La Presentación de Jesús en el Templo
José siempre lleva en las manos las palomas, ofrenda de los pobres, prescrita por la Ley de Moisés para el rescate de los primogénitos. El símbolo de la paloma aparece aquí y allá en toda la Escritura, cargándose cada vez de diferentes significados.
La paloma aparece al principio del relato bíblico en el episodio de Noé, donde el patriarca preabrahamita, al final del diluvio, deja volar una paloma para comprobar el estado de la tierra emergida de las aguas.
Lo que, relacionado con el arco iris, se ha identificado como signo de paz es en realidad un símbolo muy complejo.
Tantas veces se representa a Noé que libera desde la ventana del arca una paloma inmaculada, símbolo del pueblo redimido por el bautismo, y observa, no sin preocupación, al cuervo que aún se demora sobre los cadáveres que flotan en el agua.
El cuervo alude al hombre que sigue siendo pecador y que, indiferente a los acontecimientos salvíficos divinos, sigue vagando por los caminos de sus inclinaciones malvadas.
Para los cristianos estaba claro que la paloma, por su canto lastimero y gutural, era un signo del Pueblo que gemía por el deseo del Templo (y, por tanto, del sacrificio) y de la salvación mesiánica.
Así, también en la ofrenda sacrificial para el Templo, las parejas de tórtolas o palomas simbolizaban la angustiosa espera del Mesías: una de ellas servía para el holocausto y la otra para el sacrificio expiatorio.
En una singular Presentación de Jesús en el templo, de Quentin Massys, las palomas se encuentran en el centro de la escena. Se las ofrece a Simeón un José asustado, que parece darse cuenta de repente del significado del gesto religioso que está realizando.
Esa redención de Jesús será solo el comienzo de otra redención muy diferente: mientras José redime a Jesús, reconociéndolo como hijo, otro Padre —Dios mismo— redime a la humanidad por medio de ese Hijo.
Massys ve en el acontecimiento de la Presentación la profesión de fe de María y José y, con ellos, del pueblo de los anawim, en la llegada del Mesías. Paloma, por otra parte, en hebreo se dice «giona», nombre del profeta imaginario que simboliza a todo el Pueblo de Israel.
Si José sostiene solo las palomas, María sostiene una vela, signo de su fe en Cristo y en la obra de redención que comienza precisamente en ese momento.
Detrás de José se ve a la profetisa Ana de Fanuel, anciana asidua del Templo de Jerusalén, que también sostiene una vela. Al fondo, otras cuatro velas, símbolo de los puntos cardinales, narran otras profesiones de fe destinadas a multiplicarse.
El muy humano Niño Jesús de Massys parece asustado. Una paloma lo mira, es la que será ofrecida en holocausto, como le sucederá a ese niño un día en la cruz; la otra, en cambio, nos mira y nos pide, implícitamente, nuestra disponibilidad para ofrecer cada día el sacrificio de nuestra fe.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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