viernes, 18 de abril de 2025

Ascensión - Salvador Dalí -.

Ascensión - Salvador Dalí - 

Un artista que, a pesar de mantener una postura no exenta de ambigüedad hacia la fe cristiana, ofreció una interesante reinterpretación del Misterio de la Ascensión, fue Salvador Dalí.


 

En una de sus obras de 1958, titulada precisamente Ascensión de Cristo, pinta a Cristo en el momento mismo de su ascensión. A la perspectiva vertiginosa se contrapone un inmenso sol de luz amarilla, muy cálida. El sol tiene el centro granulado, similar a los aquenios maduros del girasol o a una colmena llena de miel.

 

El girasol, por su giro alrededor del sol, asumiendo casi las mismas características (en el color y en la corola), es símbolo de adoración. A la miel, en cambio, se le atribuía antiguamente un poder regenerador y es, por tanto, símbolo de la eternidad que acoge a Cristo.

 

Salvador Dalí quedó profundamente conmocionado por los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, que culminaron con la explosión de la bomba atómica, y fue precisamente a partir de ese acontecimiento cuando se acercó a la fe cristiana, frecuentando en particular a los padres carmelitas. De hecho, muchas de las obras religiosas del artista datan de los años 50 del siglo XX.

 

Cristo asciende al cielo casi con el mismo dinamismo cósmico de la bomba de Hiroshima, un dinamismo positivo y no destructivo. A diferencia de Duda Gracz, para Salvador Dalí, Cristo, aunque mantiene la posición del crucificado, no tiene heridas, ya que en su ascensión lo que lo sostiene es el amor absoluto -la adoración- por el Padre.

 

La mirada de Cristo se dirige hacia el Padre y el Espíritu Santo, que están confinados allí, en los cielos. Del Padre solo se ve la luz cambiante, muy diferente de la del sol, mientras que del Espíritu se ve bien la paloma.

 

Aquí, como se puede observar, no hay testigos, no está el Pueblo de Dios con el que Cristo se identifica, ni siquiera están los discípulos que miran atónitos hacia el cielo. Aquí aparece un rostro enigmático que algunos identifican con el rostro mismo del Padre.

 

En realidad, y esto se ve claramente para quienes conocen la vida y la obra de Salvador Dalí, se trata del retrato de su esposa Gala, por la que Dalí sentía una auténtica veneración. Gala era su musa inspiradora, era ella quien mantenía constantemente a Salvador Dalí en contacto con las cosas eternas. Gala indica aquí, para Salvador Dalí, el rostro de ese amor, la mirada de ese amor en el que él puede reconocer a Cristo.

 

No es casualidad, de hecho, que no veamos el rostro de Cristo que asciende al Padre. A ese Cristo que ahora es asumido al cielo podemos contemplarlo en la tierra cada vez que se produce la experiencia de un amor real y bendito, el mismo Amor que sostiene la vida y la obra de la Iglesia.

 

Al igual que en las antiguas representaciones de la ascensión, la Iglesia se reunía en torno a la Virgen María. Salvador Dalí identifica el rostro de la Virgen en el rostro de aquella mujer (ya lo había hecho en el cuadro de la Virgen de Port Lligat donado a Pío XII) que más que ninguna otra le había llevado de vuelta a las cosas del Cielo.

 

Y en la Virgen María, la Iglesia siempre ha reconocido la imagen de sí misma, por lo que, en el cenit de la historia, quien espera a Cristo no es el Padre, sino la Esposa. Aquí coinciden la ascensión y la espera del regreso de Cristo. Salvador Dalí pone en práctica la última frase del Biblia: el Espíritu y la Esposa dicen: «Ven, Señor Jesús».

 

Así es como la verdad mística de un artículo como el de la ascensión de Cristo al cielo nos lleva inexorablemente a la concreción histórica de la experiencia de la Iglesia, fundada esencialmente en la medida del amor de Cristo, única forma en la que —verdaderamente— podemos esperar al Señor.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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