Jesús, un Pastor Bueno - San Juan 10, 11-18 -
La imagen del pastor se utiliza ampliamente en las Escrituras de Israel para referirse a veces a Dios (Sal 23; Is 40,1; Jer 31,9), a veces el rey mesiánico (Sal 78,70-72; Ez 37,24) y a veces los responsables del pueblo (Jer 2,8; 10,21; 23,1-8; Ez 34). Y siempre en términos de guía y protección.
Imagen que Jesús aplica a sí mismo en el Evangelio de Juan: «Yo soy el buen pastor» o «Yo soy el pastor hermoso» (Jn 10,11), tal precisamente porque es bueno. Bíblicamente, una persona es bella cuando coincide con su propia verdad profunda, el buen corazón traducido en gestos de bondad; y de esa belleza-bondad Jesús es el arquetipo, él es el «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35), la luz del mundo (Jn 8,12), la puerta (Jn 10,7), la resurrección y la vida (Jn 11,25), el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), la vid (Jn 15,15), el rey (Jn 18,37) y también «el primero y el último y el que vive» (Ap 1,8.17).
La verdad de Jesús radica en que Él es el “Yo Soy” en el que el Padre se ha hecho presente y se ha manifestado como el Yo Soy amor para el hombre: pan, luz y vida para sus múltiples hambres, oscuridad y muerte, salida y puerta abierta a sus prisiones, a sus horizontes cerrados. El pastor dice todo esto, la compasión ilimitada de Dios en Jesús hacia las ovejas descarriadas (Mc 6,34), sin raíces, sin orientación, sin puertos de destino, buscadas una por una y puestas por Jesús sobre sus propios hombros, patria de los extraviados encontrados (Lc 15,3-7).
El evangelista San Juan, por su parte, se detiene en la descripción de la relación pastor-ovejas para significar la relación del Jesús terreno primero y del Jesús resucitado después con los suyos y con cada criatura: «Y tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas debo guiar» (Jn 10,16). Relación expresada por el vocabulario de «conocer» y «dar la vida», el alfabeto de la relación bella y buena.
Leamos: «Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí» (Jn 10,14; cf. 10,4); «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10); «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11.15). Pero, ¿qué significa «conocer al otro»? Significa verlo, llamarlo por su nombre, ser su guía, hacerle cruzar la puerta de los pastos de la vida, protegerlo, atravesar mares y montañas para hacer del amigo perdido un amigo reencontrado hasta dar la propia vida. Este es el conocimiento de Jesús (Jn 10,1-3.9.11-13; Lc 15,4-7), declinar la relación con el otro a la luz de una compasión cuyos pasos concretos, dicho de otro modo, son «elección»: «Yo os he elegido» (Jn 15,16), solo quien tiene ojos de amor sabe ver y elegir al otro (Lc 10,33); «preciosidad», cada uno tiene y es su propio nombre y conocer a alguien implica respetar su irrepetible unicidad y alteridad; «comunión»: «Una sola grey, un solo pastor» (Jn 10,16) en el conocimiento mutuo (Jn 10,14) y en la libertad (Jn 10,17-18). Y también «iluminación»: «Os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15), y lo que Jesús ha oído se puede resumir en la expresión «vida en abundancia».
Jesús sabe lo que el hombre realmente necesita, una relación bella y buena que lo abra a un profundo conocimiento de sí mismo y lo haga florecer en una existencia bella y buena abierta a futuros inéditos, aspectos inseparables. Para eso ha venido, para ser en la aldea humana el «Yo soy la puerta» (Jn 10,7) que introduce al conocimiento del amor exagerado del Padre, fuente primera de la que brota el conocimiento de sí mismo como amado enviado a amar en términos absolutamente exagerados. Los de Dios vistos en Jesús: «Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13), y para el Padre de Jesús todos lo son.
En esta perspectiva, el «conocimiento» no se agota en el saber filosófico, científico o teísta, sino que se nutre del ámbito experiencial, el «homo sapiens» es el iniciado en el conocimiento de sí mismo en términos de amado en forma bella y buena por el Pastor Bello y Bueno, es el iniciado en el conocimiento del otro como sujeto precioso que nos espera como enviados para cumplir con él el mandato y la deuda del amor. A este pasto de días en la belleza guía el Pastor, un más allá cuyo más allá se llama cumplimiento de lo ya iniciado.
«Errábais como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 Pe 2,25), un pastor que es al mismo tiempo cordero: «El Cordero... será su pastor y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida» (Ap 7,17).
El hombre se pregunta a sí mismo y mendiga en busca de su verdad, constitutivamente errante, de otro que lo ha custodiado y amado hasta la entrega de sí mismo, constitutivamente cordero, es guiado y llevado de vuelta, constitutivamente pastor, a su principio devuelto a su misterio.
La primera fuente de la que cada uno extrae vida es el acto de fe, esperanza y amor del Dios de Jesús hacia cada uno; el agua es la segunda fuente que se abre a días luminosos en una vida hermosa porque buena es el amor con el que el Padre nos ha amado en Cristo; la última fuente de la que cada uno extrae vida eterna que en el Resucitado se declara triste sin la compañía nunca concluida del hombre.
¿Qué es el Edén o Paraíso sin el hombre? Jesús es un Pastor verdaderamente único al adentrarnos en los pastos inefables de nuestro origen, generados por el amor, de nuestra tarea, enviados a amar, de nuestro destino, esperados por el amor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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