viernes, 18 de abril de 2025

El Pozo y la Cruz.

El Pozo y la Cruz 

La mujer de Samaria y el misterio de su encuentro con Jesús, antiguo símbolo bautismal y lugar de la revelación trinitaria. En el arte, el tema del pozo como lugar de alianza y esponsalidad ha fascinado a creyentes y artistas. 

El episodio de la samaritana representa uno de los símbolos bautismales más antiguos. 

La mujer de Samaria, hereje para los judíos, encuentra a Jesús en el pozo, lugar del amor y símbolo de unión nupcial. El Esposo Cristo encuentra a la humanidad Iglesia, sumida en la oscuridad del pecado, y le ofrece la luz de su «hora», es decir, de su cruz. 

La referencia a la Pasión está, de hecho, implícita en la mención del mediodía, hora en la que el Salvador, clavado en la cruz, dirá: «Tengo sed». 

Aquí, en el pozo de Jacob, según los Padres de la Iglesia, Cristo tuvo sed de la fe de la samaritana, es decir, de la Humanidad-Esposa. 

Un antiguo testimonio de esta relectura del Evangelio lo encontramos ya en el siglo IV en la Catedral Panagia Ekatontapyliani (es decir, 100 puertas) en Paroikia, en la isla de Paros. 

El baptisterio, que a lo largo de los siglos ha adoptado diversas formas, tiene aquí la forma de una cruz. La pila de purificación y sepultura con Cristo se carga con el símbolo veterotestamentario de los cuatro ríos que, saliendo del centro del Jardín (del Edén), santifican la tierra. Los cuatro ríos, sellados en el Edén tras el pecado de Adán y Eva, reaparecen en la cruz significados en las llagas del Salvador. 

Por esta razón -la de una reinterpretación bautismal-, los ortodoxos llaman a la anónima mujer de Samaria Santa Fotina -Aghia Photina-, es decir, la Santa Iluminada. Así se llamaba a los recién bautizados: iluminados. 

El símbolo, en el arte, tiene una larga historia porque, desde el siglo IV. Aquí, inmerso en oro, la samaritana dialoga con Cristo: entre ellos hay un pozo de cuatro lóbulos (la cruz más el círculo, símbolo de la eternidad) detrás del cual se eleva un árbol (el de la vida) con tres ramas, símbolo de la Trinidad.

También en el Monte Athos, un fresco del siglo XIII nos ofrece el retrato de Santa Fotina -del griego photos, luz-. La santa, en la oscuridad de su existencia, descubre una luz diferente a la del mediodía con el sol en su cenit, descubre la Luz Verdadera que se sienta en el borde del pozo, el punto más profundo y opuesto al sol, es decir, el nadir, lugar de oscuridad. La samaritana es, por así decirlo, la mujer poscontemporánea a la que Jesús, sorprendentemente, se entrega a sí mismo y a su Misterio. 

De hecho, después del episodio del bautismo, ésta es la primera revelación de Cristo del Misterio Trinitario: ni en Jerusalén ni en este monte se adora al Padre. Los verdaderos adoradores lo adorarán en espíritu y en verdad. 

En el fresco del Monte Athos, Cristo, sentado en el monte de los antiguos padres, enumera con los dedos el número de personas divinas, manteniendo sin embargo los dedos bien juntos, significando así el Misterio de las tres personas en la única sustancia divina. 

Esta verdad es, junto con el Kerigma, el breve credo de los catecúmenos. Entre el monte y Jerusalén se encuentra el pozo con forma de cruz. Es la fuente de la que brotará el agua viva que, desde ahora, es capaz de iluminar la mirada de la samaritana. 

Esta mujer elegida por Jesús para una gran revelación, a pesar de su vida llena de chismes, representa a la Humanidad-Esposa, que, por muy indigna de amor que sea, recibe gratuitamente el agua de la vida. 

Así se revela otra característica del Bautismo, la de la esponsalidad. Unida a Cristo esposo, nuestra Humanidad participa de la divinidad del Esposo: al hacerse una con Cristo en su muerte, resucita a una vida nueva en la gracia de la vida trinitaria. 

La samaritana, sanada por el agua viva de Cristo, corre a anunciarlo, deja su cántaro gastado y se convierte en testigo de la fuente viva del bautismo, fruto de la cruz. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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