sábado, 19 de abril de 2025

Una mirada que cura y salva.

Una mirada que cura y salva 

Él me mira y yo lo miro. Es una expresión del santo cura de Ars, una frase que describe la relación entre el amante y el Amado de una manera, a primera vista, sentimental. 

En realidad, la expresión remite a una actitud llena de dinamismo, porque la mirada se convierte en un lugar creativo donde es posible renacer a una nueva vida. 

El Génesis cuenta que Dios mismo, durante la creación, ve y, al ver, juzga: y vio que era cosa buena. En el ver hay un comprender, y el comprender genera amor. La mirada, por lo tanto, es todo menos una acción pasiva. 

Bastaría echar un vistazo a la historia de la Iglesia, a la importancia que ha dado al acto de contemplar el Santísimo Cuerpo de Jesús y al impulso que recibió la adoración gracias a la difusión del culto eucarístico en el siglo XII. Fue, por ejemplo, el IV Concilio de Letrán (1215) el que impulsó una mayor devoción eucarística: en la Liturgia se extendió la práctica de elevar la Hostia y el Cáliz durante la Misa por el deseo de los fieles de ver y adorar las especies consagradas. 

Entre el pueblo, la importancia de la adoración al Santísimo Sacramento fue tal que se llegó a establecer una especie de igualdad entre la manducatio per gustum -comunión- y la manducatio per visum -visión de la Hostia-.  

De hecho, ya San Agustín había dicho: «Nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; peccemus non adorando - Nadie come esta carne sin adorarla primero; pecaríamos si no la adoráramos -». 

Ciertamente, para evitar todo tipo de superstición, se sintió la necesidad de subrayar que la mirada sin un movimiento del corazón sería solo un acto exterior. La contemplación de la Eucaristía debe tener un reflejo en la vida cotidiana. Si la adoración no nos transforma, sigue siendo un rito y no un encuentro que cambia la vida. 

La adoración perpetua no es estar perpetuamente presente ante el Santísimo Sacramento sino ser capaces de maravillarse ante una Presencia en lo cotidiano

El corazón que en cada acto cotidiano permanece siempre abierto al misterio y se deja transformar por él es un corazón adorador

Estamos llamados a una vida eucarística para ser también nosotros sacramento. Nuestra vida, con sencillez y naturalidad, también con su debilidad y fragilidad, podría ser vehículo de la Presencia. Quien se acerque a nosotros debe encontrar a Jesús, sentirse acogido y amado por Él. Para que los que te buscan te encuentren, como se recita en la IV Plegaria eucarística de la Misa. 

La oración de la mirada no es solo un acto exterior, sino una tensión del corazón. La adoración, de hecho, es un movimiento que desde el exterior lleva al interior, lleva al corazón, sede de los pensamientos, sede de los afectos y de la identidad

No es de extrañar, pues, que la mirada dirigida al Señor en actitud de profunda humildad y apertura cree, construya y te devuelva a tu verdadera naturaleza. 

El corazón se ve provocado. Mirar pone en movimiento, empuja a seguir a aquel a quien se mira para imitarlo. Mirar es la raíz del seguimiento: «Venid y ved». Mirar es también el lugar de la curación: «los que miraban la serpiente de bronce quedaban con vida» (Nm 21,9); mirar es el alimento de la fe: «vio y creyó» (Jn 20,8); mirar es fuente de luz: «mirad a Él y seréis radiantes» (Sal 34,6); mirar es el camino para salvarse: «volverán la mirada hacia Aquel a quien traspasaron» (Jn 19,37). 

La invitación a la adoración eucarística no es, por tanto, superflua. Al contrario, dada la gran necesidad de volver a aprender a mirar para que la vida no sea privada de su verdadero significado, se hace urgente detenerse

Detenerse para dirigir la mirada hacia ese punto de luz que solo puede enseñarnos la vida, haciéndonos volver a nosotros mismos y, al mismo tiempo, haciéndonos adherir a la realidad que nos rodea. 

El mundo en el que estamos inmersos nos fragmenta, pero el fragmento que está en nosotros y fuera de nosotros necesita ese punto de luz: la Eucaristía, luz para la historia. 

La adoración nos invita a encontrar la presencia de Cristo en el misterio eucarístico y a educar la mirada a la contemplación de la belleza que salva. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera   Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro cam...