Emaús según Soren Köder
Los dos de Emaús no querían que aquel misterioso Compañero los dejara. Huían de Jerusalén con los ojos llenos de la imagen de su Maestro clavado en un madero, en lo alto de una colina, cordero degollado al que no le quebraron ningún hueso. Huyeron sin esperanza: «No era ese el Mesías que esperábamos, nos hemos equivocado, nuestra idea del Mesías no se ajusta en modo alguno a un perdedor, a uno que muere fuera de las puertas de la ciudad, en el Gólgota».
Mientras caminaban, absortos en estos tristes pensamientos, aquel Peregrino que se les acerca los anima. Lo hace primero con su Presencia y luego con preguntas. Les recuerda las profecías de las Escrituras sobre el Mesías, el sufrimiento del Justo. Evoca la cruz en la cima de la colina, la serpiente de bronce en la asta de Moisés, el cordero degollado cuyos huesos no deben ser quebrados.
Esas palabras tan certeras los consolaron y desearon retenerlo: «Señor, quédate con nosotros, que se hace de noche». Entran en la posada y él también con ellos. Allí, cuando el Compañero parte el pan, ocurre lo indecible. La habitación se llena de luz, lo ven, lo reconocen al partir el pan, pero el Compañero desaparece dentro de esa misma luz que les ha abierto los ojos.
Soren Köder, después de retratarlos en el fondo, en la hora sombría y rojiza de la tarde, los fotografía así, atónitos y sorprendidos por esta visita inesperada, cargados de una nueva comprensión.
Un discípulo está vestido de azul y mira conmovido el pan que tiene en las manos. Está absorto en el misterio que emana del gesto de partir el pan. Por eso viste de azul, color de la divinidad y de la interioridad.
El otro discípulo está vestido de rojo. Encendido por el fuego de la caridad que ha dejado esa presencia, sostiene en sus manos el vino, símbolo de la alegría, pero también signo de la sangre. Comprende que la vida de Aquel que los ha dejado los impulsa al anuncio.
El Evangelista San Lucas, por otra parte, único narrador de este episodio, inscribió el acontecimiento en los verbos de la celebración eucarística. La escucha de la Palabra, la bendición y la fracción del Pan, el impulso de la misión surgido de un encuentro. He aquí, pues, la Iglesia. Está aquí, en la escuela del Primer Testamento y de estos tres verbos que forman el Misterio de la Presencia de lo Nuevo.
Soren Köder, siguiendo a San Lucas, pone en primer plano los rollos del Tanak. Son tres: la Torá, los Nevim y los Ketuvim, es decir, la Ley, los Profetas y los demás escritos, entre los que se encuentran, según San Lucas, los Salmos. Es en los Salmos donde se encuentra el mayor número de referencias al Salvador.
Soren Köder utiliza para cada rollo lenguas diferentes: el hebreo en primer plano, el griego en segundo plano y el alemán, su lengua materna, más alejado del observador. El sentido es claro: la Iglesia ha establecido un canon que indica cuáles son los libros verdaderamente inspirados y, por lo tanto, «sagrados», pero no ha especificado en qué lengua. Esto permite prestar especial atención a todas las lenguas en las que se encuentran los textos antiguos, hebreo, arameo y griego, pero también ha permitido a la Iglesia realizar traducciones a todas las lenguas modernas, facilitando la escucha y la difusión del Evangelio.
La mesa sobre la que descansan los rollos es la misma sobre la que se colocan el pan y el vino, y está cubierta por un mantel luminoso recién planchado que conserva los pliegues con 12 cuadros.
Esta primera fractio panis, acompañada de la lectura cristológica de la Ley, de los Profetas y los Salmos, será el memorial que los doce difundirán por todo el mundo entonces conocido.
Es la modalidad sacramental mediante la cual aún hoy encontramos a Jesús. Entonces comprendemos el sentido profundo de esa luz que inundó la habitación después de que la presencia física del Resucitado en la piel del Compañero y Peregrino se desvaneció. Es la luz interior que envuelve a quienes conocen a Jesús no según la carne y la sangre, sino según el Espíritu y la gracia.
Además del cielo enrojecido con el Calvario y las tres cruces, a la derecha, al fondo, Soren Köder nos pinta ya exultantes por la Pascua: hay un misterio de gloria anunciado desde tiempos eternos en la Escritura, pero ahora cumplido para nosotros.
Es la Iglesia: un misterio que camina con nosotros, habla nuestra lengua y nos llena de luz.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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