El Cristo de San Juan de la Cruz - Salvador Dalí -
Aunque probablemente sea la pintura de carácter religioso más espectacular de Salvador Dalí, la idea de pintar el Crucificado «desde el punto de vista de Dios» proviene de un pequeño dibujo de uno de los más grandes místicos del cristianismo, San Juan de la Cruz, autor de la obra: «El ascenso del Monte Carmelo».
La grandeza mística y artística del dibujo de San Juan de la Cruz impresionó a Salvador Dalí, que en 1951 pintó el cuadro, conocido en todo el mundo, y que Salvador Dalí quiso titular precisamente: Cristo de San Juan de la Cruz. La pintura de Salvador de Dalí es, obviamente, más famosa que el dibujo de San Juan de la Cruz.
Un día de 1575, mientras rezaba en el Monasterio de la Encarnación de Ávila, San Juan de la Cruz, tuvo una visión de Cristo en la Cruz, al terminar la cual, tomó papel y pluma para reproducir lo que había visto: Jesús tiene la cabeza reclinada sobre el pecho, el rostro apenas visible, los brazos sostenidos por pesados clavos, las piernas dobladas bajo el peso del cuerpo. Utilizando un punto de vista muy inusual, la imagen de su dibujo se ve desde la esquina superior derecha, una perspectiva que nos invita a mirar a Jesús en la Cruz con los ojos de Dios Padre, conmovido por el acto supremo de donación del Hijo.
En su libro Subida al Monte Carmelo pone en boca de Dios la respuesta a aquellos que siempre buscan señales y revelaciones místicas. Dios Padre dice: «Ya lo he dicho todo en mi Palabra, Jesús. ¿Qué puedo responderte o revelarte ahora que sea más que eso? Pon los ojos solo en Él, porque en Él te he dicho y revelado todo, y encontrarás en Él aún más de lo que pides y deseas... Si quisiera decirte algunas palabras de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí, sometido a mi amor y afligido, y verás cuántas te dirá» (Subida al Monte Carmelo 22, 5-6). Éste, sin duda, es un momento de la genialidad de aquel místico español del siglo XVI y nacida de la meditación y de la oración.
Siglos después, Salvador Dalí adopta precisamente esta perspectiva acentuando el ángulo imposible y llevando el punto de vista hacia arriba, sobre el eje vertical de la cruz: de esta manera, Cristo en la cruz no se observa desde un punto de vista frontal, lateral o de abajo hacia arriba, como nos tiene acostumbrados la iconografía tradicional, sino que se observa desde arriba hacia abajo, con los ojos del Padre Eterno.
Se ve a Jesús sin corona de espinas, con el cuerpo perfecto y sin heridas, adherido a la madera de la cruz pero sin clavos, es decir, sin los símbolos tradicionales de la pasión, para representar no los sufrimientos de Cristo soportados por amor, sino la potencia salvífica de su muerte, como fuente de una energía vital ilimitada para el universo, como el núcleo atómico roto que genera una enorme energía: y de hecho está ligeramente inclinado hacia abajo, como si estuviera mirando lo que sucede en la tierra.
La cruz parece suspendida en una suspensión metafísica, se eleva inmóvil en el espacio y se extiende hacia abajo en un espacio oscuro que se ilumina con una luz cálida y rasante, que viene de arriba y llega hasta la parte inferior donde se define una precisa paisaje, para significar al Padre Eterno como fuente de luz que ilumina el mundo y da razón de la muerte del Hijo. En el horizonte hay un resplandor que colorea las nubes con efectos de aurora boreal y que recuerda el de una explosión atómica, recuerdo de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, que dejaron al artista fuertemente impresionado.
Jesús, por tanto, está vivo, sube al cielo con la cruz precisamente a partir del resplandor de esa explosión y la Luz Verdadera de Dios ilumina, a través del Hijo, el mundo humano representado en la zona inferior de la obra por un paisaje con un lago, un barco y tres pescadores, que constituye una posible referencia a los discípulos a orillas del lago donde comenzó su aventura con el Maestro y al barco de San Pedro, la Iglesia, que recibe luz para navegar por el mundo, donde es enviada para iluminar a los pueblos.
En el cuadro de Dalí conviven los ingredientes de toda historia de salvación: amor y desprendimiento.
1.- El amor, que se esconde en las manos y los pies sin clavos, ni siquiera en los del dibujo de San Juan de la Cruz. No es el metal el que obliga a Cristo a la pasión, sino la pasión la que somete voluntariamente a Cristo al hierro y a la madera. Si los clavos traspasan y hieren la humanidad de Jesús, la divinidad sublimada en el amor no se deja retener más que por el amor.
2.- Y la separación. Una escena de contornos metafísicos. Casi surrealista. También un nuevo punto de vista: el del Padre. Pero, incluso la sensación de plena libertad sugerida por una cruz que parece levitar, junto con la luz que la rodea y al mismo tiempo se origina en ella, devuelve una sensación de separación del plano de la existencia material. Un ascenso antes del Ascensión. Es más allá de esas nubes donde Aquel que resucitará termina el Salmo 23 que comienza con un grito desde la cruz firmemente clavada en el suelo.
Desprendimiento de la tierra, con sus recuerdos, sus ilusiones, sus afectos y sus dolores. Desprendimiento por amor, sin embargo, en las antípodas de una lejanía dictada por el desinterés. Si hay un nuevo punto de vista es el de la redención, el del Señor de todo que vuelve a moverse sobre las aguas, la consumación y la realización de la creación: Cristo sobre el mar de Galilea.
En el fondo, para San Juan de la Cruz, el camino de la santidad tiene la aspereza de una subida de montaña, donde el esfuerzo no se vence con la fuerza, sino con el valor y la paciencia. Para llegar a donde no estás, debes pasar por donde no quieres. Para llegar a poseerlo todo, no querer poseer nada. Caminos que ha hecho suyos propios el Hijo de Dios y que a menudo son lo contrario de los que habríamos elegido: amor y desapego, desapego por amor, que diría Jean Guitton.
Sí, «El Cristo crucificado» de Salvador Dalí suscita una profunda emoción en quien observa este cuadro. Cristo ocupa la mayor parte de la superficie, pero no dejándose ver de frente como estamos acostumbrados a verlo representado en la tradición pictórica sino colocado desde el punto de vista de arriba, desde lo alto de la cruz, por lo que la figura de Cristo la vemos de perfil desde arriba hacia abajo.
Si miramos atentamente a Cristo y a la cruz, observamos que pueden estar encerrados en un triángulo invertido, mientras que los hombros y la espalda de la figura de Jesús delinean la forma perfecta de un círculo. Para Salvador Dalí, el triángulo y el círculo eran la suma perfecta de todas las experiencias que había estudiado.
Si faltan los signos de la pasión, los clavos, la corona de espinas, las heridas, la sangre,…, es porque el mismo Salvador Dalí afirmó que su intención era pintar a «Jesús hermoso como Dios, tal como Él era en realidad». Incluso en el conjunto del Crucificado y del cuadro hay como una tensión entre lo humano y lo divino. Una tensión tal que parece atraer, por gravedad, al mismo Cristo crucificado, elevándolo.
En estos días estaba buscando una obra de arte que contara la experiencia del sufrimiento no desde el punto de vista humano, sino desde el punto de vista de Dios. Como un rayo de luz, me vino a la mente este cuadro. Contemplándolo, somos acompañados en el tiempo de Dios. Para Él, el sufrimiento es como el parto: así como Jesús, al sufrir, nace a la vida plena, así sus discípulos interpretan la cruz como el florecimiento de una nueva vida: de amor y de salvación.
En conclusión, el Cristo de San Juan de la Cruz posee un fuerte poder comunicativo, simbólico y espiritual; es la obra de un artista genial que, después de vagar errante en busca de lo absoluto, al final confiará estas palabras: «El cielo, eso es lo que mi alma ebria de absoluto ha buscado durante toda una vida que a algunos les ha podido parecer confusa y, para decirlo todo, perfumada con el azufre del demonio. […] El Cielo no se encuentra ni arriba, ni abajo, ni a la derecha, ni a la izquierda, el Cielo está exactamente en el centro del pecho del hombre que posee fe. P.D. En este momento no tengo fe y temo morir sin Cielo».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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