miércoles, 7 de mayo de 2025

Cónclave.

Cónclave 

¿Qué pensar de la gran atención mediática que está recibiendo el cónclave? ¿Es atención por el hecho en sí mismo o por el carácter espectacular que tiene? Todo el mundo lo está viendo, pero ¿qué es lo que ve? Esta atención de los medios de comunicación y de la gente hacia un hecho eminentemente religioso como es la elección del nuevo Papa reafirma, ante todo, que dicha elección no es solo un hecho religioso, sino también político. 

No es nada nuevo, siempre ha sido así en nuestra historia, al menos desde el siglo IV, concretamente desde el año 380, cuando el Emperador Teodosio convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio romano y prohibió todas las demás. Siempre, cuando se elegía al nuevo Papa, el poder se ponía en guardia, y los emperadores y reyes «bajaban al campo» (por retomar esta famosa expresión de la historia) y, a veces, lo hacían con tanta contundencia que daban lugar a una serie de enfrentamientos con el poder eclesiástico que la historiografía recuerda como «las luchas por las investiduras». 

La diferencia con respecto al pasado es que entonces los Papas también entraban en el terreno político y daban su opinión, no sin influir y, a veces, decidir, mientras que hoy no me parece que el Romano Pontífice tenga un peso significativo ni siquiera en la elección del alcalde de Roma …, y mucho menos en el resto. 

Sin embargo, sigue siendo un hecho que, incluso hoy en día, a los poderosos de la política mundial les interesa quién será el líder de la Iglesia, y esto se debe a que perciben que la Iglesia sigue ejerciendo cierto tipo de poder, por lo que la elección del nuevo Papa, a pesar del declive del cristianismo en el Occidente, además de ser un acontecimiento religioso, es también, como siempre ha sido, un acontecimiento político de alcance mundial. 

Lo que sí es peculiar de nuestros días es, debido a una comunicación nunca tan omnipresente, el carácter espectacular. Lo que me lleva a renovar la pregunta: ¿la atención mediática al cónclave es atención por el acontecimiento en sí o por su dimensión espectacular? 

Los seres humanos somos estructuralmente definibles como espectadores, somos «homo spectator»: solo así se explican los ritos, religiosos y laicos, como las celebraciones, las procesiones, el teatro, los juegos olímpicos, etc., hasta el presente cónclave. Hemos nacido para ver; más aún, para mirar; y cuando, al mirar, nos sentimos tan involucrados que podemos olvidar o superar las angustias de la existencia, aunque sea por un momento, quedamos irresistiblemente cautivados. 

Esto es válido en todas partes y en todo momento para toda la humanidad. Feuerbach dijo: «El hombre es lo que come», pero como nuestra psique se alimenta principalmente de imágenes (hoy en día, películas, deportes, series de televisión, redes sociales), se puede decir que el hombre es lo que mira. La calidad de lo que miramos constituye la calidad de nuestro ser. 

Ninguna sociedad ha estado tan dominada por el espectáculo como la nuestra, nunca el ser humano ha sido tan integralmente «homo spectator» como lo somos nosotros, que pasamos horas y horas mirando pantallas en las que se suceden imágenes de todo tipo, que para muchos se han vuelto más reales que la vida misma. 

Las sombrías predicciones del filósofo francés Guy Debord, que escribió La sociedad del espectáculo en 1967, se están cumpliendo: «Toda la vida de la sociedad se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos». Y continuaba: «Todo lo que se vivía directamente se ha alejado en una representación». Mario Vargas Llosa retomó en 2012, a su manera, este análisis en el ensayo La civilización del espectáculo. 

Pero ¿qué significa ser homo spectator? No podemos dejar de ser espectadores, ya que mirar y alimentarnos de imágenes forma parte de nuestra naturaleza: pero ¿qué significa ser «prevalentemente», o incluso «únicamente», espectadores? ¿Por qué hoy en día, cada vez más, en una situación de peligro, en lugar de intervenir y socorrer, pensamos primero en grabar un vídeo y «publicarlo»? 

No lo sé, pero sí vuelvo al interés por el cónclave, reiterando la pregunta de si el interés es por el hecho en sí mismo o por el espectáculo histórico que representa. 

Esta gran atención mediática al presente cónclave y a todos los ritos relacionados con él, desde el ‘Extra omnes’ hasta el ‘Habemus papam’, me ha recordado el siguiente pasaje del Evangelio. 

Jesús acaba de recibir a algunos discípulos de Juan el Bautista que, encarcelado en la fortaleza por el rey Herodes Antipas, le había preguntado a través de ellos si era él el esperado o no. Jesús responde primero remitiéndose a sus obras extraordinarias, y luego se dirige a la gente que lo rodea con estas duras palabras hacia aquellos que, atraídos por la fama del Bautista, habían ido a verlo: «¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces, ¿qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido con ropas lujosas? ¡Los que visten ropas lujosas están en los palacios de los reyes! Entonces, ¿qué habéis ido a ver?». 

Tres veces Jesús presiona a los oyentes sobre la identidad de las imágenes de las que se han alimentado, como diciendo: sí, habéis visto, pero ¿qué habéis visto «realmente»? Quizás hoy dirigiría esta pregunta también a las multitudes de espectadores que contemplan el humo de la Capilla Sixtina. 

Pero imaginemos que se la dirige a los cardenales: «Vosotros que vivís en los palacios del poder, ¿qué vais a ver al entrar en la Capilla Sixtina?». También los cardenales son hombres de este tiempo, también forman parte de la civilización del espectáculo (también el papa Francisco formaba parte de ella, de lo contrario no habría participado en algunos programas de televisión). ¿Y qué responderían los cardenales? ¿Qué diría en particular aquel cardenal que quizá hoy mismo, o más probablemente dentro de unos días, será el próximo Papa? 

No lo sé, naturalmente, pero creo saber que la gran atención que se presta al cónclave y a todo lo que lo rodea no se debe solo a su espectacularidad. No hay duda de que para muchos es solo espectáculo y curiosidad mundana, pero para otros no, para otros es realmente una cuestión de fe, en particular de fe « católica», en esta Iglesia que es sí pecadora, pero sigue siendo madre, «Mater Ecclesia», es más, «Mater et magistra»; que es sí humana, demasiado humana, pero también «Civitas Dei, Domus Dei», incluso «Misticum Corpus Christi»: en definitiva, un increíble paradigma, expresado de la manera más eficaz por la expresión patrística de los primeros siglos « casta meretrix», prostituta, pero también casta, oxímoron imposible que mejor que cualquier otra imagen sabe dar cuenta de sus pecados y, al mismo tiempo, de su santidad en tantas y tantas personas con sus admirables y luminosas existencias para los demás. 

Y luego, si tuviera que apostar, apostaría también por el hecho de que incluso para algunos no católicos o ya no católicos, sino agnósticos, ateos o de otras religiones, el humo blanco del día de la elección no será solo un espectáculo, sino que tocará algo más profundo: una emoción, un sentimiento, un deseo, una aspiración. ¿Por qué? 

Creo que por ese horizonte de sentido último que Horkheimer, uno de los fundadores de la Escuela de Fráncfort, denominó «nostalgia de lo totalmente otro» (fue en la memorable entrevista al semanario alemán Der Spiegel de 1970, referida siempre con la expresión «totalmente otro» que proviene de la obra maestra de Rudolf Otto, Lo sagrado, de 1917). 

Quizá también, ¿o seguramente?, La tarea de la Iglesia hoy, en el fondo, no consiste más que en esto: mostrar con la vida y con las palabras que la religión no es una ilusión. Y que hay una forma de estar en el escenario del mundo que no se reduce al espectáculo porque aspira a algo totalmente diferente. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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