viernes, 18 de abril de 2025

Jesús en las aguas del Jordán.

Jesús en las aguas del Jordán 

En el Monasterio de Nea Moni, en Grecia, un mosaico maravilloso representa a Jesús bautizado, sosteniendo literalmente el río Jordán. No es el agua la que inunda a Cristo, sino que Cristo se reviste con esa agua y la bendice, santificándola así en vista de nuestro bautismo. 

El Monasterio de Nea Moni -Nuevo Monasterio-, dedicado a la Asunción y situado en la isla de Quíos, en Grecia, está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Fueron Constantino IX y la emperatriz Zoe quienes encargaron los preciosos mosaicos después de que un icono milagroso apareciera en el lugar en 1094. Entre ellos, el mosaico con el Bautismo de Jesús es uno de los más interesantes. 

Cristo está literalmente sumergido en las aguas, pero, al mismo tiempo, no es el Jordán el que lo cubre, sino Él quien lo sostiene: todas las aguas se recogen alrededor de Cristo, exactamente como el rollo de la Torá alrededor del Capitulum. 

Se podría comentar esta obra con las palabras de San Pablo: recapitular en Cristo todas las cosas, celestiales y terrenales (cf. Ef 1,10). El momento es tan solemne que Juan el Bautista, que suele vestir con pieles de camello, lleva el mismo traje que los ángeles. 

En el agua hay otros dos hombres: uno, más cerca de Jesús, es la personificación del Jordán y tiene en la mano una jarra de agua; el otro, en cambio, es un hombre que, sumergido en las aguas, está recibiendo el bautismo. Este, a diferencia de Cristo, parece flotar en las aguas del Jordán, a merced de ellas. 

Este diálogo entre una representación «real» de la realidad -el baño de un neófito- y una «irreal» -la forma en que Cristo se encuentra en las aguas- tiene un propósito teológico y catequético. Cristo no tenía ninguna necesidad de ser bautizado, ya que era sin pecado y, por lo tanto, el bautismo de penitencia predicado por Juan no le concernía en absoluto, pero se sometió a esa inmersión presentándose ante el Precursor. Este gesto tenía un doble propósito: confirmar la veracidad de la misión del Bautista y santificar las aguas en vista de nuestro Bautismo. 

El río Jordán -personificado en toda la iconografía antigua- era, según la tradición judía, uno de los ríos del Paraíso terrenal. Sus aguas se consideraban, por lo tanto, aguas primordiales, y santificarlas significaba idealmente santificar las aguas del mundo entero. Cristo, con su bautismo, santifica las aguas en previsión de nuestro bautismo. 

Pero hay un tercer significado aún más teológico y sugerente. El bautismo es inmersión: Cristo prefigura así su inmersión voluntaria en la muerte. También nuestro bautismo es inmersión en la muerte de Cristo y nuestra emergencia es participación en su resurrección. El mosaico nos muestra que, mientras Cristo sostiene la muerte -solo Él puede dar su vida y recuperarla-, nosotros, los hombres, sucumbimos a ella. 

Otros personajes se mueven en el mosaico. Además de los dos ángeles, cuya proporción es mayor que la de los demás porque con ello se quiere indicar la superioridad de su conocimiento del Misterio, hay dos personajes detrás de las colinas, tal vez discípulos del Bautista (¿Andrés y Juan, futuros discípulos de Jesús?). 

Pero tal vez, debido a su tamaño intermedio y a la proximidad de este episodio al de la Transfiguración, encarnan más bien la Ley y los Profetas que dan testimonio de la verdad bíblica de lo que está sucediendo. De hecho, en el Bautismo, al igual que en la Transfiguración, se produce la primera manifestación de la Trinidad. 

El mosaico, deteriorado en su parte superior, seguramente mostraba la imagen de los cielos abiertos y la mano del Padre señalando a su Hijo Unigénito. Más abajo se ve la paloma que desciende sobre Jesús para quedarse con Él, como atestigua el evangelista San Juan. 

En proporciones aún más pequeñas hay tres figuras que, cerca de la orilla del Jordán, esperan el bautismo. Uno ya está desnudo y se dispone a sumergirse, otro vestido de rojo se está quitando la túnica, mientras que un tercero permanece inmóvil, a la espera. 

Los colores de sus vestidos no son casuales: rojo y azul. Indican respectivamente la divinidad y la humanidad de Cristo -este significado es válido para Oriente, ya que en Occidente la atribución simbólica de estos colores es inversa-. 

Cristo se despojó de su divinidad para revestirse de nuestra carne, esto es lo que revela su Bautismo. Pero en virtud de esto, por el contrario, nuestro bautismo sustrae nuestra humanidad a la muerte y nos abre a la condición eterna de la divinidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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