Cantus firmus: 33 años de mi ordenación presbiteral
«Como olivo verde, me abandono a la fidelidad de Dios, ahora y siempre».
Estas fueron las palabras de la Escritura que, durante la pasada celebración de la Pascua, he elegido para recordar mi ordenación presbiteral el 3 de mayo de 1992: «Como olivo verde, me abandono a la fidelidad de Dios, ahora y siempre».
Han pasado 33 años y los sentimientos siguen siendo los mismos: asombro, maravilla, mucha gratitud, pero sobre todo, mucha, mucha conciencia de mis límites. Ahora más que nunca soy consciente de lo que escribió San Pablo: «Llevamos este tesoro en vasijas frágiles para que se vea que esta extraordinaria potencia viene de Dios. Su fuerza se manifiesta en nuestra debilidad» (2 Cor 12,9).
Precisamente por eso, junto con vosotros aquí, y con vosotros que estáis en la otra orilla del mismo y único curso de la vida, quisiera elevar al Señor el canto de su fidelidad. Si estoy aquí, de hecho, no es porque haya sido capaz de hacer quién sabe qué, sino porque Él ha sido fiel a la palabra dada. Él lo ha hecho todo.
La fidelidad de Dios es el cantus firmus de toda mi existencia. En música, el cantus firmus es una especie de nota obstinada que mantiene el tono en torno al cual se construye la polifonía. La fidelidad de Dios es mi cantus firmus y cada uno de los rostros y nombres de los que el Señor me ha hecho compañero de viaje en el seguimiento común, cada uno de vosotros a quien va mi sincero afecto y mi agradecimiento por lo que sois y por lo que hacéis por mí (también en esta circunstancia), es lo que compone la polifonía de mi existencia.
Me gusta pensar en mí como el espectador que se embriaga de la sabia combinación entre el cantus firmus de Dios y el maravilloso ir y venir de las diferentes voces que han sido la señal tangible de la fidelidad de Dios, desde los amigos de la primera hora a aquellos que el Señor me ha dado la gracia de encontrar a lo largo de todo el camino. Incluso cuando alguna nota puede haber resultado fuera de tono, para empezar siempre está la obstinación de Dios, siempre es su fidelidad la nota en torno a la cual hay que sintonizar.
En Él nos ha elegido antes de la creación del mundo... La mía es una historia bendecida, llena de innumerables signos de la presencia y fidelidad de Dios. Mis pensamientos se dirigen a aquella frase inspiradora, la del Sal 61 que dice: «Tu gracia vale más que la vida».
Si pienso en mi camino, no dejo de preguntarme «¿por qué precisamente yo?». Si la comparación no resulta atrevida, me gustaría responder con las palabras de San Francisco de Asís a Fray Masseo cuando le preguntó: «¿Por qué a ti, por qué a ti, por qué a ti viene todo el mundo detrás?». San Francisco respondió: «¿Quieres saber por qué a mí, por qué a mí, por qué a mí? Porque el Señor no ha encontrado un pecador más grande que yo».
He encontrado el sentido de estas palabras en lo que el Papa Benedicto XVI repitió el día de su elección: «Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes».
Por lo general, en una circunstancia similar se suelen recuperar las fotos de los distintos momentos que han marcado estos años de ministerio. Creo, sin embargo, que lo que da fe de mi ministerio son las muchas personas conocidas y desconocidas que han recibido gracia y consuelo a través de él. Mi álbum fotográfico de estos 33 años es cada uno de vosotros, los del cielo y los de la tierra.
Quiero agradecer con todo mi ser al Señor por haberme mantenido a salvo de toda evasión, de toda deriva, y por haberme dado cada día la fuerza para volver a empezar.
Oh Jesús: hermano, amigo, salvador,
me has llamado a seguirte al amanecer,
me has enviado a trabajar en tu viña,
donde había manos extendidas y corazones heridos,
nacían amores y morían esperanzas.
Con Ti he consagrado, bendecido, perdonado,
he doblado el cielo sobre los que te necesitaban,
he dado esperanza a quien buscaba futuro.
Si miro hacia atrás, sigue siendo un misterio
tu llamada y mi respuesta.
Oh Señor, dame la paz que he tratado de dar a los demás,
dame el perdón que he dado en tu nombre,
quédate conmigo, en la alegría y en el llanto.
A la Eterna y Divina Trinidad toda la honra y la gloria.
Al Inmaculado Corazón de la Madre de la Iglesia, a San
José,
a San Antonio María Claret,
a los Beatos Mártires Claretianos,
y a todos los Santos nuestros protectores,
a mi Congregación Claretiana tanto celeste como peregrina,
alabanza y bendición por los siglos de los siglos.
Amén.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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