viernes, 18 de abril de 2025

El Triduo Pascual pintado en una cruz.

El Triduo Pascual pintado en una cruz 

El rostro dolorido de Cristo, con los ojos cerrados y rodeado de un mundo de símbolos que educan al creyente en el amor misericordioso de Cristo. 

Es imposible no levantar la vista hacia una cruz pintada, hermosa y majestuosa, cargada de simbolismo. Quizás única en su género. 

El Cristo majestuoso y blanquísimo descansa los brazos sobre la cruz como para alcanzar los confines de la tierra. 

Las heridas de los clavos derraman chorros de sangre y los pies están clavados juntos y no separados, como era habitual en los crucifijos hasta el siglo XI. 

Este es ya el Christus Patiens, con el rostro dolorido y los ojos cerrados. 

De su costado herido brotan siete chorros de sangre que caen idealmente sobre el altar situado debajo. Los otros dos chorros de sangre corren a lo largo del cuerpo del Salvador. 

Esta herida es la fuente de los siete sacramentos y del nuevo mandamiento dado por Jesús a los suyos (el amor a Dios y el amor al prójimo). 

De aquí nace la nueva Eva, la Iglesia, simbolizada por la Virgen y San Juan, que se encuentran en los extremos del brazo horizontal de la cruz. 

Hay una poderosa referencia simbólica al Jueves Santo, al momento en que Cristo instituye la nueva Pascua con su sangre. El pan y el vino distribuidos en la Última Cena a los suyos, signo de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada, revelan todo el significado en la hora de la cruz. En la cruz, Cristo es verdaderamente el pan de vida que se entrega a sí mismo como alimento. 

En la cruz descansa el Cristo, Señor de todas las cosas, el Juez, Rey y Sacerdote, aquel que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos por medio de su Palabra poderosa, una espada de doble filo que penetra hasta la médula revelando al hombre la verdad. 

Al fiel que se acerca al altar o que participa en la Liturgia de la Eucaristía, la cruz le resume los días más importantes del año litúrgico: el Triduo Pascual. 

Son los días fundacionales de nuestra fe y narran el kerygma: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, y se apareció a Cefas y luego a los Doce» (1 Cor 15, 3-5). 

Sí, Cristo padeció por nosotros y se entregó libremente a la muerte por nuestra salvación. Y que este hombre crucificado se entregó libremente se deduce de la majestuosidad de su muerte que, precisamente, da libremente su carne. Y esto no ocurre principalmente por expiación, sino por la vida de sus pequeños. 

Del mismo modo, su rostro no es el de un juez implacable que infunde temor, sino que transparenta un Dios misericordioso y fiel: el Señor Jesús juzgará al mundo a partir de la medida de este amor. 

Así, las cruces pintadas, a pesar de la abundancia de ríos de sangre y de la evidencia de la palidez mortal, no quieren representar un dolor, sino revelar un amor cuya gracia santificadora se perpetúa en el tiempo gracias a la Liturgia de la Iglesia. Tanto en la Pascua de cada año como en la Pascua semanal. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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