viernes, 18 de abril de 2025

Sobre la colina del perdón.

Sobre la colina del perdón 

Resuena como un trueno en la noche el grito de Isaías en el capítulo 30, 15-17: Dice el Señor Dios, el Santo de Israel: «En la conversión y en la calma está vuestra salvación, en el abandono confiado está vuestra fuerza». Pero vosotros no habéis querido, sino que habéis dicho: «No, huiremos sobre caballos». - Pues bien, ¡huid! -«Cabalgaremos sobre caballos veloces». Pues más rápidos serán vuestros perseguidores. Mil se espantarán ante la amenaza de uno, ante la amenaza de cinco huiréis, hasta que quedéis como un palo en la cima de una montaña y como una estaca sobre una colina. Dios perdonará. 

Vuelve con fuerza la imagen de aquel madero sobre la colina desde el que Dios perdonará nuestras huidas, nuestras miserias, nuestra incapacidad de leer la historia de forma no instrumental, sin engaños, sin fingimientos, sirviendo finalmente a la obra de Otro. 

Y, en cambio, cada vez parece más real esta huida del mundo de sus Misterios, esta rebelión que se traduce en opciones políticas, en opciones morales alejadas de la verdad. Sí, no hay icono más bello para la Pascua que se acerca que un cuadro de 1867, donde una nube oscura, la de la historia, parece engullir el cielo. La luna está roja de vergüenza por la deshonra de la Verdad; Jerusalén, en su blancura, parece una ciudad fantasma, privada de la Vida verdadera, mientras una multitud, tranquila, casi derrotada, la de los verdugos, vuelve sobre sus pasos, dejando allí, en la colina, el único Camino. También están los amigos de la víctima, que fueron los primeros en marcharse, vencidos por la tragedia. 

El artista, Jean-Léon Gérôme, los sorprende ya lejos, cerca de Jerusalén. El valle del Cedrón, con sus olivos curvados, parece dar testimonio de una naturaleza consciente, presagiosa de la calidad del Condenado. 

Y en el silencio general que suscita el lienzo de Gérôme, dos centuriones, dos paganos, dos que quizá no sabían nada de las Escrituras, lanzan un grito. Son ellos, con el gesto decidido de señalar con el dedo, los que llaman la atención hacia la colina donde se alzan los postes. Son tres postes, no uno. Pero el artista no los deja ver: Nada de mirar la cruz, quitémosla de nuestro imaginario, borrémosla de nuestro panorama cotidiano: ya no necesitamos ser perdonados, ya somos buenos. Todo está ya decidido, todo está engullido por la nube que se presenta en el horizonte, segura de la victoria. Pero no es así. La victoria está ahí, en el perdón de uno colgado de un madero, uno que cumple la Palabra de los profetas. 

Cuando, en 1868, el lienzo se expuso en el Salón del Louvre, en París, suscitó duras polémicas y se alzaron gritos escandalizados por la inusual iconografía de la cruz. Nadie podía imaginar, entonces, que esa sombra, más de 150 años después, se convertiría en profética: el espejo de un mundo que se ha alejado de los Misterios. 

Sin embargo, el inconsciente Gérôme, hace más de 150 años, nos mostró el perfil de la esperanza. Sí, es cierto, solo vemos la sombra de la cruz, pero es una sombra inequívoca, es la sombra de la serpiente de bronce levantada en el desierto del abandono, de la tibieza, de la nulidad humana. A decir verdad, la central es la única sombra verdaderamente humana. Reconocible entre mil y más de mil. Podemos apartar la mirada de la Cruz, pero siempre quedará la sombra de su misericordia velando por nuestra miseria incurable. 

Que en esta Pascua, como los centuriones, podamos levantar el grito del Profeta (Is 30,18): «El Señor espera para haceros gracia, por eso se levanta para tener piedad de vosotros, porque el Señor es un Dios justo; ¡dichosos los que esperan en él!». 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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