Un cuerpo desnudo transfigurado en pan
Las figuras de Duda Gracz, artista polaco convertido con motivo de la primera visita de Juan Pablo II a Polonia, son intensas y respiran el drama de una nación en la que el orgullo de la fe ha estado acompañado por los avatares de la historia.
En el Vía Crucis que Jerzi Duda Gracz regaló en 2001 al Santuario de Jasnagóra, la décima estación, Cristo despojado de sus vestiduras, es de una belleza incomparable.
Cristo está solo, ha llegado a la cima del Gólgota y lo han despojado. Ese cuerpo desnudo parece un pan listo para la mesa, una mesa de gracia que en breve será preparada.
Sin duda, el autor piensa en los acusadores, en aquellos que no saben qué bien, qué belleza esconde ese cuerpo, ese rostro, y piensa sobre todo en el episodio evangélico de la adúltera, sola e indefensa, ante sus acusadores: «¡El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra!».
Ante el cuerpo de este Inocente hecho pecado, las piedras caen. Nadie puede condenar. Como nadie condenó a la adúltera, así nadie, ante la majestuosa belleza de este cuerpo sufriente, puede levantar la mano.
Él es el sol. Aquí se narra a una humanidad sufriente y azotada por las tragedias que el sol existe, que el sol brilla allí, detrás del rostro de Cristo, en la luz del Santísimo Sacramento. Sí, esta Carne es vida, esta Carne inaugura una fiesta eterna a la que toda la humanidad está invitada.
Pero pocos lo comprenden; como pocos, ante esta imagen, logran ir más allá del aspecto del hombre rechazado de Cristo. Pocos se dan cuenta de que por su Carne estamos revestidos de fiesta. Somos como los niños del cortejo, como corderos blancos salidos del redil en primavera, exultantes por el sol que se nos da.
Sí, las manos se levantan, pero no para lanzar piedras, sino para esparcir pétalos de rosas ante el camino que este hombre inaugura para toda la humanidad: un camino de paz y no de desgracia, un camino de salvación y no de juicio.
Entre la multitud, los guardias vigilan inútilmente: la gente se mueve con compostura y expresiones graves y absortas rebotan aquí y allá. El recuerdo del dolor aún está vivo, el peso de la cruz aún se siente sobre los hombros, pero la tensión se ha disipado, el drama ha sido vencido.
En un pan luminoso, la sombra de la cruz es derrotada: Cristo ha resucitado, su Cuerpo vive en Dios. Allí también viviremos nosotros.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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