domingo, 6 de abril de 2025

De la oscuridad de la razón a la lógica de los sentimientos: tengo hambre y sed de ti, Señor.

De la oscuridad de la razón a la lógica de los sentimientos: tengo hambre y sed de ti, Señor

Es hermoso buscar a Dios, aunque no se le encuentre e incluso si no existiera. Al buscar una realidad necesaria, se piensa en ella, se la imagina y así se la vive. La búsqueda se convierte en espera, una condición extraordinaria de la mente que da cuerpo a lo que aún no existe. Se espera y esta actitud crea incluso a su propio creador. Se busca lo necesario y es como si las huellas estuvieran dentro de nosotros. 

Es hermoso pensar que podemos tener una experiencia directa de Dios. Lo busco desde hace tiempo, pero aún no es el momento; sé que a Él le gusta encontrarse, relacionarse directamente con sus criaturas. La mejor manera de ocupar la espera es la oración. La oración del que ansía y desea creer. Expresa la necesidad de lo divino que hay dentro de lo humano.

Señor, no te conozco pero pienso en Ti, no sé si existes pero te busco, y llego a desear que estés ahí. Y este pensamiento me da alivio y esperanza. No puedo crearte yo, soy un hombre frágil, pero precisamente esta percepción me impulsa incluso a orar. No sé cómo hacerlo, y me resulta difícil si tan solo considero que no estás ahí, pero me parece imposible que yo pueda existir y Dios no. 

En el Himno a la alegría de Friedrich Schiller se invita a buscar, porque en algún lugar del cielo debes estar Tú, Dios. Pero yo quiero encontrarte aquí en la tierra. Ahora necesito un Dios. Para esta vida. No sé nada del más allá. Estoy aferrado a esta tierra. 

Mira Señor, no es difícil creer que alguien haya hecho, no sé cómo, este mundo. Y yo también estoy dentro. La alternativa a Ti es pensar que al principio era el Caos. El Big Bang. Lo sé, Dios también es una palabra, pero no puedo arrodillarme ante el Caos, ante el Big Bang. ¡Ante Dios sí! 

Lo hice, pero no sé qué decirle, me quedé en silencio y solo sentí mi silencio. Como muchos, estoy convencido de que la belleza y la complejidad del universo no pueden ser el resultado del caos. Es imposible que el orden de la naturaleza, que la belleza de una mariposa que nace y encuentra inmediatamente la flor en la que poner la trompa y alimentarse del néctar, sea una combinación aleatoria. No es posible que la belleza del cerebro humano y sus funciones sean producto del caos. 

Albert Einstein decía que el ser humano debe esforzarse por descubrir una pequeña ley del universo, mientras que está compuesto por infinitas leyes... que alguien debe haber unido armoniosamente. Pero el gran científico no podía imaginar que pudiera existir una relación entre un Dios todopoderoso y el hombre, cada hombre. 

Yo, en cambio, si pienso en un Dios lejano, distante, enorme, Rey de reyes, soberano del cielo y de la tierra, no siento ningún entusiasmo... ni siquiera interés. Siento la necesidad de un Dios que pueda escucharme. Quizá sea un sueño imposible. Como un súbdito que busca ser escuchado por su señor.

Como ves, Señor, ya he entrado en un laberinto; no será como el que construyó Dédalo para el Minotauro en Creta, pero sé que también es difícil salir del laberinto de las palabras. Y cada hombre corre el riesgo, al pensar en Dios, de construir su propia celda habitada por la duda de sus propios límites. 

Mira, Señor, el hombre, el yo-hombre, es complejo, pero también tremendamente limitado. Su complejidad es el límite. Pensando en Ti, que tal vez eres y tal vez no eres, me doy cuenta de mi pensamiento, hecho de carne delicada, pero carne al fin y al cabo. Y todo lo que surge de él sabe a carne. 

Mis pensamientos sobre Ti son desesperados y sirven para sostener que el cerebro humano, tal vez la condición humana, no pueden comprenderte. Eres un misterio. Porque el hombre es un desconocido para sí mismo. Y no sirve la invitación que estaba escrita en el frontón del templo de Apolo, en Delfos: «Conócete a ti mismo». Con mi cerebro no puedo conocer mi cerebro. 

Quizás hiciste al hombre incapaz de reconocerse a sí mismo, y sin embargo lo hiciste capaz de desearte, de encontrarte. ¿Por qué? ¿Por qué quieres permanecer oculto en la oscuridad de la razón... mientras estás vivo en la «lógica de los sentimientos»?

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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