Jesús, un comunicador del Evangelio del Reino
¿Cuál era la imagen de Jesús? ¿Es posible aplicar la teoría de la comunicación de masas a su mensaje?
El análisis que han realizado se basa en la tesis de Max Weber sobre el líder carismático, pasando por la estrategia de las oficinas de prensa y los fenómenos de masas y el impacto mediático que suscitaron gestos emblemáticos. Y aplican estas categorías al Evangelio de Marcos razonando sobre un término altamente teológico como el de «imagen».
Jesús es hombre e imagen de Dios, Jesús es imagen del
nuevo Adán. Este término se ha cruzado con el uso más prosaico de «imagen» tal
y como se entiende en las estrategias de comunicación y en las leyes del
marketing avanzado. Pues bien, del Evangelio que los exégetas actuales
consideran el más antiguo -el de Marcos-, emerge la figura de un gran
comunicador, es más, del «Comunicador Perfecto».
Entrevistando
a expertos en marketing estratégico, han analizado los gestos «mediáticos» de
Jesús, que toca, ve, elige y, sobre todo, calla, se sustrae. Va precedido por
una especie de oficina de prensa que lo anuncia como el verdadero acontecimiento
esperado desde siempre -el Bautista-, es seguido por las masas, incluso por las
mujeres, en una época en la que estas tenían un papel absolutamente marginal,
conoce el triunfo, que gestiona con decisiones absolutamente anómalas
-¡montando un burro!-, y muere joven en una cruz.
No es un estratega —todo se explica, de hecho, por su
naturaleza divina—, pero Jesús demuestra ser el comunicador perfecto y Marcos,
el excelente comunicador.
Gestos
llamativos, silencios importantes, ocultamientos, manifestaciones inesperadas:
Marcos nos devuelve, tanto en los detalles que proporciona como en los que
omite (como cuando una paloma desciende sobre su cabeza en el Jordán: el
evangelista omite contarnos la reacción de la multitud, ¡y sin embargo eso fue
una teofanía!), un Jesús hombre que tiene las características más destacadas
del líder.
Si lo
miramos con los ojos de Max Weber, que dedicó capítulos muy importantes de su
obra al carisma y a los líderes carismáticos, encontramos que Jesús corresponde
en todo al líder carismático: dedicación perfecta y completa a la causa.
En su
jornada en Cafarnaúm, realiza gestos de enorme repercusión mediática que hoy
tendrían un eco inmenso: cura a la suegra de Pedro tocándola (para un judío
observante como Jesús, la fiebre era motivo suficiente para evitar un gesto que
pudiera producir impureza).
Permite que
una mujer rompa un frasco de ungüento caro y le unta los pies, los moja con sus
lágrimas y los seca con su cabello. Un gesto de alcance erótico que hoy en día
no habría pasado desapercibido para los medios de comunicación (habría acabado
en los programas de entrevistas de medio mundo). Del comportamiento de Jesús emerge
el carisma.
Según Weber,
hay tres cualidades decisivas del líder carismático: pasión, responsabilidad y
visión de futuro. La lectura sociológica, por razones racionales, confirma las
cualidades de liderazgo carismático de Jesús, pero es bien sabido que el poder
necesita comunicación.
Y Jesús,
analizado bajo la lente de la teoría de la comunicación de masas y los
mecanismos utilizados por la publicidad moderna, aparece también como el
comunicador perfecto, autor de una campaña que se manifiesta dentro de una
estrategia «involuntaria», en cuanto que no está en absoluto planificada y, sin
embargo, es eficaz, incluso poderosa.
Jesús es un testimonio autogenerado. En marketing es
fundamental encontrar al consumidor, entrar en relación con él, comprometerse a
ofrecerle un producto que excluya a la competencia y abra nuevas perspectivas:
esta es una dinámica central en la teoría de la comunicación de masas, que
ofrece «su» verdad, es esperanza, es provocación, es novedad, debe penetrar en
el interlocutor.
Todas estas
dinámicas están presentes en la comunicación de Jesús. Y provienen de un
símbolo-testimonio de sí mismo, no fruto de una estrategia de comunicación,
sino «autogenerado», diría «naturalmente»: actúa, es auténtico, nuevo,
anticonformista, revolucionario, creíble, autoritario.
Es un hombre
como todos, pero tiene el valor de subvertir las reglas, está comprometido,
tiene un programa en el que las masas pueden reconocerse y en el que pueden
confiar. Al mismo tiempo, es misterioso: un VIP que a veces huye de la
multitud, debe ser protegido por su equipo.
Los
discípulos se ven obligados, de alguna manera, a alejar a las multitudes o a
controlarlas. En un caso, Jesús les dice: «Dejad que vengan a mí», como si la
«gestión» —función en la que hoy podríamos identificar en germen la mediación
de la Iglesia— pudiera ser en cierto modo también una especie de obstáculo para
el verdadero encuentro con el corazón del mensaje que es Cristo.
Luego hay un
detalle poco común para la época: Jesús gusta a las mujeres, que lo siguen
desafiando las rígidas convenciones del tiempo. Tampoco hay que olvidar que es
precisamente a una mujer (¡y además a una samaritana!) a quien se revela como
el Cristo. Y las mujeres estarán a sus pies también en el momento en que su
parábola de vida se cumpla y pase del éxito de las grandes multitudes a la gran
soledad de la cruz (a las mujeres se les entrega también el anuncio de la
Resurrección).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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