Apagón: la red y las infraestructuras
Un apagón estadounidense el 14 de agosto de 2003 fue uno de los mayores de la historia y se debió a un error en el software de una empresa privada de suministro eléctrico de Ohio. Por el momento, parece que no sabemos muy bien a qué se debió el apagón de la península ibérica del 28 de abril, pero lo que es seguro es que solo nos damos cuenta de la importancia de las infraestructuras cuando dejan de funcionar. Esto es lo que siempre han defendido importantes estudiosos de los Estudios de Ciencia y Tecnología (STS) que han contribuido a poner de relieve una visión crítica de las infraestructuras tecnológicas en las ciencias sociales.
¿Qué ocurre cuando se cae la red eléctrica y la informática? Nos damos cuenta de lo vitales que eran esas redes y de cómo, en su ausencia, nuestras redes y nuestros intercambios sociales se reconfiguran. Don De Lillo, en “El Silencio” novela de 2020, imagina un futuro distópico en el que un apagón global ha afectado al planeta y se desata el caos. En Nueva York y España, en cambio, no se desató el caos y los actos violentos fueron mínimos. Tenemos muy poca confianza en las personas y en los desconocidos y, sin embargo, cuando las infraestructuras que sostienen la sociedad desaparecen, sorprendentemente, las personas se autoorganizan rápidamente. Por supuesto, no puede durar. Pero en Nueva York, en pocos minutos, un semáforo fue sustituido por una persona sin hogar que dirigía hábilmente el tráfico, y muchos abrieron sus casas para acoger a desconocidos que no podían volver a casa.
Las infraestructuras «informales» del cuidado mutuo, la solidaridad y la acogida fueron capaces, durante unas horas, de sustituir a las infraestructuras técnicas. Al igual que las infraestructuras eléctricas se rompen si nadie las mantiene, las de cuidado también se rompen si la sociedad no las cuida. ¿Qué habría pasado si el apagón hubiera afectado a una sociedad completamente desintegrada, donde los vecinos se odian y tienen alambre de espino en las ventanas? La infraestructura del cuidado y la solidaridad es también algo que suele permanecer invisible hasta que se rompe y todos, a su costa, se dan cuenta de repente de lo necesaria que era.
El problema hoy en día es que, poco a poco, estamos deteriorando las infraestructuras. Ya no las gestionamos con cuidado y, poco a poco, se debilitan o se derrumban o… Me refiero a infraestructuras inmateriales, como las de solidaridad y cuidado mutuo (las asociaciones cívicas, las redes informales de ayuda mutua, las redes de amigos...), pero también a las infraestructuras públicas, en su mayoría vendidas a particulares, como las de telecomunicaciones o las ferroviarias, o las que estamos desmantelando o abandonando, como las bibliotecas públicas o los parques urbanos, o la red de zonas verdes públicas.
Mientras que las infraestructuras que antes eran públicas se deterioran, otras nuevas se vuelven cada vez más importantes: las redes informáticas. Solo que estas redes son cada vez menos públicas y están cada vez más en manos de unas pocas grandes empresas tecnológicas. Google y Amazon proporcionan servicios de almacenamiento de datos a casi todo el sector tecnológico, incluidos Spotify y Netflix. La red de Internet en la que se basan todos los servicios de comunicación vitales que utilizamos a diario está compuesta por una densa red de cables de fibra óptica propiedad de un puñado de empresas privadas occidentales o chinas, como demuestra la participación de Meta y Chunghwa Telecom. Los cables suelen estar financiados por consorcios de empresas de telecomunicaciones o, cada vez más, por gigantes de la tecnología digital.
El colapso eléctrico ibérico nos recuerda lo mucho que nuestra existencia depende de infraestructuras digitales «invisibles», que damos por sentadas, y lo frágil que es esta dependencia.
En los Estudios de Ciencia y Tecnología (STS), una infraestructura no es simplemente un conjunto de elementos técnicos o materiales (como cables, servidores, carreteras o redes eléctricas), sino un sistema sociotécnico complejo, constituido por prácticas, normas, estándares, personas, organizaciones y tecnologías.
Según estudiosos, una infraestructura no solo se hace visible cuando se rompe, sino que está integrada en las prácticas cotidianas; requiere interoperabilidad y normas compartidas; apoya otras actividades, funcionando como un fondo invisible; tiene una historia: se desarrolla a lo largo del tiempo y resiste al cambio. En otras palabras, las infraestructuras son condiciones de posibilidad de la vida social y técnica, y su funcionamiento es tan material como político y cultural. Los Estudios de Ciencia y Tecnología insisten en que hacer visibles las infraestructuras significa politizarlas, cuestionando quién las controla, cómo están diseñadas, para quién funcionan y a quién excluyen.
Internet, en este sentido, es la infraestructura de las infraestructuras. Pero, a diferencia de otras, tiene una gobernanza opaca, transnacional y, a menudo, privatizada. La materialidad de la red —los cables submarinos, las estaciones satelitales, los centros de datos— suele ocultarse tras una retórica de la inmaterialidad, mientras que, en realidad, complejas geografías del poder y regímenes de vigilancia se esconden en sus pliegues físicos: ¿quién controla, posee y mantiene los cables submarinos que nos llevan a Internet? ¿Quién controla los centros de datos? ¿Quién controla el aumento de la demanda energética de la industria de la inteligencia artificial? No me sorprendería que el próximo apagón se produjera por un pico de consumo energético de los millones de usuarios de chat-gpt.
El apagón ibérico es probablemente el resultado de un fallo técnico y no de un sabotaje. Pero imaginemos, en un futuro no muy lejano, un momento de crisis diplomática entre Estados Unidos y Europa: Estados Unidos podría presionar a los países europeos amenazando, o saboteando directamente, los cables submarinos que llevan Internet a Europa, o apagando algunos satélites clave (como ya ha hecho Musk con Ucrania, amenazando con apagar sus satélites privados Starlink, o como han intentado hacer los hutíes con los cables submarinos que llevan Internet a Israel). La autonomía y la independencia política de un país dependen de la soberanía (entendida como control nacional) sobre sus infraestructuras clave.
El apagón fue breve, pero puso de manifiesto un problema a largo plazo: no podemos seguir confiando nuestra infraestructura vital a lógicas de externalización, plataforma y beneficio privado, sin exigir a cambio una transformación radical de estas infraestructuras: de los bienes comunes digitales, de los bienes comunes gestionados públicamente de forma transparente o, si queremos ser más liberales, gestionados junto con el sector privado, pero con normas muy estrictas en materia de transparencia de la gobernanza y el mantenimiento. Como ciudadanos, como Estados, como sociedad, debemos reclamar la visibilidad y la gobernabilidad de las infraestructuras, no solo cuando se rompen, sino todos los días.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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