Las obras de la misericordia - Sieger Köder -
El centro de las siete obras de misericordia de Sieger Köder gravita en torno a una puerta abierta. La acogida es el eje central de esta obra. Pero ¿qué acogida? Una pregunta necesaria hoy en día.
Sieger Köder, reunió en un solo lienzo las siete obras de misericordia corporales. La obra se adapta especialmente para simbolizar las actividades caritativas que deben inspirar la vida de un cristiano.
En primer plano, de hecho, dos manos dan de comer a un hombre de color. Ese gesto, situado en primer plano, es el punto más profundo de la casa que alberga las obras de misericordia. Y esto es precisamente lo sorprendente, contrariamente a gran parte de la iconografía dedicada a este tema, Sieger Köder no elige como escenario ideal para situar las obras de misericordia un lugar al aire libre: una calle, una ciudad, sino que opta por una casa.
Podemos decir que, para Sieger Köder, todas las obras están marcadas, ante todo, por la capacidad de acogida de un hogar: la acogida del necesitado, del enfermo, del peregrino, la acogida de quien ha cometido errores en la vida y está pagando por ellos.
Esta casa está abierta a todas las necesidades. Solo una obra permanece fuera y es, lógicamente, la de la sepultura de los muertos. Sin embargo, también esta se puede ver gracias a la puerta abierta de esta casa. La puerta abierta expresa precisamente el corazón de esta familia ideal, que es la acogida del peregrino.
En segundo plano vemos dar de beber a los sedientos. Sorprende que la mujer que vierte el agua de la jarra en el vaso de un comensal esté vestida de rojo, el mismo rojo que se ve más allá de la puerta abierta, donde está la tumba con la cruz oscura. La verdadera sed del hombre es la sed de verdad y justicia, en última instancia, la búsqueda de sentido frente a la violencia y la muerte, realidades que a menudo se simbolizan con el color rojo. Ante esta búsqueda, la única respuesta que el hombre puede dar es el amor. Sin embargo, no un amor simplemente humano, que, a pesar de su gran valor, sigue siendo un amor falaz, sino el amor que Jesús nos ha dejado.
Jesús tomó sobre sí nuestras tinieblas -de hecho, la cruz es negra-, pero nos dejó en herencia un amor único, cierto, fiel hasta la muerte y más allá de la muerte. El amor de Jesús sacia la sed que va más allá de la sed material y ofrece al hombre agua para la vida eterna. Negras son también las paredes de esta casa que dan cabida al dolor y a la cruz ajena: negro es el rincón donde se sienta un preso, negra, al otro lado, la pared que acoge al desnudo.
En esta casa, la cruz es comprendida, acogida, pero también redimida. El que visita al preso lo abraza y se hace cercano, es decir, próximo. En él se significa también la obra de misericordia espiritual -junto a la de acoger al peregrino-: consolar a los afligidos. Sobre el hombre desnudo se lee, en alemán, la inscripción: «Ropa para el tercer mundo».
El sediento viste de violeta, color litúrgico de los tiempos de penitencia, como el Adviento y la Cuaresma, color que, sin embargo, expresa más plenamente el cambio. El morado se sitúa entre el rojo de lo humano y el azul de lo divino y, por lo tanto, expresa la idea de transformación, de metanoia, es decir, de cambio de mentalidad. De una concepción de la vida humana y egoísta a una concepción de la vida más espiritual y generosa.
No es casualidad que el hombre sediento tenga el rostro de Jesús. Es Cristo quien tiene sed de nosotros, de nuestra fe, de nuestra salvación. La mujer que le da de beber tiene, de hecho, los mismos rasgos que la samaritana, protagonista de otra obra de Sieger Köder. Así, aquí se reinterpreta la obra de misericordia a la luz del encuentro entre Cristo y la mujer de Samaria, llamada a cambiar de mentalidad buscando un agua que sacie el alma.
El otro color de la escena es el azul, que es el color central. Lo viste la joven que acoge al peregrino. Sieger Köder, que tenía un gran conocimiento del judaísmo y de los textos talmúdicos, ya que los citaba en muchas de sus obras, deja entrever, precisamente por la elección de este color, una verdad profundamente bíblica.
Los rabinos se preguntaron por qué, según las Escrituras, el valor de la acogida es sagrado y respondieron comentando que Dios, el primero, se hizo peregrino. De hecho, visitó a Abraham y este, al acogerlo, hospedó a Dios sin saberlo.
Quien acoge, de hecho, se abre al Misterio de Dios que entra en su vida. Por eso, precisamente, la mujer viste de azul. El que es acogido lleva consigo la maleta del inmigrante. Ser extranjero y necesitar encontrar puntos de referencia es la característica que marca la vida de los patriarcas. En las fiestas pascuales, cuando el miembro más joven de la familia comienza a hacer preguntas al más anciano, este inicia su relato -la hagadá de Pesaj- así: Tu padre era un arameo errante.
Si Abrahán no hubiera sido acogido, no habría nada de la historia de Israel. Si el Verbo de Dios no hubiera sido acogido en el seno de la Virgen, no tendríamos ni el Evangelio ni la Redención. La acogida es la dimensión fundamental de la vida cristiana y se extiende no solo a los inmigrantes o refugiados, sino que debe abarcar todos los ámbitos de la existencia: desde el nacimiento hasta la plenitud.
La acogida del otro, por lo tanto, nunca podrá entrar en conflicto con las otras formas de acogida que el cristiano debe vivir: como la defensa de los principios no negociables, la estabilidad de los pueblos, el derecho al trabajo de cada ciudadano, la seguridad y la paz, la justicia y la libertad religiosa.
La fuente de inspiración de Sieger Köder para pintar esta obra fue Betania. No es casualidad que las protagonistas de las obras de caridad sean dos hermanas. La casa de Betania, famosa por su hospitalidad hacia Jesús y los Apóstoles, estuvo marcada por la enfermedad y el duelo, el de su hermano Lázaro, y por el drama de la persecución a causa de las gracias recibidas de Cristo, por lo que se convierte en paradigma de todas las formas de acogida que deben ejercerse.
La casa que pinta Sieger Köder es, en definitiva, la casa de los amigos de Jesús, donde se acoge no por motivos humanos, sino por la tensión hacia el Reino de Dios, hacia la imitación de Jesús, que debe seguir siendo la forma principal del testimonio cristiano.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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