Ave Verum Corpus KV 618 - Wolfgang Amadeus Mozart -
La gran música clásica es un arca de la que nunca se dejarían de extraer perlas valiosas desde el punto de vista cultural y espiritual. Escuchar un motete, es decir, una composición más o menos breve para varias voces e instrumentos, puede representar para los creyentes un momento de oración en el que la palabra de la Biblia o de la Liturgia resalta con especial claridad gracias a los sonidos y las pausas, a los «piano» y los «forte» de la voz, a los colores de las notas que amplían o resaltan el valor de la Palabra.
Para los que no creen, esa misma música puede representar un momento de recogimiento íntimo y de pausa en medio del frenesí de la vida.
Para ambos, escuchar un tipo de música diferente, como la clásica, a la que estamos cada vez menos acostumbrados por diversas razones, puede constituir sin duda la ocasión de una intensa experiencia de retorno a uno mismo, durante la cual las cuerdas del alma comienzan a vibrar con las del que canta.
Es el milagro de la música, y en particular de un cierto tipo de música que tiene la capacidad de susurrar al corazón emociones que no pueden entenderse con un lenguaje ordinario, de liberar energía positiva en la negatividad que nos rodea, de despertar la nostalgia de la belleza y de ese Alguien que en el momento de la creación decidió regalar al hombre la capacidad de extraer infinitas y hermosas melodías del estrecho espacio armónico de solo siete notas.
Desde ese día, el hombre no ha dejado de dar voz al anhelo que lo habita, de reunirse con esa belleza que, oculta en los pliegues de lo cotidiano, no espera más que poder brillar en el corazón del individuo y de toda la humanidad.
Como aprendiz y amante de la música clásica, te voy a proponer una pieza muy especialmente para la Eucaristía: es el Ave Verum de Wolfgang Amadeus Mozart.
Vamos a comenzar, si te parece, con una primera audición: https://www.youtube.com/watch?v=NK8-Zg-8JYM
Sin entrar en detalles sobre el genio de Salzburgo (cualquiera que navegue por Internet encontrará noticias útiles para componer la trama de su breve pero grandiosa vida), solo diré algunas palabras sobre la pieza en cuestión que, por supuesto, no sustituyen el ejercicio de tu audición.
En primer lugar, presento el texto en latín, tomado de la liturgia, y la traducción:
Ave, Verum
Corpus, natum de Maria Virgine
Vere passum,
immolatum in cruce pro homine,
Cujus latus
perforatum unda fluxit aqua et sanguine,
Esto nobis praegustatum in mortis
examine.
Ave, oh Verdadero Cuerpo, nacido de
la Virgen María,
que verdaderamente padeciste y
fuiste inmolado en la cruz por el hombre,
de cuya costado abierto brotaron
agua y sangre:
haz que podamos gustarte en la suprema prueba de la muerte.
El texto, que se remonta a una antigua poesía religiosa del siglo XIV, se centra en la presencia real del cuerpo de Cristo en la Eucaristía.
Se utiliza dos veces la expresión «verdaderamente» («verum corpus», «vere passum») para expresar la presencia real del «verdadero cuerpo» de Cristo en ese pequeño trozo de pan que el cristiano se alimenta por mandato del mismo Cristo durante su última cena («Tomad y comed todos... Haced esto en memoria mía»).
Cristo, nacido del vientre de la Virgen María, inmolado en la cruz por el hombre («pro homine»). La referencia a la sangre y al agua que brotaron del costado de Cristo remite al Evangelio de Juan: «Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34). La gran tradición patrística ha visto en la sangre y en el agua, respectivamente, la Santa Cena y la Eucaristía (cf. San Agustín de Hipona, Comentario al Evangelio de San Juan, Homilía 120, 2).
La música de Mozart, que incluye un coro de cuatro voces, orquesta y órgano, se concentra y recoge en torno a las pocas palabras de la oración. La conmovedora belleza de las notas amplía y sostiene las verdades de fe contenidas en el texto. ¿Cómo reconocer «verdaderamente» en un pedazo de pan el «verdadero» cuerpo de Cristo sin un estremecimiento de emoción?
Todo esto expresa la música en una devota recogimiento, en un silencio sordo. Es como si todo se detuviera para dejar espacio al fe que se arrodilla ante la verdad de un trozo de pan («todo está en el todo y en la parte», diría Santo Tomás de Aquino) que pretende contener, en su terrenal materialidad y cotidianidad (¿qué alimento más común que el pan?), al Dios que los cielos no pueden contener.
Las notas se vuelven un poco más sombrías en las palabras «cuius latus perforatum...». A lo largo de unos versos, la música cambia de tonalidad y pasa a cantar con resignada tristeza el costado herido de Cristo. Pero es solo un momento. De hecho, en las palabras «esto nobis» vuelve el tono inicial, Re mayor, restableciendo así el clima de devoción y adoración inicial.
Una última sugerencia: el canto, después de alcanzar su máxima altura y expansión en las palabras «cruce» y, aún más, en «mortis», como queriendo concentrar la atención en la dolorosa historia de Cristo que ahora se esconde en el pan blanco de la Eucaristía (la teología llamaba sacrificio con sangre el que se realizaba en la Cruz y sin sangre el que se realizaba en el altar), vuelve a hacerse pequeño y tenue en la última palabra, «examine».
«Haz que podamos saborearte en la prueba suprema de la muerte». ¿Es solo una casualidad que Mozart se dedicara a este texto cuando faltaban pocos meses para su muerte y lograra expresar lo inexpresable en solo 46 compases?
Para decirlo con las palabras del poeta alemán Heinrich Heine: cuando las palabras se acaban, comienza la música...
Y es que Mozart, además de la capacidad de concebir ideas luminosas, tenía la capacidad aún mayor de saber cómo hacerlas resonar en el espacio con una luminosidad ininterrumpida, casi como un anhelo de belleza y perfección absolutas.
Una extraordinaria mezcla de emoción y melancolía íntima - en voz baja es la única indicación dinámica de este Ave Verum - acentúa esa referencia directa al Cuerpo del Señor, para luego convertirse en un discurso más agitado con palabras de creciente intensidad: «passum», «immolatum» e «in crucem». Tanto la línea melódica como el camino armónico sellan una atmósfera fuertemente expresiva. La segunda parte nos da la imagen del costado traspasado que el coro está llamado a cantar con un conmovedor y recogido sentimiento de dolor.
Pero lo que más emociona de este canto eucarístico tan noble, acompañado por el órgano y un cuarteto de cuerdas, es el comienzo, cuando los instrumentos suben poco a poco hasta la nota la, con la que comienza el canto, y el movimiento arrullador que lo impregna -ahora acercándose a las líneas vocales, y luego alejándose de ella-, consiguen crear una atmósfera de íntima e irrepetible calidez espiritual y de intensa devoción en quien canta, en quien toca y en quien escucha.
La música de Mozart es especialmente difícil de interpretar. Es admirablemente clara y exige una limpieza absoluta, el más mínimo error destaca como el negro sobre blanco, así escribía Camille Saint-Saens. Esencial, simple, natural, requiere una ejecución igualmente lineal y sin artificios, decía Gabriel Fauré. Cuanto mayor sea la sencillez con la que se ejecute, armonizando la forma de la composición con el sonido, mejor se saboreará.
La clave del Ave verum de Mozart, de esta obra maestra absoluta de concisión musical, es su sencillez. Sobre todo, hay que adaptarse a la sinceridad emocional que impregna esta maravillosa página musical. Una música que expresa la profundidad de los sentimientos más verdaderos, cuya escritura es tan cristalina como el cristal. El más mínimo error puede mancharla.
Una página clara y transparente como una fuente de agua que brota. En su desarmante pureza y sencillez se esconde su enorme expresividad. Solo unos pocos compases que condensan la profundidad del fervor y la perfección de la belleza clásica en tan poco espacio.
Y, para finalizar, nada mejor que volver escuchar esta breve página musical en toda su belleza y profundidad: https://www.youtube.com/watch?v=NK8-Zg-8JYM
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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