Alabado seas, mi Señor
Si recorro los días de mis años, ¡cuántas razones para dar las gracias! Es verdad: atrapados como estamos en el momento presente, perdemos de vista lo que Dios realiza en nosotros y por nosotros. El ejercicio de la memoria renueva la esperanza, anima ante las dificultades y motiva la alegría.
Un aniversario recuerda nuestra relación con el tiempo: todo tiempo es un sacramento de Dios, es el modo que Dios ha elegido para visitarnos. Por eso no hay que maldecir ni borrar ningún tiempo. Más bien hay que escrutarlo para reconocer los rastros, las huellas del paso de Dios. Si somos capaces de escrutar, no podemos dejar de hacer nuestras las palabras de Aan Francisco cuando dice en el Cántico de las criaturas: «Alabado seas, Señor mío, por... todos los tiempos, por los que das sustento a tus criaturas».
Dar gracias: un arte olvidado, si no desconocido. Es difícil inclinarse y agradecer un beneficio recibido de alguien. La puntillosidad a la hora de señalar lo que nos falta es inversamente proporcional a la capacidad de darnos cuenta de lo que ya tenemos. Si, en cambio, reconozco que «todo es gracia», entonces todo se convierte en una oportunidad para «dar gracias».
Loado seas, mi Señor, por abrir continuamente nuestras mentes para saber leer la realidad del mundo y la historia de la humanidad.
Loado seas, mi Señor, porque abres nuestros corazones a la verdadera amistad y al amor más fuerte que cualquier momento de crisis.
Loado seas, mi Señor, porque no te cansas de mostrarnos tu rostro de Padre amoroso que acompaña hasta los pasos de nuestro extravío.
Loado seas, mi Señor, por el don de tu Hijo Jesús que, a través de su Evangelio, no cesa de arrancarnos de todo lo que nos oprime y asfixia.
Loado seas, mi Señor, por el don del Espíritu Santo que, sosteniéndonos con sus dones, infunde en nuestros corazones el arte de recomenzar cada día animados por la confianza y la esperanza.
Loado seas, mi Señor, por esta comunidad cristiana en la que nos haces experimentar la alegría de pertenecerte y la alegría de sostenernos mutuamente en el camino.
Loado seas, mi Señor, por el amor, el diálogo, la sinceridad, la confianza, la escucha, el respeto de la diversidad, la disponibilidad para esperar en silencio y la paciencia que han caracterizado nuestras relaciones.
Loado seas, mi Señor, por los que, no encerrándose en sí mismos, tomaron conciencia de quién y qué había a su lado.
Loado seas, mi Señor, por los que aceptaron el desafío de recomenzar un camino de fe.
Loado seas, mi Señor, por los que saben destacar lo bueno, por los que acompañan los inicios de nuevos caminos, por los que saben celebrar, por los que saben dar las gracias.
Loado seas, mi Señor, por los que saben afrontar los problemas y saben compartir sus éxitos y sus fracasos.
Loado seas, mi Señor, por los que saben perdonar de corazón y ayudan a hacer la voluntad de Dios.
Loado seas, mi Señor, por los que saben reconocer y aceptar sus propias limitaciones, por los que buscan a Dios incluso entre lágrimas, por los que saben pedir ayuda en los momentos difíciles y saben ofrecerla cuando son otros los que no pueden solos.
Loado seas, mi Señor, por los que devuelven la serenidad a los pequeños, la compañía y el consuelo a los ancianos solitarios, por los que dan a los jóvenes la capacidad de crecer respirando libertad y sabiduría.
Concluyo con una oración de Michel Quoist:
Señor, tengo tiempo,
tengo todo mi tiempo,
todo el tiempo que Tú me das:
los años de mi vida,
los días de mis años,
las horas de mis días,
son todos míos.
A mí me toca llenarlos
con serenidad, con calma,
pero llenarlos todos, hasta el borde,
ofrecértelos, para que
de su agua insípida
Tú hagas un vino generoso,
como hiciste una vez en Caná
para las bodas humanas.
No te pido hoy, Señor,
el tiempo de hacer esto
y luego otra vez aquello;
sólo te pido la gracia
para hacer a conciencia
en el tiempo que me des
lo que Tú quieres que haga.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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