Yo soy el Buen Pastor - San Juan 10, 1-13 - .
La parábola del Buen Pastor es muy conocida y también muy presente en los cantos y en el arte cristiano.
Por lo general, el sentido que hemos asimilado es el del pastor bueno, manso, dulce, lleno de ternura. Además, el «Buen Pastor» se identifica fácilmente con el papel de los «pastores» de la Iglesia: a ellos les corresponde la tarea de guiar y obtener obediencia. También implica la sensación de confiar en su voz y en su honestidad. Un uso que no carece de aspectos frágiles y tal vez incluso de manipulaciones.
Estamos en Jerusalén, y Jesús acaba de curar en sábado a un hombre ciego de nacimiento, provocando la reacción de indignación de los fariseos (cf. Jn 9). Para revelar a sus detractores cuál es la autoridad que le permite actuar de esta manera, Jesús pronuncia el discurso sobre el «Buen Pastor» (cf. Jn 10,1-21).
El Pueblo de Israel conocía por experiencia directa la vida de los pastores y su vínculo con las ovejas: por eso había llegado a dirigirse a Dios como «Pastor de Israel» (Sal 80,1), invocándolo como Pastor capaz de conducir a quienes confían en él «por el camino recto, por pastos de hierba verde y a aguas tranquilas» (cf. Sal 23,1-3).
Para llevar a cabo esta obra suya, Dios se sirve también de pastores humanos, que no deberían ser más que mediadores de su amor, pero que a veces acaban «haciendo perecer y dispersar el rebaño de su pasto» (cf. Jer 23,1)...
«De verdad, de verdad os digo»: esta fórmula solemne con la que Jesús abre su revelación es una advertencia a nuestras mentes y nuestros corazones, para que se dispongan a escuchar atentamente sus palabras. La primera parte de su discurso se centra en una clara oposición entre el verdadero pastor y quien, aunque se diga pastor, se comporta como un ladrón y un bandido. El pastor entra en el recinto de las ovejas por la única entrada legítima, la puerta, mientras que el ladrón entra a hurtadillas por otro camino.
Todo lo que sigue es una consecuencia de este acceso diferente: el guardián, es decir, el Padre, abre el redil al pastor, que llama a las ovejas una por una, las saca y camina delante de ellas: ellas, en respuesta, lo siguen porque escuchan y conocen su voz. He aquí descrita nuestra relación con el Señor Jesús, el único verdadero pastor de nuestras vidas (cf. 1 Pe 2,25): una relación hecha de escucha, conocimiento y seguimiento confiado, una relación imposible de establecer con quien nos es extraño.
Los fariseos, sin embargo, no entienden esta similitud, y entonces Jesús recurre a otra imagen y afirma: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas... El que entre por mí, será salvo; entrará y saldrá y encontrará pastos». Aquí las dos imágenes del pastor y de la puerta se superponen, hasta formar una unidad inseparable: Jesús es «el buen pastor que da su vida por las ovejas» y es el camino que conduce al Padre (cf. Jn 14,6), el camino que se ha convertido en puerta para nosotros, sus ovejas.
Jesús es al mismo tiempo el mediador de la salvación y la salvación misma: el camino, el estilo con el que vivió su existencia se ha convertido en el camino por el que estamos llamados a caminar nosotros, sus discípulos, si queremos que nuestra vida se salve.
«Todos los que han venido antes de mí son ladrones y salteadores, pero las ovejas no los han escuchado». Con estas palabras, Jesús no se refiere a los personajes del primer pacto. De hecho, los pastores y profetas fieles de Israel, desde Abraham hasta Juan el Bautista, pasaron ciertamente a través de Él, pero otros vinieron con pretensiones injustificadas: los falsos mesías y los falsos profetas, que solo buscaban su propia gloria (cf. Jn 7,18); los falsos pastores ya duramente criticados por Jeremías (cf. Jer 23,1-3) y Ezequiel (cf. Ez 34,1-10)...
La mirada de Jesús se dirige también a los pastores de su Iglesia, a los que llama con palabras que constituyen una severa advertencia para que vigilen su conducta: «El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Sí, Jesús advierte a todos aquellos que en la Iglesia desempeñan un ministerio de guía de la grey.
¿Qué alternativa? La alternativa es ser pastores que cuidan de las ovejas con amor y les dan vida en abundancia, o ser ladrones y bandidos, o incluso simples asalariados, es decir, funcionarios que se preocupan por pastorearse a sí mismos, quitando vida a la grey y acabando por dividirla y dispersarla. Y el modelo que se les presenta ante los ojos es uno solo: Jesús, «el Pastor de los pastores» (1 Pe 5,4), Él que «se compadecía de las multitudes, porque estaban como ovejas sin pastor» (cf. Mc 6,34).
Jesús, Buen Pastor, llámanos por nuestro nombre y te
seguiremos, porque en tu voz sentimos afecto y respeto, vida compartida y
servicio paciente y misericordioso: queremos confiar solo en tu guía, solo tú
eres nuestro verdadero pastor.
Jesús, Buen Pastor, Tú eres la puerta amplia de la
acogida y de la verdad, Tú eres la puerta al conocimiento de nuestra propia
interioridad, Tú nos haces sentir amados y custodiados, danos el discernimiento
creativo, para liberarnos de la religiosidad cerrada y sofocante.
Señor Jesús, pastor generoso y nuestro redentor,
enséñanos los caminos que conducen a los pastos de la vida; libéranos de los
atajos de la superficialidad, que nos llevan a ser una manada pasiva que confía
en mercenarios sin amor; Tú eres la puerta al verdadero conocimiento y a la
vida plena.
Señor Jesús, Buen Pastor, hay tanta gente que solo ha encontrado mercenarios codiciosos y egoístas en su vida, son los perdidos de todos los tiempos, humillados y oprimidos por una religión fanática. Dales, oh buen Pastor, consuelo y esperanza, protección y nuevo valor para confiar en Ti, encontrarte y reconocerte.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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