viernes, 23 de mayo de 2025

“María…” -un balbuceo de ternura-.

“María…” -un balbuceo de ternura-

Me parece significativo que sean precisamente las mujeres biblistas las que insistan, por ejemplo, en que el término hebreo traducido en las lenguas neolatinas como «misericordia» pueda traducirse como «ternura». 

En realidad, el vocabulario hebreo del amor es muy rico - chen, chesed, rechem/rachamim -, términos que a veces se influyen mutuamente y mezclan sus significados, aunque hay que reconocer que en la traducción del hebreo al griego y luego al latín de la Vulgata, esta variedad léxica se ha ido condensando progresivamente en torno al término «misericordia». 

Las versiones bíblicas actuales siguen esta tradición, aunque desde hace algún tiempo se alzan voces que piden traducir ‘rachamim’ por «ternura», abogando por el desarrollo de una teología bíblica de la ternura de Dios. 

Dado que ‘rechem/rachamim’ designa un movimiento íntimo, instintivo, causado por un estremecimiento de amor que se convierte en compasión, en sufrir con, en sensibilidad; y dado que se trata de un sentimiento maternal, que nace de las entrañas, de las vísceras de la madre, parecería más adecuado traducirlo por ternura en lugar de misericordia. 

También hay que reconocer que a menudo se entiende la misericordia no en su auténtico sentido bíblico, sino que se confunde con un término que designaría un sentimiento de piedad, de arriba abajo (como, por otra parte, también puede ocurrir con el término «compasión»). 

Al mismo tiempo, sin embargo, el concepto de ternura tampoco está exento de los mismos riesgos, sobre todo cuando se utiliza el adjetivo «tierno», que puede adquirir connotaciones empalagosas: decir que alguien es tierno a menudo suena inadecuado para definir su capacidad de afecto y compasión. 

También puede ser útil recordar su etimología: «ternura» proviene del latín ‘tenerum’, que significa «de poca dureza, que cede al tacto», por lo tanto, «sensible»; y es significativo que en algunos diccionarios se asocie, en sentido figurado, con «empalagoso», incluso con «afeminado». 

Estas precisiones léxicas son necesarias para interpretar con fidelidad la revelación del Dios bíblico. ¿Por qué se hace necesaria esta insistencia en la ternura? 

Porque la vida es un oficio duro, porque las relaciones hoy se han vuelto duras, distantes, desapegadas, y los hombres y mujeres de nuestro tiempo sienten sobre todo la necesidad de ternura. 

Me refiero a aquella ternura como sensibilidad, apertura al otro, capacidad de relaciones en las que afloran el amor, la atención, el cuidado. 

La ternura no es un sentimiento empalagoso, pero es cierto que, sobre todo los hombres, deudores de una cultura del hombre fuerte, sólido, que siempre sabe usar la razón a costa de no escuchar al corazón, de una cultura recelosa de las emociones, no han cultivado en el pasado y quizá tampoco cultivan hoy esta extraordinaria virtud. 

En realidad, la ternura es realmente lo que más falta hace hoy en día. Cuántas relaciones entre cónyuges o amantes se rompen, ven debilitada la pasión o acaban afectadas por la violencia y la cosificación del otro, precisamente porque falta la ternura; cuántas relaciones de amistad se vuelven grises porque no se es capaz de renovar el vínculo con la ternura; cuántos encuentros no florecen en una relación por falta de ternura... 

Por eso la ternura debe verse y reconocerse en un rostro: ¡de lo contrario, el rostro se vuelve rígido, duro, inexpresivo! 

Si la ternura es un sentimiento visceral materno, entonces también es sinónimo de misericordia, y por eso la revelación bíblica de Dios las asocia

Las Sagradas Escrituras nos proporcionan imágenes extraordinarias, verdaderas alabanzas a las caricias de Dios. 

Basta pensar en la historia de Oseas, profeta que ama perdidamente a su mujer, prostituta y adúltera: quiere atraerla hacia sí, a pesar de sus infidelidades, quiere llevarla al desierto, a un lugar apartado, para poder hablarle en la intimidad «cor ad cor» (cf. Os 2,16). No solo eso, sino que cuando Oseas tiene que describir el amor de Dios por su pueblo, habla de un Dios que atrae hacia sí con lazos de bondad, con vínculos de amor, como un padre que levanta a su hijo y lo lleva a su mejilla, mejilla con mejilla (cf. Os 11,4), en un ejercicio de sensibilidad táctil recíproca que narra la dulzura del amor. 

E Isaías nos entrega con audacia la imagen de un Dios con rasgos maternales, que amamanta, lleva en brazos, acaricia y consuela a su hijo (cf. Is 66,12-13), hijo al que nunca podrá olvidar ni abandonar (cf. Is 49,14-15). 

En estos textos, el amor de Dios se revela ante todo como ternura, aquella que Dostoievski definió como «la fuerza de un amor humilde». Precisamente porque la ternura es misericordia, cuando fue practicada y narrada por Jesús, suscitó escándalo. 

Independientemente del uso de la terminología de la misericordia, la ternura de Jesús es visible en su comportamiento habitual: cuando, al encontrarse con los niños, reprende a los discípulos que quieren apartarlos (cf. Mc 10,13-16 y par.); cuando se deja acariciar por la mujer pecadora (cf. Lc 7,37-38) o por la que le unge la cabeza con perfume (cf. Mc 14,3; Mt 26,7) o los pies (cf. Jn 12,3); cuando se conmueve al ver a la multitud desorientada, semejante a un rebaño sin pastor (cf. Mc 6,34; Mt 9,36); cuando, después de la resurrección, llama por su nombre a «María», la Magdalena que lo busca llorando (cf. Jn 20,16)... 

Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), es decir, dulce y humilde de corazón, lleno de ternura y humilde de corazón: esto es lo que debemos comprender de Él, y si a veces los Evangelios nos lo presentan enfadado, no debemos olvidar que esta es la otra cara de su compasión. Solo quien conoce la compasión, de hecho, puede recurrir a la ira y así declarar su no indiferencia ante el sufrimiento. 

En los Evangelios no está escrito que Jesús acariciara a nadie, salvo a los niños (cf. Mc 10,16; Mt 19,15); sin embargo, estoy convencido de que tenía el arte de la caricia, que acarició algún rostro de los discípulos, algún rostro lloroso, algún rostro preso del sufrimiento por la enfermedad. 

La ternura es un aspecto de la misericordia, es la misericordia que se hace tan cercana que se convierte en una caricia, en tomar la mano del otro en la propia, en secar las lágrimas de los ojos del otro: la ternura es misericordia hecha tacto y la misericordia, a su vez, es una caricia. 

Me gusta imaginar a Jesús como Aquél no se dejaba ver o escuchar, sino que se dejaba tocar. Y creo que hay al menos algo de verdad en esta imagen porque Jesús sabía mostrar la ternura divina: y quien sentía falta de ternura acudía a Él, no tanto para verlo ni para escucharlo, sino con la esperanza de ser mirado, tocado, abrazado con ternura por Él. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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