¿Qué cultura cristiana de la paz?
La paz es un tema importante y actual. Basta acceder a cualquier plataforma social o sintonizar un canal de televisión para comprender que vivimos en una época habitada por la lógica de la guerra a la que debemos responder con la cultura de la paz. Esto último no concierne sólo al trabajo de los grandes políticos o de los líderes multinacionales, sino al de todos y cada uno de nosotros. La paz no es pues un tema impersonal, sino un tema histórico y concreto que requiere la contribución de todos.
Las decenas de conflictos activos en el mundo, además del ruso-ucraniano y el israelí-palestino, demuestran la impotencia de la comunidad internacional y el advenimiento de una lógica de guerra fría del tercer milenio. Además, el aumento de la producción de armas ligeras y pesadas, y su distribución para su uso, parece socavar cualquier intento de promover la hermandad entre los pueblos en favor de lo que el Papa Francisco ha definido repetidamente como la tercera guerra mundial librada a pedazos.
Pero es precisamente en esta coyuntura histórica que estamos llamados a apoyar la cultura de la paz a través de una pedagogía que aparece central en el mensaje cristiano. De hecho, en nuestro dictamen constitucional europeo, el respeto a la dignidad humana y el rechazo de la guerra aparecen como puntos fijos sobre los que construir cada comunidad nacional y nuestras relaciones internacionales. En la enseñanza de la Iglesia, así como en el testimonio de los santos de todos los tiempos, se destaca el rechazo radical de la lógica de la guerra y el compromiso en la difusión de una cultura de paz.
Para intentar esbozar brevemente algunas características de la aportación cristiana a la cultura de la paz debemos responder primero a esta pregunta: ¿qué constituye una cultura de paz? La paz consiste en poner en primer plano la coexistencia de los rostros, haciendo de los rostros el absoluto de nuestras actitudes. Para definir mejor el perfil de una cultura de paz podemos referirnos a la Pacem in terris del Papa Juan XXIII según la cual la aportación evangélica se fundamenta en la validez social y política de valores como la verdad y la justicia, el amor y la libertad que se expresan en una obra concreta orientada a la difusión de la educación para todos, el reconocimiento de la propiedad privada en el gran horizonte del destino universal de los bienes, la protección de la dignidad humana estrechamente ligada a la salvaguarda de la creación.
También hay que destacar la riqueza de significado del término paz. La palabra paz, por ejemplo, designa una acción diplomática entre dos partes que luchan entre sí, pero también el mantenimiento del orden social o incluso el respeto de los derechos humanos y la protección del medio ambiente.
Sin embargo, el término hebreo para paz en el texto bíblico, shalòm, tiene un significado relacionado con la integridad, la plenitud de vida, la fertilidad. Se trata de una condición humana que es al mismo tiempo un proceso individual y colectivo, es decir, no hay paz sin justicia.
Además, de la fuente bíblica surge el vínculo entre la paz y el perdón entendido como un elemento social orientado a recomenzar, transformar y convertir más que a olvidar el dolor y las víctimas.
En estos términos, la contribución cristiana a una cultura de paz plantea que ésta no es sólo una meta escatológica dada por el Señor sino también un objetivo de la historia humana ya que en la visión bíblica la historia de la salvación y la de la humanidad están estrechamente vinculadas.
Así que para el cristiano, la paz no comienza con el fin de la guerra, sino cuando las tensiones y el odio dan paso a la búsqueda de la justicia. Es decir, la paz constituye una alternativa radical al conflicto y, por tanto, nos impulsa a asumir una responsabilidad orientada a inspirar modelos más justos de convivencia social y política. Según esta propuesta, cuando falta justicia e igualdad la paz está en riesgo y, por tanto, nuestro compromiso diario debe dirigirse a la lucha contra las desigualdades y todos aquellos sistemas que desfiguran la dignidad humana.
De lo que se desprende se puede decir que la aportación cristiana a la cultura de la paz se orienta a la consecución de dos objetivos: decir basta a toda forma de conflicto, y generar espacios de estabilidad, justicia, desarrollo y reinserción social en los que se arraigue una fraternidad capaz de poner al hombre en el centro.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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