viernes, 18 de abril de 2025

El incendio de la Verdad.

El incendio de la Verdad 

Acabamos de entrar en la Semana Santa y ya arde el fuego del mal. Casi sin tiempo para esperar los días de Pascua, casi como si la verdad tuviera prisa por revelar un mundo que se aleja a pasos agigantados de la justicia y la caridad. 

El incendio de la Sainte-Chapelle de Notre Dame ha quedado grabado en nuestra retina como una advertencia, como el grito de Cristo en el fuego de la pasión. 

Lelio Orsi fue un original artista del siglo XVI: su Cristo muerto parece estar dentro del seno de una gran hoguera donde la piedra se desmorona, destrozada por el dolor. 

La vida ha sido asesinada. Junto a Cristo, tendido sobre el sudario, abandonado a la muerte como todo hombre, hay dos figuras femeninas velando en la noche: de ellas parece elevarse un canto conmovedor por el Autor de la vida envuelto en el rigor mortis. 

El mundo se detiene al oír el grito de la historia que surge de los siglos y que aún hoy tiene el poder de sacudir las conciencias. Dolientes, como las dos mujeres de Orsi. Estas son la Caridad y la Justicia, virtudes unidas por la muerte del Salvador. No deben separarse, pero el mundo lo olvida pronto. Cada generación, cada civilización, cada cultura, tiene que lidiar con una memoria corta que blande la balanza de la justicia hasta romperla y sacude las vestiduras de la caridad hasta desgastarlas. 

Es extraño que sean precisamente ellas las guardianas de ese Cuerpo entregado. Lelio Orsi, con sorprendente modernidad, nos habla de un Cristo muerto que encuentra en la Caridad y la Justicia dos testigos inseparables -verdaderas mártires- de la devastación. Ellas también mueren, de hecho, cuando muere la Verdad, cuando Ésta es asesinada por intereses más o menos nobles, más o menos religiosos. 

La Caridad está cerca de un brasero, en Ella todo arde y su fuego es ardor de amor, es vida. Con cierta indiferencia, levanta las vestiduras blanco y verde, colores de la gracia y, precisamente, de la vida, descubriendo, escondido entre las páginas de un libro, al Pío Pelícano. Según la Legenda aurea, esta ave alimenta a sus polluelos con jirones de su propia carne, como Cristo que en la Última Cena ofrece su cuerpo como alimento, como medicina de la inmortalidad. 

La Justicia, en cambio, deja caer los platos de su balanza: toda pretensión de medida calla ante la arrogancia humana incapaz de reconocer la Verdad. En el traje de la Justicia arde el fuego: el hacha está en las raíces. No queda más que esperar. Y aunque las horas sin Cristo parecieron interminables a los Apóstoles, la espera será breve. Al tercer día, Jesús se levantará del sueño de la muerte, revelando los secretos de los corazones. 

Así lo representa Orsi en su cuadro. La luz ya inunda la cabeza del Salvador y la Caridad, que es paciente, se da cuenta inmediatamente y lo señala a la Justicia ciega. Esta última, en cambio, es buscada por el brazo izquierdo del Señor, como si no pudiera levantarse sin su ayuda. Sin verdad no hay justicia, así como no hay verdadero bien sin amor. 

¿Cuánto más tendremos que esperar, Señor? Nosotros, que hemos visto huir la verdad de los labios de los Maestros, que hemos visto caer la justicia del corazón de los Poderosos y morir la caridad en la vida de los buenos. 

Solo te esperamos a Ti: Tú, no nosotros, tienes palabras de vida eterna. Tú, como las reliquias de la Sainte-Chapelle, vences el incendio de nuestras falsedades. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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