lunes, 7 de abril de 2025

Un itinerario en femenino hacia la Pascua.

Un itinerario en femenino hacia la Pascua 

Comienzan unos días diferentes… los del Triduo Pascual, y, como creyentes, estamos llamados a vivirlos de una manera aún más intensa, también dado el momento histórico particularmente complejo y difícil que estamos enfrentando en nuestros días y por lo que se refiere al mundo en general. 

Una propuesta de reflexión que podemos proponernos es contemplar la Pasión de Jesús desde el punto de vista de las  mujeres que acompañaron a Jesús en los últimos días de su vida, que tuvieron un papel significativo en su Pasión y que también pueden ayudarnos a vivir nuestro día a día tan lleno de ansiedades y miedos. 

Algunas de ellas son nombradas, con algunas diferencias, por todos los evangelistas, otras solo por algunos; las vemos a todas, aunque sea un poco rápido, tratando, si es posible, de releer los textos o escuchándolas con especial atención en los próximos días. 

La primera en ser citada es una sirvienta/portera que se dirige a Pedro mientras está en el patio frente al templo, después del arresto de Jesús. Los cuatro Evangelios la describen como la que «mira atentamente» a Pedro y le dice: «Tú también estabas con Jesús». A estas palabras le siguen la negación repetida varias veces por Pedro, sus lágrimas, el perdón dado por Jesús con una simple mirada, pero llama la atención que esta mujer, que es una extraña, ponga al discípulo ante una elección de fe: nos dice que a menudo son precisamente aquellos a los que consideramos otros, extraños, los que a través de palabras y observando atentamente nuestra forma de comportarnos, nos provocan a tomar posición, nos revelan verdades, incluso internas, sobre nosotros mismos. Deberíamos escuchar las preguntas que otros nos hacen sobre nuestro fe, especialmente en la terrible situación que estamos viviendo, buscando juntos, con humildad y sinceridad, posibles respuestas o nuevas preguntas. 

Solo el Evangelio de Mateo, en cambio, menciona a la esposa de Pilato. Esta mujer, mientras su marido interroga a Jesús, le manda decir: «No te metas con ese justo». Ella, mujer extranjera y pagana, no solo sabe reconocer en Jesús a un hombre justo, sino que dice haber tenido esta revelación en un sueño, que ya en otras ocasiones, en las Escrituras, hemos visto que es la forma en que Dios mismo entra en relación con un ser humano. Dios se manifiesta a todos y todas, sin distinción alguna, no es exclusivo de los creyentes y es fidelidad al Espíritu ser conscientes de ello y acoger sus signos dondequiera que estén. 

Lucas, en su relato, añade un detalle, que no aparece en los otros Evangelios, referido al camino hacia el Calvario que Jesús se ve obligado a hacer, con la cruz, tras la condena a muerte: nombra a un grupo de mujeres que tratan de expresar con llantos y lamentos el dolor y la cercanía al sufrimiento de Jesús. Jesús se dirige a estas mujeres, reconoce su llanto, pero da un vuelco a la situación: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos». No rechaza su llanto, sino que lo considera tan importante que va aún más profundo, porque la pregunta fundamental es precisamente sobre quién llorar: ¿sobre quién ama hasta el final, como Jesús, o más bien sobre quién rechaza ese amor? ¿Sobre quién muere amando, o sobre quién provoca la muerte? 

Las mujeres también están presentes en el momento fundamental de la cruz, no abandonan a Jesús: según Mateo, Lucas y Marcos, están allí y observan desde lejos, mientras que en el Evangelio de Juan están de pie, justo debajo de la cruz. Están allí, saben permanecer sin huir, sin bajar la mirada ante ese horror, sin poder cambiar nada, pero dejando entrar en sí ese dolor para sentir la verdadera compasión, la misma que Jesús había manifestado, durante su vida, hacia las mujeres y los hombres heridos en el cuerpo y en el espíritu, aquella en la que sientes al otro como parte de ti. 

Según Juan, junto a la cruz también están la madre, en su angustia por ver a su hijo crucificado y asistir impotente a su muerte, y el discípulo amado. María, que en la boda de Caná había ofrecido a Jesús al mundo impulsándolo a hacer su primera señal cuando, durante una boda, transformó el agua en vino, es ahora confiada por Jesús al discípulo amado y el mismo discípulo, nuevo hijo, es confiado a la madre, en una circularidad de amor que crea vínculos eternos y nunca deja solos. 

Después de que José de Arimatea, discípulo de Jesús, pidió y obtuvo de Pilato el cuerpo de Jesús en secreto por temor a los judíos y, junto con Nicodemo, lo depositó en el sepulcro, según el Evangelio de Juan, las mujeres observan todo para custodiar con fidelidad lo que está sucediendo, para ver si ese cuerpo es tratado con amor. 

Según Mateo, cuando todos se han ido, María Magdalena y la otra María permanecen sentadas frente a la tumba, y es desgarrador y al mismo tiempo muy fuerte, esta imagen de dos mujeres testigos de la muerte pero, al mismo tiempo, casi incapaces de separarse de ese cuerpo cerrado por la piedra, como si irse fuera un abandono. Quien lo ha experimentado sabe que nunca querría dejar ir un cuerpo amado, aunque se tenga conciencia de la muerte... 

Lucas nos dice que luego vuelven a casa, a preparar aromas, aceites y perfumes. Parecen gestos inútiles porque Jesús ya está en la tumba, y sin embargo preparan perfumes: es la lógica del amor en un momento de muerte, porque es creer que Dios habita también en estos tiempos difíciles y tal vez se nos pide que preparemos perfumes, inventando gestos, con esa poca energía de vida que hay en el presente. 

Además, las mujeres, como todos los judíos, respetan el silencio del sábado, el descanso previsto por la ley judía. Es un tiempo que se dilata, que con demasiada frecuencia casi saltamos en los preparativos de la Pascua, pero que tal vez este año podemos intentar vivir de manera diferente. Es un tiempo para hacer aflorar los recuerdos, revivir los sentimientos, buscar la presencia de Dios en la historia de cada uno. Vivir intensamente el silencio, aunque pueda dar miedo, tratando de cultivar la esperanza y hacer crecer, a pesar de todo, la vida. Sabemos que la muerte no es la última palabra.

Después de la fiesta del sábado, al amanecer, las mujeres que nunca abandonaron a Jesús ni siquiera en los momentos más oscuros, se levantan: están listas para retomar su vida cotidiana, retomar el camino y dirigirse hacia el Amado. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera   Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro cam...