Complejidad de la tarea del Papa León XIV
Antes del reciente cónclave había puesto de relieve cierta pobreza y parcialidad teológica del frente eclesiástico denominado conservador o «antifrancisquista», y la pobreza y parcialidad análogas del frente denominado progresista o «continuista».
Tras el habemus papam, esperaba que el nuevo Obispo de Roma continuara al menos el intento del Papa Francisco de interpretar y vivir la sociedad actual, la comunidad eclesial y la relación entre ambas según la categoría de la complejidad.
Por otra parte, el propio Cardenal Re, decano del colegio cardenalicio, en la homilía de la Misa Pro eligendo romano pontefice, había relacionado la «necesidad» de un cierto tipo de Papa con nuestro tiempo «tan difícil y complejo».
El Papa León XIV se ha dirigido a los cardenales, al Pueblo de Dios - incluido el oriental -, y a los periodistas de todo el mundo. Son intervenciones que, aunque pronunciadas con un lenguaje que, como en el caso de otros pontífices, se irá perfeccionando poco a poco, hasta parecen comenzar a representar esta complejidad en la que estamos inmersos y respecto a la cual empezamos a vislumbrar cómo navegará el nuevo Obispo de Roma.
- Cristo y el Espíritu Santo
Partimos, pues, de la primacía repetida en numerosas ocasiones del «anuncio» y del «testimonio» de Cristo resucitado (cf. LG 1; EG 11), que tanto parece haber animado y vigorizado, a la «derecha» y al «centro moderado», a los perplejos y descontentos del Papa Francisco.
El Papa León XIV, en realidad, recuerda ante todo que la identidad evangélica de Cristo consiste en ser no solo «el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16), sino también «el Hijo del hombre» (Mt 16,13): plenamente divino —resucitado con un «cuerpo glorioso» para un «destino eterno»—, pero también plenamente humano —primero «niño», luego «joven» y finalmente «hombre» (cf. GS 22), «modelo de santidad humana».
En segundo lugar, este cristocentrismo no está separado de una pneumatología correspondiente, y veremos cuán sólida es. Jesús no solo es el «pastor verdadero (...) que guía a la Iglesia con su Espíritu Santo», sino que la memoria de lo que Él dijo (empezando por su paz, que es diferente de la que da el mundo) será obra consoladora del Espíritu Santo (Jn 14,25-27).
Por eso, según el Papa León XIV, la escucha dócil de la voz del Resucitado, a partir de los ministros de su salvación, solo podrá tener lugar recordando que Dios se comunica «más que en el estruendo del trueno y del terremoto, en el «susurro de una brisa suave» (1Re 19,12) o, como traducen algunos, en una «voz sutil de silencio»», es decir, no tanto en el rugido «institucional» del león, sino sobre todo en el balido «espiritual» del cordero.
Por eso creo que no tendremos que esperar mucho para que se nos recuerde también que la humanidad de Dios se esconde a menudo dentro —o detrás— de los pequeños hambrientos y sedientos, extranjeros y presos, enfermos y despojados de todo, de los que nos habla Mt 25,31-46 (cf. EG 53).
- Verdad y misericordia
El mismo «patrimonio» de la fe, si es cierto que es un «don» suyo, un «tesoro» suyo que la Iglesia «custodia y transmite» (con sus obispos y, en primer lugar, el de Roma, que preside a los demás en la caridad), también es cierto que, para el Papa León XIV, se «profundiza» en el «camino» histórico de la propia Iglesia.
Me parece significativo —y por ahora decisivo— que el Papa León XIV haya querido hacernos saber lo importante que es que «aprendamos cada vez más a escuchar, para entrar en diálogo. En primer lugar, con el Señor: escuchar siempre la Palabra de Dios. Luego, también escuchar a los demás: saber construir puentes, (...) no juzgar, no cerrar las puertas pensando que nosotros tenemos toda la verdad y que nadie más puede decirnos nada. Es muy importante escuchar la voz del Señor, escucharnos a nosotros mismos, en este diálogo, y ver hacia dónde nos llama el Señor» (cf. EG 84, 119-120).
No me sorprendería que, en breve, reapareciera en un texto pontificio la cita de Jn 16,13; mientras tanto, el Papa León XIV hace suya, por un lado, la exigencia surgida durante las congregaciones preconclave de una Iglesia «sinodal» y de «una especie de compartir con el Colegio Cardenalicio para poder escuchar qué consejos, sugerencias, propuestas» que provienen de él (cf. EG 33), y, por otro lado, el deseo del Papa Pablo VI expresado al principio de su pontificado (22 de junio de 1963) de que Dios ilumine «los caminos de la colaboración recíproca» con y entre los «hombres de buena voluntad».
En efecto, la figura del «administrador fiel», evocada por el Papa León XIV citando la primera carta a los corintios de San Pablo (4,2), hunde sus raíces y encuentra su explicación en la figura correspondiente de Lucas (12,42-48): no tanto una autoridad que debe preocuparse de «enseñar una doctrina» sino ante todo un ejercicio de la autoridad que no debe aprovecharse de la ausencia del amo para no «distribuir a su debido tiempo la ración de comida» a los demás siervos y siervas, o incluso para «golpearlos» y «comer, beber y emborracharse» en su perjuicio.
Pensemos en lo que el Papa León XIV afirmó ante los católicos de rito oriental: son tan «preciosos» —los necesitamos tanto por la capacidad de sus «tradiciones vivas» de «enriquecer con su especificidad [variedad] el contexto en el que viven», que el Papa León XIV quiso «rescatar» una antigua y firme prescripción del Papa León XIII según la cual «cualquier misionero latino (...) que con consejos o ayudas atraiga a algún oriental al rito latino» debe ser «destituido y excluido de su cargo».
Por lo tanto, primero ortopraxis -lo que «estamos viviendo»- y luego ortodoxia. Solo después, de hecho, el Evangelio se preocupa por juzgar la administración de la ortodoxia, es decir, de los llamados «bienes» (Lucas 16,1), pero también aquí la enseñanza que se desprende es siempre la del Padre Nuestro: perdonar las deudas, si no por convicción o por fe, al menos por astucia (Lc 16,8). Por lo tanto, ortodoxia y «búsqueda de la verdad», sí, pero en la misericordia, en el «amor con el que humildemente debemos buscarla».
- Iglesia y conversión
La Iglesia, en cuanto «Cuerpo místico», no es solo la visible, sino también la invisible. No es solo —con términos que efectivamente no se oían desde hacía tiempo— «ciudad situada en la montaña», «faro que ilumina las noches del mundo» (según Jn 21,4-7), sino también «arca de salvación que navega a través de las olas de la historia». Ciertamente no es «la antorcha» de la que hablaba el Papa Francisco (según Lc 24,15-17), pero tal vez sí es esa barca que puede afrontar rápidamente los rápidos de nuestro tiempo. En cualquier caso, la Iglesia según el Papa León XIV no es tal por la «magnificencia de sus estructuras» o la «grandiosidad de sus construcciones», sino por la «santidad de sus miembros» que, por lo tanto, deben ser «modelos creíbles», «unos para otros, cada uno según su estado, pastores «según su corazón» (Jer 3,15)».
No es casualidad que la fiabilidad de este testimonio se relacione también con «un camino cotidiano de conversión» (cf. EG 9). Partiendo, «ante todo», – por parte del Obispo de Roma, que deliberadamente concluyó su primera homilía con una invitación kenótica (Flp 2,7) dirigida a «todos los que en la Iglesia ejercen un ministerio de autoridad: desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastarse hasta el final para que a nadie le falte la oportunidad de conocerlo y amarlo».
Veremos si el Papa León XIV tendrá la fuerza de recordar también a la Iglesia que el tan citado Lc 22,32 prevé que la confirmación de los hermanos por parte de Pedro solo tiene lugar después de su conversión, nunca dada de una vez por todas. Sí, aquí se necesitará precisamente una fuerza «leona», porque este detalle no ha sido puesto en la luz adecuada ni por el Papa Benedicto XVI ni por el Papa Francisco, sino solo por el Papa Juan Pablo II en la segunda fase de su pontificado, la posterior a la caída del muro de Berlín y a la guerra del Golfo (cf. Ut unum sint, 4).
- Complejidad y Concilio Vaticano II
En definitiva, sobre cristología y pneumatología, identidad y alteridad, unidad y diversidad, verdad y misericordia, autoridad y conversión, me parece confirmada la complejidad del enfoque inicial del Papa León XIV, su intento de mantener juntas «ambas cosas», una coincidentia oppositorum sin concesiones a la baja ni generalizaciones insignificantes.
Esto explica por qué fue inmediata su invitación a los hermanos cardenales —y a toda la Iglesia— a renovar la «plena adhesión» a ese «camino que desde hace décadas recorre la Iglesia universal siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II» para responder a los «desafíos del tiempo».
Aquel Concilio fue la máxima representación moderna de esa coincidentia oppositorum y sus «contenidos», según el Papa León XIV, han sido recordados y actualizados «magistralmente» por la encíclica del Papa Francisco Evangelii gaudium, cuyas «instancias fundamentales» (nn. 9, 11, 33, 53, 84, 119-120, 123) constituyen «principios del Evangelio» a los que «educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios» – y no, como ha afirmado recientemente el nuncio Gaenswein, elementos de «confusión» o «arbitrariedad» de los que hay que proteger «el rebaño (Jn 21,15-17), el campo (Mc 4,1-20)» que –reitera el Papa León XIV– «nos ha sido dado para que lo cuidemos, lo cultivemos y lo alimentemos».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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