Mezclados entre los Cirineos
Este cuadro de Jerzi Duda Gracz, artista polaco convertido al cristianismo tras la primera visita de Juan Pablo II a Polonia, forma parte de un valioso Vía Crucis que el artista donó, casi como exvoto, a la Virgen de Jasnagóra -Czestochowa-.
Todo el Vía Crucis se desarrolla en el contexto de las vicisitudes históricas del siglo XXI, reinterpretadas a la luz del Calvario de Cristo.
Aquí se representa la estación en la que Cristo es ayudado por el Cirineo, en cuya piel se retrata el propio artista.
No hay ningún contacto entre Cristo y el Cirineo. La cruz parece atravesar el lienzo y salir al encuentro del espectador. La cruz perfora la historia, creando así un vínculo ideal entre Cristo, la Polonia de Duda Gracz y nosotros, peregrinos fortuitos, llamados sin embargo a compartir ese dolor completando en nuestra carne la pasión de Cristo.
Ni siquiera se nos permite ver los pasos de Cristo. Los dolorosos pasos recorridos en el Calvario están ahora aquí, en nuestra tierra. La tierra de quien observa, la tierra del mundo y de todas las generaciones de creyentes.
Cristo mira más allá del cuadro, pensativo, y es como si nos invitara a mirar más allá, quizás más arriba, donde, contra un cielo rosado, se alza el campanario de una iglesia.
Desde esa perspectiva, Duda Gracz nos invita a contemplar a todos los Cirineos de la historia. Y es ante todo la Iglesia, la Iglesia formada por gente común, gente que nunca será noticia, la que está en primera línea de este sufrimiento vicario.
El Cirineo de este siglo son, de hecho, los hombres y las mujeres. Ellos son los que llevan la cruz de Cristo más que nadie en este mundo distraído. También los obreros, los que realizan trabajos duros, bajo el sol o el frío o en la oscuridad de las minas, los mal pagados, mal asegurados, que sin embargo colaboran en la transformación del mundo en silencio y humildad. Incluso las ancianas y las niñas, los dos extremos del llamado sexo débil. Como las antiguas mujeres piadosas, ellas son las únicas que miran hacia Jesús.
Por último, la última y sorprendente pincelada de Jerzi es un violinista, justo detrás de él, el pintor que, llevando la cruz, encarna simbólicamente a los Cireneos de la historia. Ese músico y ese pintor hablan de la Belleza como Cirenea de la humanidad. Ella, que con su bagaje de gratuidad e inspiración divina lleva al hombre hacia arriba, más allá del dolor. Ella, que lleva al hombre en brazos hacia ese Hermoso, es decir, Cristo, que solo Él nos salvará.
Un hombre agachado cierra el recorrido. Mira hacia abajo y orienta nuestros ojos hacia ese camino recorrido por las huellas del Redentor. Vemos también nosotros, ahora, la botella vacía y el vaso volcado, signo de degradación, signo de esos paraísos artificiales en los que se refugia el hombre sin Dios.
Pero no podemos detenernos ahí, más allá vemos una bolsa de trigo volcada en el suelo y un pan partido, un pan entero justo debajo del brazo horizontal de la cruz de Cristo.
Un pan y un vino que no salvan sin la voluntad de Aquel que guía el rebaño: «No solo de pan vive el hombre», mejor dicho: no solo de ese pan. El hombre vive verdaderamente y solo por el Pan de la Palabra, por esa Palabra que, después de hacerse Carne, se hizo Pan para acompañar a sus Cireneos a lo largo del Calvario de la historia hasta el fin de los siglos.
Esta es la invitación que nos llega a través de la contemplación de esta obra: unirnos a la humilde multitud de los Cirineos para sostener, en nuestra pequeña medida, la belleza y la cultura de la dignidad humana y del derecho y de la justicia.
La belleza nos salvará por su incorruptible gratuidad y su poderosa referencia al Creador, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que hizo de su Cruz el paradigma mismo de la belleza redentora.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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