Cónclave: la transcendencia de un discernimiento y de una decisión
Han pasado solo unos días, pero ya resurgen con fuerza las palabras y los gestos de un pontificado —el del Papa Francisco— cuyo destino se decidirá en los próximos días, a partir del 7 de mayo. Los electores del cónclave deberán elegir al nuevo Papa, pero, más aún, deberán decidir si continuarán con la reforma tenazmente deseada, pero en parte no realizada, del Papa Francisco.
No será fácil. La historia de la Iglesia enseña que, no
pocas veces, y después de un Papa que abre nuevos caminos, se da un paso atrás
para equilibrar las fuerzas que se han puesto patas arriba. Y sin duda, el
pontificado del Papa Francisco ha sido para algunos no fácil de soportar. ¡Cuántas
veces he oído a algunos cristianos muy molestos por las declaraciones del Papa,
consideradas excesivas o imprudentes!
Ha habido una elocuencia de los gestos: la decisión de vivir en Santa Marta, su primera peregrinación a Lampedusa; los dieciséis encuentros con los presos; la oración en soledad en la plaza de San Pedro; el beso a los pies de los líderes de Sudán del Sur; las llamadas diarias al párroco de Gaza;… Hasta la decisión, tomada poco antes de morir, de donar doscientos mil euros a la fábrica de pasta de la prisión romana de Casal di Marmo. Hay mucho y diferente donde elegir.
Luego están las palabras, nunca rebuscadas: contra el clericalismo, por «la Iglesia en salida» con «pastores con olor a ovejas», la «tercera guerra mundial en pedazos» y la «globalización de la indiferencia», «una economía que mata» y produce, sin pudor, «descartes», las firmes, muy firmes palabras por la paz, contra los mercaderes de la muerte,…
Por último, también los textos a partir de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, su
verdadero «manifiesto programático» con los cuatro principios que han
regulado en gran medida la acción pastoral del Papa Francisco: el tiempo es más
importante que el espacio, la realidad es más importante que la idea, la unidad
es más importante que el conflicto, el todo es más importante que la parte. El alcance
de Laudato Sii (encíclica que
cumple estos días diez años, muy poco querida, leída y estudiada en el ámbito
eclesiástico), el desafío de Fratelli
tutti,…
Ciertamente gestos y palabras, por lo menos, a contracorriente…
Todo ello con la conciencia de que en Occidente está acabando un mundo y el nuevo que avanza está bajo el signo evidente de una descristianización sin límites.
El Papa Francisco ha iniciado una revolución, con gestos decididos y precisos, empezando por la elección las personas. Entre ellos, de una buena parte de los actuales cardenales. Y de la no elección de otros. Pero todo está en proceso, no es seguro que tenga éxito. Y mientras tanto, el proceso de descristianización del mundo occidental continúa. Vivimos en un mundo que parece que ha olvidado a Jesús y la tradición cristiana. Es, yo creo, bastante evidente en la vida cotidiana. Nuestra religión es el progreso convertido en desarrollo, y todo se mide con ese metro.
Ante este cambio
radical del paradigma cultural, el Papa Francisco ha asumido el reto
volviendo a señalar con fuerza la
centralidad del Evangelio y mostrando la necesidad de conjugar una
profunda vida espiritual con el cuidado del ser humano. Con un valor inaudito y
una libertad sorprendente.
Hasta el punto de que el muro de separación entre el Papa y el Pueblo de Dios parece haber sido derribado definitivamente. Quiero pensar que ya no será posible volver atrás a pesar de los muchos que aún lo desean en la Iglesia.
Por eso, y como decía al comienzo, la decisión tanto de estas Congregaciones Generales que se desarrollan en la actualidad, como particularmente del inmediato Concilio a partir del 7 de mayo, no será tanto la elección de un nuevo Papa -tema que no es en absoluto secundario ni, mucho menos, baladí- sino la continuidad y profundización en los procesos ya iniciados, o no. Si el magisterio del Papa Francisco ha sido también un magisterio de semillas y de procesos…¿no será decisivo continuar para estas semillas y procesos florezcan?
De manera análoga a como, por ejemplo, cuando murió el Papa Juan XXIII -3 de junio de 1963-, un año después de inaugurar el Concilio Vaticano II, la decisión crucial de aquel Cónclave fue la de continuar el mencionado Concilio, "actualizando" la Iglesia para el mundo moderno, y se eligió para ello el liderazgo de su sucesor, Pablo VI.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Posdata:
Y en esa decisión tiene un significado
particular las líneas programáticas que el papa Francisco quiso establecer para
la Iglesia y que están recogidas en su Exhortación apostólica, Evangelii Gaudium.
Digo esto porque entiendo
que son cuatro
principios que sirven para discernir con vistas a tomar decisiones acertadas y
válidas para el presente y el futuro de la Iglesia. Cuatro criterios rectores que
hoy podrían ayudarnos a leer la vida y los horizontes la Iglesia.
El tiempo es superior al espacio
La prioridad del tiempo sobre el espacio habla del
tiempo como un horizonte abierto hacia el futuro. «Más que poseer espacios, iniciar
procesos». Ante el riesgo eclesial y general de cristalizar cuestiones
y resolverlas apresuradamente, dar vida a caminos aún en devenir, sin la
ansiedad de cerrarlos sacando conclusiones precipitadas: enfatizar el
discernimiento, atender la evaluación de las situaciones caso por caso. Emblemático,
quizás más que cualquier otra cosa, es el proceso sinodal en curso. ¿Seguirá
siendo la sinodalidad la apuesta de la Iglesia posconciliar? ¿Se seguirá
confiando la vida eclesial al proceso: con todas sus debilidades, con todos sus
aplazamientos, con todo su trabajo de escucha y de difícil síntesis?
La unidad prevalece sobre el conflicto
Uno de los aspectos que caracterizan toda convivencia es el encuentro y el choque entre puntos de vista y proyectos diferentes, fuente, por tanto, de «conflictos» entre las personas y sus puntos de vista. El conflicto no puede ser ignorado ni disimulado. Debe ser aceptado. Pero hay que afrontar el conflicto y aceptar soportarlo, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso. Las acciones y las palabras no tienen porqué ser conciliadoras. También Jesús generó disensiones y críticas. No se trata de ponerlo todo junto a modo de un plácido sincretismo. Tampoco de hacer como si nada. Sino de descubrir la solución del conflicto a un nivel superior que conserve en sí mismo el valioso potencial que encierran las posiciones en conflicto.
La realidad es más importante que la idea
La realidad es, la idea se elabora. A diferencia de un enfoque idealista y apriorístico en el que la idea genera la realidad, la Iglesia no puede ignorar la realidad, el lugar donde todo se da. Hay que partir de ahí, sin silenciar los impulsos ideales. Este principio es arduo y valiente: elegir la realidad cotidiana, aceptando también lo trágico, pero manteniendo un impulso radical lo más fiel posible a lo que ya estaba sucediendo. Una fidelidad a la realidad que fue programática para Dios en el discurso inaugural de Jesús en la Sinagoga de Nazaret.
El todo es superior a la parte
Hay que prestar atención a la vez unas dimensiones sin
perder de vista otras dimensiones. Como una invitación a ampliar la mirada para
reconocer la presencia o la posibilidad de descubrir un bien mayor. Sí hay que cuidar el conjunto, el
depósito, y la tradición,…, pero también el ser humano, cada ser humano, todo
ser humano, en este momento de la historia del mundo para ayudar a poner en
valor la humanidad.
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