Elogio de la inquietud
La inquietud es la condición en la que experimentamos una sensación de desorientación, que nos advierte sobre el estado de estabilidad o inestabilidad de nuestro malestar y nos hace buscar una nueva orientación. La inquietud es una de las claves fundamentales de la desorientación.
Es precisamente cuando uno está desorientado cuando comienza la reflexión sobre las decisiones que hay que tomar en la vida. Las nuevas situaciones, los nuevos problemas mantienen la orientación en una inquietud constante. Por eso la inquietud es la atmósfera básica de la orientación.
Si las situaciones no son ni previsibles ni calculables ni verificables, domina la inquietud de si se ha orientado correctamente tomando decisiones acertadas; la inquietud puede transformarse en miedo a no haber tomado la decisión adecuada. Y el miedo puede degenerar, en casos extremos, en desesperación si la duda sobre las propias posibilidades de acción paraliza la acción misma. Por último, la desesperación puede conducir a la depresión, a la percepción de la derrota y a la sensación de impotencia.
Si, por el contrario, la orientación tiene éxito y la dirección tomada conduce a una solución satisfactoria, la calma será el signo y la medida de la orientación exitosa, y en la calma se calmará la necesidad de orientación. Nietzsche concibió la inquietud y la calma como polos de la necesidad de orientación. De hecho, en La gaya ciencia, el filósofo alemán escribe que nuestra necesidad de conocimiento deriva de la búsqueda de la tranquilidad; la alegría de conocer manifiesta la recuperación del sentido de seguridad y la orientación reencontrada.
Desde una perspectiva de la historia del pensamiento, la inquietud del alma humana es uno de los grandes temas de la filosofía, desde San Agustín hasta los filósofos existencialistas y más allá. De hecho, todos han notado que en el fondo del alma vibra un continuo sentido de insatisfacción, una especie de umbral de inquietud: mientras esta permanezca en un nivel bajo, es tolerable e incluso positiva, ya que constituye un resorte para la acción y el cambio y, si es posible, para la mejora de las propias condiciones.
Sin embargo, cuando el nivel de inquietud sube demasiado, provoca una situación de malestar que puede transformarse en un dolor intenso.
En el extremo opuesto, sin embargo, ¿qué tenemos? La quietud eterna (requiem aeternam), la muerte, el descanso perpetuo implorado por la oración cristiana por los muertos. Según el filósofo y teólogo San Agustín, la tranquilidad del alma se alcanza descansando en el Señor (inquietum est cor nostrum donec requiescat in te). Y aquellos que no creen y deben arreglárselas con sus pobres recursos humanos, ¿dónde encontrarán consuelo y descanso?
La vida parece oscilar entre la quietud eterna y el movimiento perpetuo, si queremos identificar dos puntos extremos. Como en la oscilación del péndulo. Pero no llegaría al pesimismo de Schopenhauer, que sostenía que la vida es un péndulo que oscila entre el dolor y el aburrimiento. La vida, casi todas las vidas, es probablemente un poco más alegre y conoce mejores momentos que no solo el aburrimiento y el dolor, como también los conoció la vida de Schopenhauer, sobre todo en la vejez.
La vida es movimiento y quietud, actividad y descanso en la justa medida (aunque hoy hemos invertido los polos, ya que nos agitamos en vacaciones y nos sentamos y nos quedamos quietos en el trabajo, mientras que antes las vacaciones eran el descanso y el trabajo el esfuerzo de la actividad. El séptimo día, incluso el Creador descansó, ciertamente no fue a correr o a escalar rocas como hacemos nosotros).
Creo que una vida de solo descanso y de tranquilidad exclusiva, en sentido literal y metafórico, es una especie de vida de muertos, si se me permite el contrasentido. Es mejor un poco de sana inquietud que una satisfacción total y permanente: ¿no es preferible levantarse de la mesa con un poco de apetito que estar completamente saciado y lleno?
Analizando a su vez las metáforas de la inquietud, sabemos que para representar estados de ánimo y emociones nos servimos de términos tomados del estado físico de un cuerpo, como estar tranquilo o agitado, en tempestad o en calma, caliente o frío, blando o duro y rígido, áspero o liso, sereno u oscuro y sombrío, etc.
Por otro lado, ¿de dónde sacaremos las palabras para hablar de los sentimientos, que no se ven ni se tocan, sino a través de los objetos que nos rodean, que sí son visibles, tangibles y palpables? Por ejemplo, un estado de ánimo se define como inquieto o agitado tomando prestado el estado del mar sacudido por el viento y las olas. Las aguas marinas, siempre en movimiento y agitadas, nos ofrecen y nos han ofrecido la posibilidad de hablar de nuestra movilidad, agitación e inquietud interior.
Yo tomaría como autor emblemático al mismo San Agustín de las Confesiones, a pesar de su declaración de principios en la que el corazón encuentra la paz en el Señor. San Agustín busca, se atormenta, indaga, repite esa frase como para convencerse a sí mismo. Y junto a él pondría a una pensadora contemporánea, María Zambrano, creyente como San Agustín, pero inquieta en el alma y en el cuerpo como él, que se trasladó continuamente, a Cuba, a México, a París, a Roma, a Ginebra, para volver a morir en su España; como San Agustín, que desde las costas de África se fue a Roma, a Como, a Milán, y luego de nuevo a África, como si la búsqueda de Dios se acompañara en él de la búsqueda de un lugar físico donde poder posarse y descansar.
En situaciones siempre diferentes, siempre por dominar de nuevo, la inquietud y la tranquilidad de la orientación intercambian continuamente su posición, en continua oscilación. En la oscilación de la orientación entre inquietud y tranquilidad, la inquietud no es necesariamente un valor negativo y la tranquilidad un valor positivo.
La inquietud surge no solo cuando sucede algo sorprendente, sino también cuando no sucede nada sorprendente y la orientación ya no tiene función. La inquietud surge tanto en caso de sorpresa como en caso de aburrimiento, tenemos miedo a los cambios pero deseamos novedades. ¿Y entonces? Los cambios traen alegría y vitalidad: los buscamos en la aventura (del latín advenire, lo que viene hacia nosotros), que puede ser deportiva, turística, política, económica o incluso científica y artística, si es posible creativa y productiva; y los buscamos también en la aventura de lo cotidiano, en la búsqueda y experimentación de nuevas recetas, nuevos amigos, nuevas actividades.
Si la orientación se concibe en este sentido como vital y alegre, oscilando entre la tranquilidad y la inquietud a través de acontecimientos desagradables, sorprendentes, agradables, lo que se percibe como tranquilo o inquietante depende de lo que interpretamos como causa de los acontecimientos.
De hecho, somos osciladores que oscilan y dependen mucho más de lo que pensamos— y que oscilan entre estados de quietud y estados de inquietud; somos osciladores que, sujetos a un punto fijo, oscilan de un lado a otro buscando orientación para alcanzar el estado de quietud, pero que, una vez alcanzado, vuelven a desear la inquietud del cambio.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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