jueves, 10 de abril de 2025

¿Y si la estupidez es una enfermedad?

¿Y si la estupidez es una enfermedad? 

Hillary Clinton declara estar «impresionada» por la estupidez de los personajes que pueblan el gobierno estadounidense: ¡no basta con ser fuerte, hay que ser inteligente!

 

Los imbéciles están desbordando la política: cultivan una relación estrecha, coleguil, confidencial con la estupidez. Van de la mano. La prevalencia de los imbéciles en la política se temía antes, hoy es una normalidad documentada: atestigua patologías que se han convertido en el día a día que nos gobierna. Insisto, siempre a mi manera, porque el fenómeno no habla a favor de la calidad de la política.

 

Lo representa, por ejemplo, quien combina la ignorancia y la incompetencia con la seguridad en sí mismo y la convicción de tener capacidades superiores. Una mezcla explosiva. Pura dinamita.

 

Es una distorsión cognitiva que se manifiesta con actitudes arrogantes, tendencias a la dominación y la prepotencia, incapacidad para el diálogo. Los ministros de Donald Trump son un espantoso ejemplo de ello. Es difícil elegir al peor.

 

La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, resume el pensamiento del comandante en jefe: se exhibe frente a una jaula con hombres semidesnudos tratados como ganado de matadero. El espectáculo es espantoso: exalta el desprecio por la dignidad humana y recuerda a Guantánamo. Repugnante.

 

La señora Kristi Noem es demasiado ignorante y arrogante para darse cuenta de la naturaleza de su exhibición. Ante ciertos espectáculos ya va siendo hora de dejar de hablar bien de la naturaleza humana.

 

La ostentación de la chatarra política en boga no deja esperanzas de redención. Y pensar que uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Alexander Hamilton, explicó en 1787 que el sistema de elecciones indirectas era un poco complicado, pero tenía la ventaja de excluir a los «ignorantes y manipuladores» y de confiar el poder a los «capaces de discernimiento», de grandes cualidades morales y capacidades indudables.

 

Dados los resultados actuales creo que sería indispensable una corrección.

 

Donald Trump, el ególatra compulsivo, ha demostrado con hechos que la democracia no le conviene. Dos eslóganes revelan sus intenciones. ¿Recuerdan «It's the economy, stupid!», el mensaje con el que Bill Clinton ganó las elecciones en 1992? Donald Trump lo reinterpreta a su manera, como un loco constructor de rascacielos, y el lema se convierte en «¡Es mi negocio, estúpido!»: Gaza se convierte en un centro turístico sin los molestos palestinos, Ucrania interesa por los metales raros y menos por la suerte de los ucranianos y la Groenlandia europea será americana, por las buenas o por las malas. De forma subrepticia, hay un mensaje que anuncia la llegada de la autocracia electiva: «¡Yo soy el Estado, estúpido!», es decir, he sido elegido por el pueblo, mando yo y las leyes las hago yo.

 

¿Y nosotros, los europeos, rebajados por el matón JD. Vance a odiosos parásitos? El gánster y matón nos advierte de que Europa ha perdido los valores de libertad y democracia porque impide que las fuerzas varoniles de la ultraderecha nazifascista se expresen libremente y hagan una contribución saludable a la regeneración del continente europeo. En resumen, las derechas antiliberales con fuertes inyecciones de Trump son el futuro, y basta ya de amenazas de soberanía limitada y equilibrio de poderes. ¡Eso nos dice el gáster y matón de Ohio!

 

Una cosa puede ser hasta cierta: las democracias liberales se han refugiado hoy en Europa, aplastadas entre el este y el oeste, y el veneno corroe el Estado de derecho incluso desde dentro. Estoy convencido de que los principios de la democracia liberal solo pueden sobrevivir con una Europa que, por fin, se convierta en protagonista de una política común, de una defensa común de los derechos, de un sentir común.

 

Sé que el ambiente que se respira no invita al optimismo. Pero de alguna manera, si queremos tener algo que contar, una federación de estados es necesaria para resistir la brutal agresión en curso.

 

Nos lo dice Immanuel Kant, cuyo escrito de 1795, «Sobre la paz perpetua» (https://es.wikipedia.org/wiki/Sobre_la_paz_perpetua), es sorprendentemente actual. Conviene leerlo si aún no se ha leído: podría ser posible algún arrepentimiento por parte de quienes consideran que el régimen representativo debe ser desechado en favor de los despotismos disponibles en los estantes de la estupidez.

 

Por cierto, Immanuel Kant se inspiró en la imagen de un gran cementerio para su proyecto de paz perpetua. Hoy en día, esta imagen es bastante recurrente: no habla a favor de un futuro brillante. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF 

Posdata. En este link se puede uno descargar ese escrito de Immanuel Kant: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.suneo.mx/literatura/subidas/Immanuel%20Kant%20La%20paz%20perpetua.pdf

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