jueves, 10 de abril de 2025

Elogio del estupor.

Elogio del estupor 

Asombro es una palabra filosófica por excelencia. Siempre se repite que al comienzo de la filosofía está el asombro, la maravilla, el estupor. Lo afirman Platón y Aristóteles, y de ellos lo hemos aprendido. El asombro, la sorpresa repentina, el súbito no comprender más el propio ser y el de la mundo estimulan a plantearse preguntas que desembocan en la búsqueda de respuestas. Este sentimiento o estado de ánimo era llamado por los griegos thaumàzein, donde en ese thàuma estaban tanto la alegría de lo nuevo como la angustia de lo desconocido. 

Según Ernst Platner, un ilustrado alemán tardío seguidor de Leibniz y autor de dos volúmenes de Aforismos filosóficos, el asombro es una «fuerte y rápida sacudida de la atención hacia un objeto nuevo e inesperado, del que el alma no sabe al principio si es bueno o malo, es decir, cuyo comportamiento con ella misma no conoce en el primer momento de su aparición». 

La definición es poco conocida, pero muy profunda porque pone de relieve, en la primera parte, el estrecho vínculo entre el asombro y la atención. La atención está ahí, presente, parece un estado preexistente, necesario y suficiente, sobre el que cae el objeto «nuevo e inesperado» que la mueve enérgicamente, la sacude y la incita a generar asombro, maravilla. 

Platón y Aristóteles se ocuparon del asombro; el primero cuando declara, en el diálogo Teeteto (155d), que «es propio del filósofo lo que tú sientes, estar lleno de asombro: el filosofar no tiene otro comienzo que este»; el segundo cuando afirma, en Metafísica (I, 2, 982b12) que «los hombres han comenzado a filosofar, ahora como en el origen, a causa de la maravilla». También es importante la reanudación del tema en épocas más recientes por parte de dos filósofos alemanes: Immanuel Kant, cuando menciona las dos cosas que más asombro y maravilla suscitan en el hombre: el cielo estrellado sobre mí, la ley moral dentro de mí; y Martin Heidegger, que trata sobre ello en ¿Qué es la filosofía?, elaborando precisamente el motivo platónico-aristotélico del asombro como principio de la filosofía. 

El asombro es el estado de quien permanece «atónito» (del latín ad-tonare, tronar), como aturdido por el trueno; es la condición de quien, ante un acontecimiento sorprendente, permanece quieto e inmóvil. Nos quedamos quietos e inmóviles, estamos atónitos y sorprendidos por la sorpresa que nos atrapa, nos agarra y nos golpea, sor-prender (lat. super-prehendere), tomar por encima, asaltar. La sorpresa por lo nuevo e inesperado capta nuestra atención desde arriba de manera impredecible, haciendo inútiles las previsiones y prevenciones; la sorpresa rompe la experiencia, la sorpresa se desvía de nuestras expectativas y del curso normal de las cosas, viene dada por lo imprevisto y lo sensacional, es decir, por la sensatio, que involucra todos los sentidos, pero también el intelecto, si sensatus, sensato, es lo que es razonable en cuanto dotado de sentido. 

Si algo nos sorprende, es porque es inesperado y nuevo, es diferente de lo esperado, no es reconocible como lo conocido y habitual, no es familiar, pero sobre todo porque emana una fuerza inusual que nos «atrapa» con su mensaje, con lo que tiene que decirnos. Por lo tanto, hay que estar atentos para «aprovechar el momento» de la sorpresa que asombra y dejarse sacudir, si se quiere intentar iniciar un proceso creativo. 

En el ámbito filosófico, como en otros contextos, es importante mantener la condición de asombro, sorpresa y maravilla: este es el sentido del asombro como principio de la filosofía, interpreta Heidegger, y el principio es aquello de lo que algo deriva. Pero no en el sentido de que lo que viene primero da lugar a otra cosa y luego se va. No es que una vez que se extingue el asombro, la filosofía sigue adelante y el asombro se vuelve superfluo. 

El asombro es, como el agua para Tales de Mileto, principio, en cuanto inicio y característica permanente. Lo importante es entonces «mantener vivo el asombro como tal, no transformarlo con demostraciones y explicaciones en algo conocido y conocido». Aunque el asombro se suscite por el no saber, no se descarte cuando la búsqueda de las causas y razones de los fenómenos haya conducido al estado de saber. Manténgase, a pesar del auge de la ciencia y el conocimiento, el asombro por lo cotidiano y lo casual, lo finito, lo irracional y lo contradictorio, lo insignificante y lo sin sentido. 

Mantener una actitud abierta hacia lo otro, lo diferente y lo nuevo, con esa disposición que Heidegger llama admirablemente «Gelassenheit» (serenidad), y Adorno «la mirada larga e inocente sobre el objeto», refiriéndose con ello a la inclinación a presentarse atentos, abiertos y relajados ante los encuentros con cosas, acontecimientos y personas. Atentos pero no tensos, esto es importante, atentos, despiertos, pero al mismo tiempo tranquilos e inocentes, dispuestos a sorprenderse y a aceptar que lo que es no es solo y no es principalmente razonable, racional, expresable en conceptos. Es decisivo mantener una disposición «relajada», gelassen, asombrarse ante las cosas, los acontecimientos y las personas, dejar que nos sacudan la atención y dejar que la creatividad actúe al confrontarnos con lo que tienen que decir. 

Pero no solo el asombro está en el origen de la filosofía, también lo es el agua. Fue Tales de Mileto, el primer filósofo, quien afirmó sobre el agua, en lo que se considera el primer vagido de la filosofía: «El agua es el principio de todas las cosas». El hecho de que al comienzo de la filosofía esté el agua no debe interpretarse, o no debe interpretarse únicamente, como un dato empírico y material; sino más bien como un símbolo metafórico cuyo sentido filosófico va más allá del símbolo y su significado. 

Este término sugiere un aspecto dominante del devenir, es decir, la imagen del río, metáfora eminente del tiempo y de la vida, que ha influido durante siglos en el pensamiento filosófico. El origen del río, la fuente, es también el origen del devenir; para Tales, principio de todas las cosas y principio del filosofar y de toda la filosofía. No sabemos cómo imaginó Tales el ser de esta agua originaria. Sin embargo, es muy probable que no pensara en una materia de la que todo tiene origen, sino que tratara de comprender la forma de originarse y permanecer. La propia del agua es la moción que es devenir inmediato; es el salto que pone en movimiento la diferencia y que nos hace preguntarnos si sin el postulado del agua de Tales la filosofía habría tenido algún comienzo. 

Donde Tales decía arché, nosotros decimos fuente, mejor origen, usando un término de derivación latina que, en forma adjetival, tiene varios significados. Original se dice 1. de lo que está cerca en el tiempo del origen (originario más precisamente); 2. de persona extravagante, fuera de lo común. Pero original también designa 3. lo que no es copia, imitación o reproducción, ya que lo que tiene que ver con el origen tiene derecho a la autenticidad. 

En la fuente, donde el agua es clara y transparente, la información sigue siendo auténtica, no falsificada, verdadera. Como si la fuente, el origen, poseyera un grado de claridad, pureza y transparencia que se pierde en el posterior fluir. Esto se ve en el uso del argumento etimológico en filosofía, que muchos autores adoptan para tratar de captar la pureza del concepto en el significado del origen, como si en la fuente del origen se ocultara la verdad. 

Por eso el doble significado de «principio», principium, arché: arché como inicio, origen, fuente, y arché como elemento constitutivo, lo que da cuenta de una cosa, lo que contiene y hace comprender sus propiedades esenciales y características. Por lo tanto, no un principio que está ahí al principio, que causa algo y luego desaparece. Sino un principio que sigue cada paso de aquello que estaba en el origen, que está ligado al tiempo y está en el tiempo, y también en el espacio, en cierto sentido. Principio común al agua y al asombro. 

El asombro original, el thauma, no es siempre y solo un momento de gracia, un sentimiento positivo: posee una dimensión de horror y angustia que experimenta quien se encuentra en contacto con una realidad desconocida, ignota, diferente, tan diferente que provoca turbación y angustia. Es un sentimiento que caracteriza al migrante cuando llega a lugares donde la lengua es desconocida, el entorno es desconocido, aterrador y frío, y las miradas son hostiles. Veo la angustiosa sorpresa en los rostros de los migrantes, junto con la feliz sorpresa en este éxodo que involucra a cientos de miles de personas que sufren desorientación, asombradas y oprimidas por el tháuma, y que fluyen sobre el agua y la tierra como agua, como ríos, como arroyos, más que raíces que los mantienen firmes y clavados a su propio origen. 

La imagen del agua y su principio/arjé de asombro y maravilla no hace prisioneros del origen, sino que libera un flujo de transformaciones, dando la idea de una tradición en perpetuo cambio y devenir. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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