Elogio de la gracia
La palabra «gracia» tiene una desconcertante variedad de significados. Las personas religiosas hablan de la gracia de Dios y dan gracias con la esperanza de permanecer en un estado de gracia. El lenguaje secular encuentra a bailarinas y gacelas agraciadas y elegantes. Las tres Gracias son antiguas deidades que conocemos por las pinturas renacentistas, cuyos propósitos y funciones son sorprendentes. En cualquier caso, son decorativos, mientras que menos decorativos son los duques y arzobispos, a los que se dirige en inglés como «Vuestra Gracia», mientras que al soberano se le llama «Vuestra Graciosa Majestad».
Tratemos de permanecer en gracia de nuestros superiores o, si es necesario,
de congraciarnos con ellos. Luego tenemos crueldades gratuitas, gratificaciones
satisfactorias y felicitaciones sinceras; y personas agradecidas e ingratas,
tal vez porque están desdichadas, tal vez porque no han obtenido la gracia, es
decir, el perdón de la pena. El cristiano invoca a la Virgen María con el
apelativo de «llena de gracia», la palabra clave del anuncio del ángel, pero
¿qué significa esto? Y al final, podríamos preguntarnos legítimamente, ¿qué une
a todos estos significados tan variados de gracia?
La palabra griega antigua que traducimos como gracia es charis (como en carisma y eucaristía, así como en caridad). La reconocemos en el moderno efharistò («gracias»), una de las palabras más conocidas de la lengua griega. Ahora bien, charis también se encuentra en una impresionante serie de contextos, sobre todo en la literatura, donde está presente en el esplendor de las jóvenes o en la gloria que los valientes soldados en la batalla otorgaban a su comandante; charis era un signo de nobleza y esplendor y coronaba el momento de gloria suprema en la victoria olímpica. En resumen, la charis/gracia aparecía en los momentos más elevados de la vida de la antigua Grecia, momentos que daban placer.
Tanto el don como el placer contribuyen a la formación del concepto de gracia, cuyo sentido se prolonga hasta nuestros días. La gracia es placer y alegría, o mejor dicho, algo que trae alegría y placer, una especie de fuerza activa que produce alegría. Sin embargo, no se trata de un placer solitario e individual, ya que la gracia es un placer social, mutuo, recíproco. Si me haces un favor, es decir, si actúas de manera que me des alegría, te lo agradeceré (si no soy ingrato). Dar las gracias, o simplemente decir gracias, es un gesto de respuesta que expresa sentimientos de agradecimiento por un placer o favor recibido. El agradecimiento mantiene unidas a las personas a través de la experiencia del placer y el intercambio de placer.
Las tres Gracias no solo bailan juntas: bailando con gracia se intercambian regalos, gratuitamente, a cambio de nada más que una palabra de agradecimiento. El verdadero regalo, como todos sabemos, es gratuito y no requiere pago ni otro regalo equivalente: solo un poco de gratitud. Sin embargo, ni siquiera regalarse regalos y favores basta para comprender el sentido (antiguo y quizás también moderno) de la gracia en todos sus valores estéticos, sociales y teológicos. En resumen, la «fórmula» de la gracia, si queremos inventar una, presenta varios componentes: gracia = placer + don + belleza + movimiento + esplendor.
Esplendor, sí, claro, el esplendor que está en el nombre de una de las Gracias (Aglaia, la resplandeciente). Las tres Gracias se mueven en un baile circular, intercambiando regalos que dan placer. Esta es la imagen de las Gracias del arte helenístico y romano, copiada por los artistas del Renacimiento: tres figuras femeninas que se mueven en círculo con los brazos entrelazados y regalos en las manos. Doncellas vírgenes, porque puras y no corrompidas por el don.
No es de extrañar que este ámbito de significados, al pasar al cristianismo, haya dado lugar a una gracia que es la benevolencia manifestada gratuitamente por Dios hacia la criatura humana; como un soberano que hace regalos a un súbdito no porque esté obligado a ello, sino porque le gusta. En San Pablo y San Agustín, los dos máximos teóricos de la gracia cristiana, en los que se inspirará Lutero, la gracia se convierte en la salvación que Dios da a los hombres, sin que ellos hayan hecho nada para merecerla, a través del don, libre y amoroso, de su propio hijo. San Agustín, en particular, combina la gracia divina con la caridad humana, que hace ascender al hombre: y ahora sabemos que en ambos casos, gracia y caridad, se trata de dones, hermosos y resplandecientes, en movimiento, que traen placer.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario