Un diálogo personal con la muerte - Ein deutsches Requiem de Johannes Brahms -
10 de abril de 1868. Viernes Santo. La Catedral dedicada a San Pedro, en el centro de Bremen, está en penumbra. Algunos rayos de luz iluminan las bóvedas de una estructura que alterna el estilo románico y gótico, testigo de la turbulenta época de la Reforma protestante.
Johannes Brahms tiene casi treinta y cinco años. Los últimos quince los ha pasado escribiendo Ein deutsches Requiem, que en pocos minutos verá su estreno oficial. Las bóvedas tardogóticas protegen y amplifican la desconcertante belleza que está a punto de abatirse sobre el numeroso público presente. Al disiparse la última nota, el aplauso es unánime, fuerte.
El joven Johannes Brahms, quizá enfrentado a su primera obra importante, es llamado varias veces al escenario. Esta vez, el público lo ha entendido. Solo un año antes, el compositor alemán había presentado al público su Réquiem en una versión muy reducida, limitada a los tres primeros movimientos. Un desastre causado también por una pésima ejecución. El fracaso, aunque estrepitoso, no frenó el deseo de que esta partitura pudiera alcanzar su plenitud y pleno reconocimiento.
Johannes Brahms continuó con el trabajo añadiendo otros movimientos (que serían siete al año siguiente). Karl Reinthaler, maestro de capilla de la catedral de Bremen, había captado su importancia. Esa música escrita por un treintañero semidesconocido tenía las marcas de la excepcionalidad, una madurez técnica y expresiva de la que pocos podían presumir. Así lo confirmó el público presente aquel lejano viernes de hace más de ciento cincuenta años y, en pocas semanas (gracias a la rápida realización de la edición impresa por Rieter-Biedermann), también el pueblo alemán; toda Europa coronó a Johannes Brahms entre los grandes de la música.
Esa música escrita por un treintañero semidesconocido tenía una madurez técnica y expresiva de la que pocos podían presumir. Tanto en su vida pública como en la profesional, Johannes Brahms buscaba la profundidad, la verdad. Insatisfecho con las respuestas parciales y preestablecidas, aburrido del hombre estático, carente de preguntas y engreído de sus certezas. Esto explica sus pocas pero muy queridas amistades.
En el campo de las siete notas, siente un deseo irrefrenable de profundizar. Estudia la polifonía del pasado, la renacentista de Palestrina, Lasso, Bach; el estudio obsesivo del contrapunto -que utilizará como un veterano en su Requiem- a lo largo de toda su vida, sintiéndose siempre deficiente en lo que respecta a la música. A ella dedica su existencia, rechazando cualquier relación afectiva estable. La vida es la música: hay que consagrarse a ella sin condiciones.
Todo un sacerdote que deambula por las calles con barba espesa, aspecto desaliñado pero siempre vigilante, y la cabeza inclinada sobre partituras o libros de literatura del pasado y del presente. Bajo esa apariencia se esconde el autor que recogió todas las reivindicaciones del siglo XIX y fue el primero en abrir una brecha en el XX. Lo dicho aclara las razones que subyacen a una gestación tan enorme de la obra.
Un trabajo de meditación, reflexiones, presagios que acompañan las fases compositivas no solo del Réquiem, sino de muchas de sus obras. Las primeras intuiciones en 1854. El primer borrador en 1856. Pero serán dos acontecimientos luctuosos los que convencerán definitivamente al compositor de abordar un tema, el del destino del hombre, que compositores como Giuseppe Verdi o Wolfgang Amadeus Mozart abordaron en plena madurez o en el momento de la muerte: la muerte de Robert Schumann, mentor y amigo, que le transmitió el espíritu romántico, y, pocos años después, la desaparición de su madre, a quien está dedicado el quinto movimiento de la obra -Ihr habt nun Traurigkeit para soprano y coro-.
Estas dos muertes le recuerdan una gran responsabilidad, introduciendo una larga reflexión sobre el ser humano, la vida y la caducidad de las cosas. Joahnnes Brahms ya había compuesto mucha música para orquesta y piano pero el Réquiem es la síntesis de su primer periodo de formación, marcado por maestros poco conocidos, mucho estudio, una familia de origen humilde (su padre era un músico de escasa fama) y muchas experiencias también con la música «ligera», tocando en tabernas y locales públicos.
Será en la silenciosa quietud del Zürichberg, en una habitación con una vista infinita de las montañas, donde nacerá el texto del Réquiem alemán. Aquí reside la primera novedad. Joahnnes Brahms decide crear él mismo las palabras que acompañarán a la música. Una elección obligada por las necesidades expresivas que lo guían. Esta decisión acerca la obra al gran oratorio romántico, si no fuera por la falta de la dimensión narrativa y, por tanto, de la acción dramática. Johannes Brahms también se inspira en las obras corales románticas de Haydn y Beethoven, con la única diferencia de que da mayor importancia a las voces masculinas.
En el Réquiem alemán, la palabra tiene un papel decisivo. Influye en la música y da forma a la obra, a veces creándola, otras deshaciéndola. El texto está compuesto por pasajes de la Biblia luterana (Tradición sapiencial y Salmos del Antiguo Testamento, Evangelios, Cartas apostólicas y Apocalipsis) -muy bonitos de releer-, con el fin de dotar a cada movimiento de densidad poética y un significado preciso.
Yo creo que el texto ha influido en la música. Es una idea muy personal. Cualquiera que componga seriamente para voces no puede dejar en segundo plano el contenido. Por otra parte, los grandes compositores tienen en cuenta la palabra. Es lo único que distingue al canto. Las partes instrumentales no pueden moverse sin esta atención.
Johannes Brahms quiere que el Réquiem sea más personal que confesional. De hecho el propio compositor propuso eliminar la palabra «alemán» e insertar «humano». Hasta tal punto es así que desde la primera hasta la última línea no aparece ninguna referencia explícita a la muerte y resurrección de Cristo. En las elecciones del autor se excluyen las palabras «condena» e «infierno». Dios vence a la muerte.
Es notable el concepto de bienaventuranza: en el primer canto, el coro canta Selig sind, die Leid tragen, Bienaventurados los afligidos y en el séptimo se dice: Selig sind die Toten, die in dem Herrn sterben von nun an, Bienaventurados los muertos que de ahora en adelnate muerren en el Señor. Hay una esperanza de poder habitar la casa del Señor. Todo ello en un clima de dilatación y dulzura que se alternan con secciones de carácter grandilocuente.
Sí, ésta es una obra sobre la esperanza, pero también sobre la certeza de que el más allá es algo hermoso. Es una pieza que reconforta, que te da la idea de que hay Alguien ahí esperándote. Johannes Brahms se sitúa evidentemente en la dimensión protestante. Para un católico, esto podría no ser un Réquiem.
Yo todavía recuerdo mi extrañeza y las grandes dificultades que tuve cuando me acerqué por primera vez a esta música. Acceder a su significado profundo no es fácil y requiere un enorme trabajo de análisis de los textos escogidos, de la música que acompaña y de todo el contexto humano en el que estaba inmerso Johannes Brahms.
El resultado es un fresco coral de gran intensidad expresiva, una obra monumental por la orquestación y la disposición de las partes vocales, compuesta por siete cuadros gigantescos en los que resuenan las notas del Begräbnisgesang op. 13 -Canto fúnebre-, y de la Cantata Rinaldo op. 50.
La reflexión sencilla y sincera que Johannes Brahms hace sobre la contradicción de la vida humana le lleva a alcanzar una grandeza de pensamiento musical nunca antes escuchada. Esta pieza es un punto de llegada. Podrías detenerte aquí. En el Réquiem alemán se exploran todas las posibilidades de un coro. Están ahí para ser interpretadas. Están todas las fórmulas técnicas y expresivas. Desde el pianissimo extremo al fortissimo, desde el legato al staccato. Es una obra que, desde el punto de vista técnico, es lo más sublime que puede existir. Sí, es un punto de llegada para un larguísimo trabajo de meditación, reflexiones y presentimientos que se vehiculan en las fases compositivas de la obra
La obra prevé, junto con la orquesta, la participación de una soprano y un barítono -que cantan como solistas en el tercer, quinto y sexto movimiento- y del coro, utilizado al estilo griego y presente en todos los números. La partitura es un conjunto de armonías no estáticas –son frecuentes las modulaciones a tonos lejanos- que se mueven dinámicamente. Así se alternan momentos sombríos con explosiones vehementes de luz -como el fugato del tercer y sexto tema-.
Al escuchar esta música impresiona la recuperación de estilos barrocos (utiliza la fuga y el rondó de una manera muy original), las citas extraídas de La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach y el Liederkreis op. 39 de su querido amigo Robert Schumann.
La orquesta está muy presente. Dialoga con el coro, intercambiando temas -por ejemplo el final del primer tema-; sostiene y exalta su significado -como en el sexto tema, cuando se canta «Tod, wo ist dein Stachel? Muerte ¿dónde está tu victoria? Holle, wo ist dein Sieg? Infierno, ¿dónde está tu triunfo?»-. Una música compleja, misteriosa, no fácilmente accesible para todos los oídos y de difícil desciframiento.
La música de Johanne Brahms es un grito consciente a esta inmensa dignidad del hombre, este anhelo hacia lo grande. ¿Qué sería la vida del hombre sin esta hipótesis? Su seriedad con respecto a esta pregunta es desarmante. Este es el acento que hace del Réquiem alemán la celebración de un dolor profundamente caracterizado por el sentido espiritual y religioso.
Él mismo lo atestigua cuando, al enviar a su editor los Cuatro cantos serios sobre textos bíblicos en 1896, y un año antes de su muerte, escribe: «A menudo, en lo más profundo del alma humana se mueve y habla algo de lo que no somos conscientes y que a veces puede encontrar expresión en versos y música».
Johannes Brahms, con su música, agudiza la dramática pregunta de qué es el hombre ante Dios. Alfred Einstein definía el Réquiem alemán de Johannes de Brahms como «una de las conversaciones más personales con la muerte». Sí, es una de las conversaciones más personales del hombre con el abismo de su propio corazón: un bienaventurado canto del destino.
Tal vez creas
que el hilo conductor de las diferentes
piezas es sin duda la muerte. Yo te sugiero esta otra clave: la relación entre
la breve vida humana y la eternidad. Sí, se trata de la muerte pero de la muerte
de aquellos que viven seguros y se afanan en vano por acumular bienes, aquellos
que ignoran que nuestra carne es como la hierba y que toda la gloria terrenal
se marchita y se seca sin aportar alegría.
La alegría verdadera, profunda, eterna, se convierte en el motivo central y entusiasta de la mayoría de los fragmentos, el destino de las almas de los justos que alaban al Señor, que han sido pacientes en sembrar el bien y esperar sus frutos, perseverantes en difundir buenas obras a la espera de alcanzar las dulces moradas de donde resucitarán con júbilo, victoriosos e incorruptos, ¡y ningún tormento podrá tocarlos!
Te propongo que antes del ejercicio de la audición de cada una de las secciones leas los textos del Réquiem alemán. Puedes hacerlo, también, durante o después de la escucha de cada una de las secciones. Como tú prefieras porque la lectura detenida de los textos es necesaria.
Deseo y espero que disfrutes de la escucha de esta obra y de la meditación que te propone sobre el destino. Te dejo una interpretación que no necesita ni presentación ni comentario: https://www.youtube.com/watch?v=bqd556NLoU8
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
I. Selig Sind (Bienaventurados) – coro
Los textos se refieren a la condición de los veteranos del exilio babilónico, resaltada en el plano musical por tonos graves, para afirmar inmediatamente después un sentido de consuelo y luminosidad del destino de la bienaventuranza, ¡como un canto de júbilo!
Bienaventurados los que padecen,
pues ellos serán
consolados.
(Evangelio de San Mateo 5,4)
Los que siembran
con lágrimas,
recogerán con
alegría.
Se han ido y
lloran,
y portan la
noble simiente,
y retornan con
júbilo,
y traen sus
gavillas.
(Salmo 125,5 y 6)
II. Den alles fleish (A todos los que) – coro
Corta es la vida del hombre en la tierra, pronto se seca como una flor, y toda su gloria es breve. «Pero la palabra del Señor permanece para siempre»: el tono musical de esta frase es particularmente acentuado, para realzar la intensidad del significado, ya que introduce el siguiente salmo de Isaías, con tonos sublimes que anuncian la alegría de los redimidos y el nuevo Israel, símbolo de la Iglesia.
Entonces toda la
carne,
es como la
hierba
y todo el
esplendor del hombre
es como la flor
de los prados.
La hierba está
seca
y la flor está
marchita.
(Primera Carta de Pedro 1,24)
Así, amados
hermanos, sed pacientes
y esperad la
venida del Señor.
Mirad al
campesino que aguarda
el fruto
precioso de la tierra
y espera
paciente
la llegada de la
lluvia
del otoño y la
primavera.
Así, sed
pacientes.
(Carta de Santiago 5,7)
Entonces toda la
carne,
es como la
hierba
y todo el
esplendor del hombre
es como la flor
de los prados.
La hierba está
seca
y la flor está
marchita.
Pero la palabra
del Señor
perdura
eternamente.
(Primera Carta de Pedro 1,24-25)
Los que han de
ser salvados
por el Señor
retornarán
y vendrán
jubilosos hacia Sión;
La alegría, la
alegría eterna,
reinará sobre
ellos.
La alegría y el
gozo
se apoderarán de
ellos,
y el dolor y el
llanto
desaparecerán.
(Isaías 35,10)
III. Herr, lehre doch mich (Señor, enséñame) – barítono y coro
La incertidumbre del exilio y del propio destino destila acentos dramáticos al comienzo de la pieza, pero el hombre justo que reflexiona sobre su fragilidad se dirige al Señor y pone su esperanza en Él. «Las almas de los justos están en manos del Señor y ningún tormento las toca». La insistencia en este concepto, repetido en la fuga por todas las secciones del coro, cierra la pieza dejándonos una sensación de júbilo, de victoria y de felicidad alcanzada.
Revélame, por
tanto, Señor,
que mis días
deben tener un final,
que mi vida
tiene un destino
y que me debo a
él.
¡Mira!, en tu
presencia, mis días son
como la palma de
tu mano,
y mi vida, ante
ti,
no es nada.
¡Ah!,
todos los
hombres son apenas nada
y, sin embargo,
viven tan
seguros.
Desaparecen como
una sombra
y en vano se
agitan;
Acumulan
riquezas sin saber
a quién
aprovecharán.
Y ahora Señor,
¿qué podrá
consolarme?
En ti deposito
mi esperanza.
(Salmo 38,5-8)
Las almas de los
justos
están en las
manos del Señor
y ninguna pena
podrá perturbarlas.
(Sabiduría 3,1)
IV. Wie lieblich sind Deine Wohnungen (¡Qué hermosas son tus moradas!) – coro
A través de los tonos suaves de toda la pieza se percibe la aspiración a una condición de felicidad y plenitud infinita, que solo las moradas del Señor pueden conceder, y solo a quienes son conscientes del privilegio de alabar a Dios.
Qué dulces son
tus moradas,
¡Señor de los
ejércitos!.
Mi alma se
desespera
y suspira
por las cortes
celestiales;
Mi cuerpo y mi
alma
se alegran del
Dios vivo.
Bienaventurados
los que habitan
tus moradas,
que te alaban
por siempre.
(Salmo 83,2-3.5)
V. Ihr habt nun Traurigkeit (Ahora estáis tristes) – soprano y coro
Se promete un gran consuelo a quienes sufren fatigas y dolores: «Yo os consolaré, como solo una madre puede consolar a su hijo». La evocación de la figura de una madre recorre y suaviza toda la pieza a través de las intervenciones del coro, en diálogo con la soprano solista.
Ahora estáis
afligidos;
Pero yo os
volveré a ver,
vuestro corazón
se regocijará
y nada podrá
privaros
de vuestro gozo.
(San Juan 16,22-23a)
Os consolaré,
como una madre
consuela a su hijo.
(Isaías 66,13)
Mírame:
Qué escaso
tiempo de fatigas
y trabajos he
vivido
y he hallado un
gran consuelo.
(Eclesiástico 51,27)
VI. Denn wir haben (Porque tenemos) – barítono y coro
A la atmósfera inicial de misterio y búsqueda le sigue la revelación de la verdad: no todos moriremos, sino que los justos resucitarán incorruptos, cuando se cumpla la Palabra que fue escrita. Muy intenso e inspirado es el tono de las Cartas de San Pablo a los Hebreos y a los Corintios, como la frase final tomada del Apocalipsis, subrayada por la énfasis musical de la fuga: «Digno eres de recibir gloria, honor y poder, Señor, porque de la nada creaste todo y con tu voluntad diste a todo esencia y vida».
Pues no tenemos
en la tierra
una morada
permanente,
por ello
buscamos la del porvenir.
(Carta a los Hebreos 13,14)
Mirad, que os
revelo un secreto:
ciertamente, no
moriremos todos,
pero todos
seremos transformados;
En un instante,
en un abrir y
cerrar de ojos,
a los acordes de
la última trompeta.
Puesto que se
escuchará la trompeta
y los muertos
resucitarán
incorruptos;
Y nosotros
seremos transformados.
Entonces se
cumplirá lo escrito:
la muerte
quedará cautiva
en la victoria.
Muerte,
¿dónde está tu
espina?
Infiernos,
¿dónde está
vuestra victoria?
(Primera Carta a los Corintios 15,51-52.54-55)
Señor, Tú eres
digno
de recibir
alabanza, honor y poder,
porque Tú eres
el creador
de todas las
cosas,
y por tu
voluntad
son y han sido
creadas.
(Apocalipsis 4,11)
VII. Selig sind die Toten (Bienaventurados los muertos) – coro
La condición de bienaventuranza remite al inicio del Réquiem, y la perfecta armonía del último tema concluye un recorrido meditativo en busca de una paz a la que toda la humanidad debería aspirar con ahínco.
Bienaventurados
los muertos
que mueren en el
Señor.
Sí,
el espíritu dice
que reposa de
sus fatigas,
porque sus obras
van tras él.
(Apocalipsis 14,13)
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