Conversión
Una palabra de origen bíblico que, en el lenguaje popular, indica el paso de un credo a otro. En realidad, esta forma de pensar genera la idea de que la conversión es algo que ocurre de forma «puntual», en un día concreto, de una vez por todas. Por lo tanto, por el hecho de ser bautizado, la «posición» básica de la persona cristiana con respecto a Dios debe darse por sentada y correcta.
Esta visión de la conversión es dramática para la vida de fe del creyente, porque rechaza aceptar el dato bíblico evidente que muestra la conversión como un proceso continuo que no tiene fin, hasta que estemos en la tierra.
San Pablo es muy claro al respecto: «Tengo esta confianza: que el que comenzó en vosotros una obra buena, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús» (Fil 1,6); «y todos nosotros (...) somos transformados a su misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Cor 3,18).
Y también los autores de las cartas a los Colosenses y a los Hebreos van en la misma línea: «Os habéis revestido del nuevo, que se renueva para un conocimiento pleno, a imagen de Aquel que lo creó» (Col 3,10); «Corremos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fijando la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe» (Heb 12,2).
Esto nos dice que todos y siempre necesitamos conversión, porque Dios no es un «algo» que pueda ser conocido y alcanzado de manera definitiva. Cuando encuentro cristianos que ya lo tienen todo claro y nunca se mueven de sus posiciones, me surgen fuertes dudas sobre cuál es el Dios al que se refieren.
Si, en cambio, Dios es «alguien» con quien nos relacionamos en el amor, alguien vivo y activo, que vive la relación con nosotros para que podamos llegar a ser como él, entonces, como en todas las relaciones auténticas de amor, el proceso de transformación de uno en otro, que produce el amor, no tiene fin.
Y este es precisamente el significado bíblico del término «conversión»: un cambio continuo, que nos conforma cada vez más a Dios, un cambio en nuestra forma de estar vivos, de pensar en la vida, de sentir nuestra realidad, la de Dios, la de los demás y la del mundo. Para el cristiano, vivir es cambiar, es decir, ¡convertirse!
Pero convertirnos en la dirección que Dios nos revela. Partiendo de una vida vivida como una lucha por la supervivencia y/o la afirmación de uno mismo, donde Dios es percibido como un juez que puede condenarnos o como un instrumento a nuestro servicio para prevalecer sobre los demás. Para ascender un poco a una vida vivida como búsqueda de pertenencia, donde la supervivencia y la afirmación de uno mismo están más garantizadas, porque pertenecer define la identidad de uno mismo, donde Dios corre el riesgo de ser necesario para dar sentido a la existencia, generando una relación entre nosotros y él, no de gratuidad, sino de dar y recibir.
Y al crecer aún más, convertirnos a una vida que requiere orden y verdad, en la que la pertenencia y la identidad de uno mismo son más seguras, pudiendo conferir al mismo vida un sentido suficiente, donde Dios se convierte en la verdad de las cosas que nos preceden y corre el riesgo de «obligarnos» a la regulación que de ello se deriva. Pero entonces, al poder convertirnos de nuevo a la promoción del bien común y a la búsqueda de la felicidad para todos, porque se ha comprendido que el sentido de la vida requiere esto, donde Dios se convierte en la forma de ese bien y la energía que lo promueve, y comenzamos a vivir más para Él que para nosotros.
Hasta el punto de poder convertirnos a una vida entendida como un regalo gratuito que Dios nos ha hecho y sigue haciéndonos, porque vivir para Él es mucho más «vida» que vivir para nosotros o solo para el bien común. Y donde el único deseo que queda por vivir es entregarse a Él totalmente en amor, como acto de agradecimiento al simple hecho de estar vivos.
Hay espacio para la conversión de todos. No importa en qué nivel de fe estemos. A Dios no le preocupa el nivel, sino si nuestra conversión sigue viva o se ha detenido. Porque Dios siempre está más allá.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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