¡Oh Sabiduría, salida de la boca del Altísimo!
Adviento es una época quizás demasiado ligada a los preparativos de la Navidad. Una época que pierde su sabor más antiguo, el que nos transmite la tradición de la Iglesia, especialmente la medieval; el que, puntualmente y con sugerente vigor, registran las antífonas mayores, llamadas Antífonas «O», por su inicial vocativa que, por sí sola, expresa todo el anhelo humano hacia el Infinito.
O Sapientia,
quae ex ore
Altissimi prodisti,
attingens a fine
usque ad finem,
fortiter
suaviterque disponensque
omnia: veni ad
docendum nos
viam prudentiae.
que saliste de la boca del Altísimo
alcanzando los confines del mundo
y lo dispones todo con dulzura y fuerza,
ven a enseñarnos el camino de la prudencia.
La Sabiduría evoca ese principio del que se ha desarrollado toda la generación humana, del que nacen los clanes, los grupos étnicos, los pueblos y las familias. En definitiva, ese principio en el que el hombre comenzó a vivir y a ejercer su libertad. La Sabiduría evoca ese árbol en el centro del jardín terrestre en el que el hombre se jugó la eternidad.
Este árbol, según la tradición rabínica, tiene las raíces en el cielo y las ramas en la tierra. Sí, esta Sabiduría, como dice la antífona «O», haciéndose eco del texto de los Proverbios, sale de la boca del Altísimo, pero sus frutos son para la boca del hombre. Los justos los han gustado preparando el camino al Redentor, a la Sabiduría Encarnada, a la Sabiduría esperada. Sí, Él era el Esperado, desde el principio. Desde el comienzo de la Creación.
En los días de Abraham, Dios sembró la semilla de una descendencia que se desarrollaría a lo largo de los siglos. Esta descendencia es como un árbol que dibuja el mapa de los justos y que tiene como fruto último y definitivo a Cristo, nacido de una mujer, nacido de una virgen. Mateo nos lo describe al comienzo de su Evangelio enumerando la genealogía de Jesús desde Abraham hasta María.
Sieger Köder resume este árbol en pocas líneas.
En la raíz: Abraham, padre en la fe, el primero con quien Dios estableció una alianza perpetua y gratuita. El patriarca tiene los brazos abiertos en señal de consentimiento, abiertos en forma de cruz, exactamente como el pequeño Jesús, colocado en la cima del árbol. La ofrenda que Abraham hizo de su hijo Isaac, con la restitución del mismo por parte de Dios, fue un signo poderoso de la muerte y resurrección del Mesías prometido. Junto a Abraham, a la izquierda, está Jacob, dormido mientras contempla en sueños una escalera que une el cielo y la tierra, sueño que fue la primera profecía de la Encarnación.
Por encima de Abraham: Moisés, con quien Dios celebró la primera Pascua de la historia y estipuló en el Sinaí el primer pacto bilateral con su pueblo. Moisés muestra las tablas de la Ley, sosteniéndolas en alto en la misma dirección que el Verbo Encarnado, Ley y Alianza última y definitiva para quienes desean obedecer a Dios.
A la derecha de Moisés: David, a quien Dios prometió precisamente una descendencia y una casa estable para siempre. David cantó la misericordia y la fidelidad de Dios en los Salmos, por lo que sostiene el salterio entre sus manos. Los salmos contienen las profecías más sugerentes sobre la figura del Mesías, su venida, su pasión y su resurrección.
Esta primera sección del árbol de Sieger Köder presenta a los tres personajes vestidos de rojo, el color del amor y de la ofrenda. Color y figuras que expresan la naturaleza del Mesías: rey, sacerdote y profeta. Rey, como profetizó la tribu de David, es decir, Judá; sacerdote, como fue prefigurado por la tribu de Moisés, es decir, Leví; profeta, como se dijo de todo Israel, que encontró en Jacob/Israel nombre y descendencia.
Por encima de David, semiescondido y orante, se ve a San José, pequeño y silencioso, tal y como aparece en los Evangelios. Sin embargo, es de su humildad de donde proviene la savia del árbol genealógico de Jesús. José es de la tribu de Judá, descendiente de David, y gracias a José se cumplen en Jesús las profecías que anunciaban que el Mesías vendría de la tribu de Judá y de la casa de David.
Por otro lado, cerca de Jacob, Sieger Köder pinta al Bautista con el dedo apuntando hacia arriba. Fue él quien proclamó el cumplimiento de la profecía que uniría el corazón de los padres con el de los hijos, y viceversa. El Bautista se sitúa como bisagra entre los dos testamentos, ya que es el último de los profetas del Antiguo Testamento y el primero de los discípulos del Señor en el Nuevo.
En la cúspide de todo: María Virgen que muestra a Jesús, el esperado de las gentes. En ella se cumplen las promesas hechas a los Padres: no se nos ha dado una ley, sino un Hijo que ha puesto en nuestra carne un espíritu eterno obediente a la ley divina. Ella es la que fue prometida desde el principio de la Creación. Ella es a la vez la cúspide y la raíz del árbol de la sabiduría. Los textos bíblicos sobre la Sabiduría, de los que proceden las palabras de la primera Antífona «O», se refieren a menudo, en la tradición católica, a la Virgen María.
Entonces, gracias a la ayuda de María, sede de la Sabiduría, el Adviento nos impulsa a esta invocación: Veni o Sapientia, vuelve a habitar en nuestra tierra insípida. Ven a enseñarnos ese camino de la prudencia que solo se encuentra dentro de nosotros, en ese hombre interior, como dice San Agustín, donde habita la verdad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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