viernes, 7 de marzo de 2025

San José, hombre de Dios.

San José, hombre de Dios 

En los Evangelios hay muy pocas referencias a san José, pero son suficientes para revelar la figura de un auténtico hombre de Dios. El evangelista Marcos se limita a relatar lo que el pueblo de Nazaret dice de él, cuando afirma que Jesús es hijo de María, y que es carpintero. 

En los evangelios de Lucas y Mateo, los evangelistas tratan de maneras diferentes esta figura singular de la que no refieren ni una palabra. 

El arte lo ha salido retratar tantas veces como anciano, canoso y más bien melancólico, pero es más fácil imaginarlo como un joven fuerte, valiente y cariñoso. José vivió al máximo su papel de marido y padre, y lo hizo casi desapercibido, con la máxima discreción. ¡San José es un auténtico hombre de Dios! 

José es presentado por Mateo como “justo”, calificación que indica no sólo la conducta moral del individuo, sino su plena fidelidad a la Ley de Moisés. 

En la Biblia, la persona justa es alguien que tiene una relación de fe activa hacia Dios y que está dispuesto a hacer lo que la Palabra de Dios le pide. Cuando a Abraham se le prometió una descendencia, aun en su avanzada edad, creyó al Señor, quien se lo contó por justicia (Gn 15,6). 

José es el justo, porque vive la experiencia religiosa y creyente de la presencia del Señor misericordioso en su vida, el hombre que no habla sino que hace, a diferencia de los escribas y fariseos que «dicen pero no hacen» (Mt 23,3). 

Los justos son aquellos que ponen toda su confianza y esperanza en Dios, que confían en su promesa de estar a su lado para siempre. Los justos viven plenamente los acontecimientos de este mundo, de esta historia, pero saben que la existencia no se encierra en el horizonte limitado del tiempo terreno, sino que se abre a un acontecimiento lleno de eternidad. 

El justo es el que deja espacio a la lógica de Dios en lo concreto de su vida, acoge, incluso en la vida cotidiana fatigosa y a menudo incomprensible, la irrupción de la novedad de Dios. 

Ser un hombre justo le permitió a José ser guiado por Dios mismo -el Ángel del Señor-, quien tres veces, número que en la simbología judía significa totalidad, le dirá lo que debe hacer (Mt 1,20; 2,13.19) a través de sueños. 

El Papa Francisco describe su devoción a San José precisamente en relación a su capacidad de soñar, de escuchar los sueños de Dios que se le manifiestan con rasgos delicados y muy bellos: “Quisiera también decirles algo muy personal. Amo mucho a San José, porque es un hombre fuerte y silencioso. En mi mesa tengo una imagen de San José durmiendo. ¡Y mientras duerme cuida de la Iglesia! ¡Sí! Él puede hacerlo, lo sabemos. Y cuando tengo un problema, una dificultad, escribo un papel y lo pongo debajo de San José, ¡para que pueda soñar con ello! Este gesto significa: ¡ora por este problema!”. 

José durmiendo podría parecer distante de la vida real, desinteresado. Y en cambio es precisamente en esta actitud de abandono confiado que él se muestra totalmente confiado a Dios, del Padre celestial recibe el don de su paternidad terrena, de su capacidad de cuidar,…, de hacerse cargo de los problemas de la Iglesia, de la humanidad. 

Hay una continuidad completa entre el sueño de José y su vida consciente y despierta. Él simplemente actúa, asumiendo toda la responsabilidad. Como un hombre de verdad. En el sueño la Palabra de Dios le es dirigida a través del ángel, el Señor le habla. Se convierte en padre no en sentido biológico, sino en sentido existencial: José es quien guarda, protege, cuida y abre el camino. Y lo hace no cuando todo es fácil y obvio, durante el día, sino de noche, cuando prevalecen las dificultades, las dudas y el miedo, a los que opone la firmeza de su presencia y la constancia de su dedicación. 

Lo mismo podría suceder con nosotros cuando escuchamos la Palabra, cuando leemos las Escrituras, cuando como miembros vivos de la Iglesia oramos y también logramos vivir experiencias en las que parece que hemos captado algo de Su voluntad para nosotros. José sale de esta situación, despierta del sueño. Podría volver a considerar estas cosas como lo estaba haciendo justo antes de la intervención divina, a meditarlas, a intentar quizás alguna salida autónoma e independiente y considerar las indicaciones del ángel un engaño, un simple sueño, en realidad. José, en cambio, confió en Dios e «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). 

Repitiendo las hazañas del primer José de la Biblia (Gn 45-46), el hombre de Nazaret salva a su familia de los complots asesinos del rey Herodes llevándolos a Egipto y luego regresando a Galilea. Al acoger como suyo al hijo de María, José lo legitima a los ojos del pueblo, y el niño, a quien dio el nombre de Jesús -«El Señor salva»-, experimenta, incluso antes de la protección del Padre celestial, a su Padre terrenal como su salvador. 

José ni siquiera dice una palabra y obedece. La obediencia es fruto de la fe. Sólo quien tiene fe obedece, porque confía en lo que Dios dice, aunque no siempre entienda. Quién sabe cuántas veces José, como María, ante las peticiones de Dios, dijo: no entiendo, pero confío. En quien cumple puntualmente lo que se le dice, la Palabra se realiza, la historia de la salvación de la humanidad en Cristo Jesús se hace posible por su silenciosa, firme, constante perseverancia en la fidelidad a la Palabra de Dios. La historia, tantas veces una historia que transcurre cotidiana, normal, silenciosa,…, sin apariencias…, se convierte en el lugar donde se realiza la voluntad de Dios. 

Por eso también nosotros nos encomendamos a su intercesión, a su cuidado, a su protección: 

No nos encerramos en nuestros límites. Tantas veces experimentamos en primera persona, a distintos niveles, los límites mismos de nuestra vida, de nuestra existencia, de las formas y modelos de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia, de. Descubrimos lo frágiles que son las certezas que hasta hace apenas unos días dábamos tanto por sentado que ni siquiera éramos capaces de concebir un bloqueo tan repentino, un cambio tan radical en el espacio de unos instantes. El tiempo no está en nuestras manos: somos capaces de grandes cosas, pero estamos siempre expuestos al riesgo del fracaso: descubrimos la verdadera medida de la humanidad si la mantenemos abierta al horizonte de la infinitud de Dios, infinitud de compasión y de misericordia. 

Necesitamos contar con una intercesión profundamente humana y fuerte. José dormido vela por que cuidemos lo que amamos, nos da la esperanza de poder seguir comprometiéndonos incluso cuando nuestras fuerzas parecen estar a punto de abandonarnos y nuestra determinación corre el riesgo de ceder. Necesitamos confiar en el esfuerzo, la fuerza, el coraje de todos aquellos que se comprometen hasta el límite, e incluso más allá de sus propias posibilidades, por el bien de todos y cada uno. Necesitamos pedir la intercesión de José, para que nos acompañe en este momento de prueba. 

Necesitamos ayuda para vivir concretamente el amor que la fe despierta en nosotros. José, que despierta y sigue siendo fiel, nos sostiene en el paso de la oración a la vida activa, de la contemplación del misterio de Jesús a las opciones y acciones de cada día. Necesitamos ser cristianos que vivan su fe en todos los aspectos de la vida y traduzcan en opciones concretas el amor de Dios experimentado en Jesús, en su Buena Noticia del Año de Gracia y del Reino. 

Necesitamos ser testigos del Evangelio. José nos recuerda que en la Iglesia las acciones valen más que las palabras. Las palabras sin obras se convierten en motivo de escándalo. Las obras sin palabras son una oportunidad de crecimiento y edificación. Necesitamos una fidelidad silenciosa, paciente y cotidiana, conscientes de que también nosotros, a nuestra manera, podemos ser testigos silenciosos, fuertes y fieles que acompañan a la vida de todos. 

La Iglesia aprende de José a ser hombres y mujeres de fe, una fe que nace de la escucha, se manifiesta en la obediencia y se transmite en el testimonio. Que el silencio, la laboriosidad y el cuidado responsable practicado por José hacia María y el Niño Jesús nos den una dosis extra de coraje, fortaleza y valentía. Y nos den la capacidad de ser un punto de referencia en la construcción del mundo con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. 

En esta Solemnidad de San José, pidamos al Señor para todos el don de una fe verdadera, capaz de suscitar fecundidad y novedad de vida. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

1 comentario:

  1. Gracias Joseba, por recordarnos la figura de José en la Iglesia, teniendo en cuenta sus virtudes y su actitud de protección y entrega.

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