El Padre Claret a pie
Existe un espíritu del correr y un espíritu del caminar. Si el correr y el caminar reivindican el mismo origen y la simplicidad de su técnica, sin embargo se diferencian inmediatamente por su vocabulario: en el correr se dan zancadas; en el caminar se dan pasos. Más allá de la diferencia en la velocidad de la actividad, que sigue siendo el principal rasgo distintivo, y del uso del propio cuerpo como motor, correr y caminar son portadores de valores diferentes, ya sea en la relación con el tiempo, con el espacio, con uno mismo y con los demás. En este sentido, parece claro que existe un espíritu del correr y un espíritu del caminar.
Poner un pie delante del otro es un gesto cotidiano. Pero caminar va más allá del simple ejercicio físico. El Padre Claret nos cuenta sobre el «sentido» de su caminar y nos enseña a los misioneros claretianos del siglo XXI el aprendizaje del caminar. ¿Por qué se camina? ¿Qué se busca? Escapatoria al mundo de la velocidad y la modernidad, caminar empuja a superar físicamente los propios límites, adentrarse en otros horizontes, así como a emprender un camino íntimo. Ante la avalancha de blogueros, influencers reales o ficticios, escritorzuelos o aspirantes a un éxito que tarda en llegar, que llenan las redes sociales con experiencias, reales o ficticias, de viajes todos iguales, a sitios siempre iguales, con fotos siempre iguales (selfies más o menos arriesgados), comentarios cada vez más banales, en busca de la exotismo más hortera, etc.
El Padre Claret, a pie, nos ayuda a dar más sustancia y experiencia real al caminar, al explorar, al contar y al explicar qué es un camino a pie. Caminar durante días, meses, larga y lentamente, con determinación, sean cuales sean las condiciones geográficas, meteorológicas,…, y las circunstancias personales, es demostrar una forma precisa de valentía: esta resistencia, que no es un ardor explosivo, sino una forma de aguantar en el tiempo, es también una prueba de dignidad: quien camina se mantiene erguido y avanza. Caminar simboliza una humildad que nunca es humillante.
El caminar a pie es curativo, tiene un poder sanador, porque ofrece la distancia física y espiritual propicia para la introspección, la disponibilidad a los acontecimientos, el cambio de lo que nos rodea y de quiénes son nuestros interlocutores, y por lo tanto el alejamiento de las rutinas personales; nos abre a un uso de la tiempo inédito, a soledades y a encuentros, según el deseo de oportunidad de quien camina...
Caminar hace pensar, y a veces escribir. Caminar implica tomar tiempo para contemplar. Se piensa caminando; caminar hace pensar, y a veces incluso escribir, sobre todo sobre... el mismo caminar como condición permanente de la existencia humana y, por ende, también creyente. El camino ofrece un ritmo, una trama, una dirección, un sentido. Caminar no es simplemente una incitación a la narración, a compartir la aventura con los demás, sino que puede ser entendido también como una exploración, tanto de uno mismo como de los demás, indispensable para el ritmo de la narración. Jesús era un gran narrador porque también era un peregrino itinerante casi siempre con sus pies en el camino.
Hoy en día, cada pequeño gesto está dirigido por la revolución digital. Para coger un tren o ir a un museo, hay que pasar por el ordenador. Y desde el momento en que confiamos el más mínimo detalle de nuestra existencia a este procesador, y a este procedimiento, se bloquea cualquier posibilidad de imprevisto. El caminar, y hacerlo a pie, suele tener en cambio su sorpresa, la que dispone del caminante. El caminar se opone al mundo de la previsibilidad. Lo que nos ofrece la posibilidad de escapar del mundo del dispositivo que dispone de nosotros y entrar en la libertad de los detalles tantas veces gratuitos.
Y en el camino también llama a la puerta el aprendizaje de encontrarse solo aunque parezca paradójico porque se suele decir que el camino se hace para encontrarse con los demás. En medio de este consenso sobre la necesidad de ir siempre al encuentro de los demás el camino permite vivir la soledad habitada. Después de todo, se trata simplemente de recuperar la condición original del ser humano: poner un pie delante del otro, en el corazón de la aventura de la historia y de la inmensidad del mundo.
Sí, caminar es tantas veces agotador, hacer kilómetros es fatigoso: cada mañana se vuelve a empezar, volver a partir. Caminando, día tras día, se aprende que después de cada llegada hay una nueva partida, ¡pero después de cada partida hay una nueva llegada! Hacer un camino no es una operación «laica», sino algo espiritual, se camina con el cuerpo, con el espíritu y con la mente, es el redescubrimiento de un acto antiguo o, mejor aún, fundante, original y primigenio.
Me gusta contemplar al Padre Claret pobre y a pie. Cuando caminamos, llevamos lo necesario: cuanto más ligero sea el equipaje (hay que dejar ir nuestras «necesidades» y guardar las cosas de forma racional), menos esfuerzo supondrá para nuestro esfuerzo de caminar, para nuestros pies y, sobre todo, nuestros pensamientos. Lo que creemos que es una necesidad es, en cambio, superfluo. Dejar algunas cosas en casa es un poco como una metáfora de la vida: dejar nuestros pensamientos más triviales, poco importantes, que corren el riesgo de convertirse, tanto en la mochila como en la vida, en peso y estorbo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario