domingo, 20 de abril de 2025

Ante el dolor de los demás: ¿Cómo voy a abrazarte?

Ante el dolor de los demás: ¿Cómo voy a abrazarte? 

¿Cuánto tiempo puedo mirar la foto de Mahmoud Ajjour? Poco, muy poco, y solo si me fijo en el niño y no en los muñones de sus brazos.


 

La fotógrafa palestina, Samar Abu Elouf, ha capturado a Mahmoud en penumbra: la luz desciende desde la derecha, incide sobre su rostro dolorido, su pecho y su camiseta, y deja en sombra lo que queda de su brazo izquierdo.

 

Sin embargo, mientras escribo estas líneas, lo miro y lo vuelvo a mirar. Su rostro parece sacado de un cuadro, por ese corte y también por la intensidad, eso creo. El arte y también la poesía me ayudan a protegerme ante este horror.

 

Abrazar… rodear con los brazos… La foto de esta imagen —que acaba de ganar el World Press Photo de 2025 y muestra al niño gravemente herido en Gaza en marzo del año pasado— cuenta que Mahmoud, cuando comprendió lo que le había sucedido, le dijo a su madre: «¿Cómo voy a abrazarte?».

 

Una frase que deja sin aliento, una frase de un afecto que trasciende todo lo demás porque nace del corazón de un inocente. Ahora estoy aquí escribiendo estas líneas porque no se puede callar, porque hay que gritar el dolor de esta enésima atrocidad.

 

Tenía que repetir la palabra «horror». No hay otro término para describirlo, y quizá debería escribir esta palabra cien veces en esta página, pero ¿de qué serviría?

 

El año pasado, quizá se recuerde, el premio —por desgracia, un premio fotográfico al horror— fue para otra imagen trágica, también tomada en Gaza: Inas Abu Maamar, una mujer palestina de treinta y seis años, abrazaba el cuerpo de una niña envuelta en una sábana blanca: Saly, de cinco años, fue asesinada junto a su madre y su hermana, un misil israelí alcanzó su casa. No se veían los rostros de la Mater Dolorosa ni de su nieta. No había ningún rostro humano que mirar, quizá por suerte para nosotros.


 

El rostro de Mahmoud Ajjour hace aún más desgarradora la mutilación, aunque en parte oculta por la oscuridad en la que está sumido su cuerpo martirizado. Ese rostro habla aunque sus labios estén apretados. ¿Qué dice? Una palabra que no se puede escribir. ¿Y qué puedo decir yo? ¿Hace falta un premio fotográfico para que veamos el tormento de Gaza, su dolor indescriptible?

 

La ley despiadada de la comunicación, que domina nuestro universo, dice que sí. Se necesita una fotografía para mirar y ver. Una vez más, debo recurrir a las voces de la literatura, a aquellas que nos hablan y nos iluminan, a pesar de todo, en este mundo que no conoce la paz, ni siquiera la justicia.

 

Son las palabras de Susan Sontag, cuyo libro, Ante el dolor de los demás, sigue hablándonos, nunca en vano. Es poco, pero es algo en medio de esta realidad que, desde el exterminio de Gaza hasta la guerra en Ucrania, solo utiliza el lenguaje del dolor. Son las últimas líneas de su libro.

 

Susan Sontag se refiere a los muertos, pero creo que también vale, y sobre todo, para los vivos, para este niño: «¿Por qué deberían buscar nuestra mirada? ¿Qué tendrían que decirnos? «Nosotros» —y este «nosotros» incluye a todos los que nunca han vivido nada parecido a lo que ellos han enfrentado— no entendemos. No podemos. No podemos imaginar realmente cómo ha sido. No podemos imaginar lo terrible y aterradora que es la guerra; y lo normal que se vuelve. No lo entendemos, no lo imaginamos».



En ese tiempo de Pascua resuena aquel pensamiento de Max Horkheimer cuando postulaba incluso la razonabilidad de la resurrección: “La esperanza de que el verdugo no tenga la última palabra sobre la víctima inocente”.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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