yo más profundo, en primer lugar, sin vivir en la superficie. Los que nos rodean, para mejorar la calidad de nuestras conversaciones. Hemos de desear a sopesar y pensar en las palabras a pronunciar. Retomar, cada día, el Evangelio que nos ayuda a releer la vida.
Entonces nuestra mirada verá la metamorfosis, la transfiguración, que ocurre a nuestro alrededor y dentro de nosotros cuando tomamos a Dios en serio.
Y quiero empezar por mí mismo: sabiéndome amado, quiero construir un metro cuadrado de paz absoluta a mi alrededor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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