El viento del Espíritu que trae la libertad
El Espíritu Santo, el misterioso corazón del mundo, el viento sobre los abismos, el Amor en todo amor, es Dios en libertad, un viento que lleva el polen donde quiere en primavera, que no deja dormir al polvo, que se abate sobre toda Jerusalén antigua.
Dios en libertad, que no soporta las estadísticas, que en la vida y en la Biblia nunca sigue esquemas. Libre y liberador como el viento, lo más libre que existe, que a veces es una brisa suave, a veces un huracán que sacude la casa; que es voz de silencio sutil, pero también fuego ardiente encerrado en los huesos del profeta (Jer 20,9).
Pentecostés es una fiesta revolucionaria cuyo alcance aún no hemos comprendido plenamente.
El Espíritu «os enseñará todo»: le gusta enseñar, acompañar más allá, hacer descubrir paisajes inexplorados, llevar a los creyentes a vivir en «modo exploratorio», no como ejecutores de órdenes, sino como inventores de caminos.
El Espíritu es creador y quiere discípulos ingeniosos y creadores, a su imagen. Viento que nunca calla, por lo que todo creyente está envuelto e impregnado de Él, de modo que cada uno tiene tanto Espíritu Santo como los ministros ordenados.
De hecho, «el Pueblo de Dios, por la acción constante del Espíritu, se evangeliza continuamente a sí mismo» (Evangelii Gaudium 139). Palabras como un viento que abre caminos, que trae aromas de nuevas primaveras.
El Pueblo de Dios se evangeliza a sí mismo, continuamente. Una visión de poderosa confianza, en la que cada hombre y cada mujer tienen dignidad de profetas y pastores, cada uno con su momento de Dios, cada uno con una sílaba del Verbo, todos evangelizadores de su propio «quinto evangelio», bajo la inspiración del Espíritu.
Vendrá el Espíritu, os devolverá al corazón todo lo de Jesús, cuando pasaba y sanaba la vida, y decía palabras cuyo fondo no se veía.
Pero no basta, el Espíritu os guiará a la verdad toda entera: abre un espacio de conquistas y descubrimientos; os enseñará nuevas sílabas divinas y palabras nunca dichas.
Será el recuerdo vivo de lo que sucedió «en aquellos días irrepetibles» y, al mismo tiempo, será la genialidad, para respuestas libres e inéditas, para hoy y para mañana.
Levántate, Espíritu remoto, ya tiembla, alta, la vela blanca... Una vela y el mar cambia, ya no es un vacío en el que perderse o hundirse. Basta con que se levante una vela, alta para captar el soplo del Espíritu, para iniciar una aventura hacia nuevos mares, hacia islas intactas, olvidando el vacío.
Y desde donde te detuviste, el Espíritu libre y liberador de Dios te hará partir de nuevo, mientras continúa realizando en la Iglesia la misma obra que realizó con Marcos, Lucas, Mateo y Juan: sigue dando vida a evangelistas. Y los hace navegar en su Viento.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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