La adoración de los Magos
En una capilla alemana hay un espléndido belén, donde pastores y Reyes Magos comparten el esplendor de la Navidad, que Ludovico Seitz ha sabido representar con gran elegancia.
La cabaña en ruinas de David está iluminada por la luz, bajo el elegante pincel de Lodovico Seitz. En el compartimento dedicado a la maternidad divina, de la Capilla Alemana de Loreto, el pintor alemán nos ofrece la maravillosa escena de la adoración de los Reyes Magos y los pastores, capturada en una sola mirada.
Detrás de la Virgen Madre se vislumbran los tejados de la cabaña, que el júbilo de los ángeles ha bordado con oro y brocado. El banco en el que se sienta María se ha convertido así en un trono y Ella, envuelta en el cielo, muestra al Verbo divino hecho carne.
Si la Virgen es bella y pensativa, el Niño mira fijamente delante de sí y, escudriñando el mundo en el que está entrando, ya abre los brazos en forma de cruz, signo de la entrega total de sí mismo.
La comitiva de los Reyes Magos llega por la derecha. Los tres reyes, como es habitual en el arte, cuentan con sus posturas el itinerario de la fe.
El Niño, envuelto en pañales, se asemeja al rollo de la Torá, ahora manifestado en la carne. Él puede ser el retrato de un niño real, casi como para reforzar la verdad de la Encarnación. Cristo, por tanto, ha tomado nuestra verdadera carne. Es difícil creer en el parto virginal de María; es difícil creer, si no fuera por el resplandor de la corte celestial que ha venido a rendir homenaje al gran Rey, que el Mesías pueda nacer en un lugar así: ¡un edificio de madera con techo a dos aguas y un banco a modo de trono!
Las diferentes posturas de los Magos expresan la lejanía o la cercanía al Misterio. El primer Mago, africano, está fuera, como los pastores. Llega en ese momento, todavía agotado por las fatigas del viaje; como su burro, está deseoso de comprender, de conocer al Niño-Rey indicado por la estrella. Acompañado por un perro, símbolo de fidelidad, se inclina hacia delante, pero está totalmente condicionado por los seres humanos, como lo demuestran su caballo, las riendas, el cetro y la vestimenta.
Un segundo Mago, a la derecha de la Virgen, está recogiendo un regalo de un pequeño sirviente para ofrecérselo a la Madre. Ya está conquistado por la fe, pero aún ligado a un «dar y recibir» que, no pocas veces, lleva a la presunción.
Solo el tercer Mago, el más anciano, es el perfecto adorador del Verbo. Arrodillado, ha depositado su cofre de mirra en el suelo, justo al lado del animal del sacrificio. Se quita la corona y el manto, similar a una capa pluvial, que le cae de los hombros: su camino espiritual ha concluido, este Mago, como el apóstol Juan ante el sepulcro vacío, ha visto y ha creído.
La narración pictórica está llena de símbolos. Los regalos de los tres Magos: un incensario, con volutas de humo que se elevan hacia el cielo, en referencia al salmo 141,2 (como el incienso, que mi oración suba hacia ti); un velero todo de oro, que remite a los barcos de Tarsis anunciados por Isaías (Is 60, 9) y por los salmos (sal 72) y, por último, el regalo de la mirra guardada en un relicario, que remite al martirio de la cruz.
En el primer escalón del lugar donde se sienta María, un friso hexagonal encierra un juego de 24 cuadrados + 4 laterales: al igual que el 6 es una referencia al día de la creación del hombre, al sexto día del pecado, el 4 es el número de la violencia humana (descuartizar, partir en cuatro, decir cuatro, etc.). El friso indica claramente que el Rey aquí adorado ha venido para salvar al hombre de las consecuencias del pecado original y, en definitiva, del principal enemigo del género humano, que es la muerte.
Se abre un paso, a la izquierda frente al Niño Jesús, y aquí, al fondo, se encuentra solitario San José, justo en correspondencia con el cordero sacrificial. Humilde y discreto, Él es el verdadero corazón del fresco y, gracias a su testimonio, también nosotros, entre Magos y pastores, podemos decir que hemos visto la Gloria del Verbo Encarnado y que aún hoy, aquí y ahora, estamos dispuestos a adorarlo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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