Secuencia al Espíritu Santo
Es la secuencia por excelencia de la Pascua de Pentecostés. Te invito a que la leas despacio. Tienes a continuación su texto en castellano.
Ven
Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido.
Luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven,
dulce huésped del alma, descanso de nuestros esfuerzos.
Tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego.
Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra
hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del alma si Tú le faltas por dentro.
Mira
el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega
la tierra en sequía, sana el corazón enfermo.
Lava las manchas. Infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito. Guía al que tuerce el sendero.
Reparte
tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Amén.
Si te parece, escucha esta versión en la que la belleza y la fe se dan la mano: https://www.youtube.com/watch?v=Rp9BwQ7SAes
Las tres primeras palabras de la secuencia conducen a una llamada. Para comprender a quién nos dirigimos, es útil releer la poderosa escena del campo de huesos que, tocados por el Espíritu, vuelven a ser personas vivas (Ez 37,1-10). Es importante entrenar el corazón para decir «ven» dando a esta palabra el sentido que Dios espera. Si no sale del corazón, no encierra el verdadero deseo de que el otro venga. El cristiano, ante el espectáculo del mundo, lleva siempre dentro el murmullo «ven, Señor, ven, Espíritu» y establece así una relación viva con Dios con esta llamada insistente.
El Espíritu Santo, el hacedor de la santidad de la vida cotidiana, de la puerta de al lado, no teme descender incluso a los aspectos más miserables de nuestra humanidad. Las seis cualidades que encontramos en la secuencia - seco, enfermo, manchado, helado, indómito y torcido - no constituyen un retrato muy bonito, pero también así es el ser humano.
También queremos ser realistas y, al menos por un momento, asomarnos a Él, no podemos dejar de notar que nuestra época, sobre todo los dos últimos siglos en particular, se ha caracterizado por aquellas situaciones secas, enfermas, manchadas, heladas, indómitas y torcidas.
Pues bien, Dios, que no se complica mucho, me conoce, sabe cómo soy, me ama: soy precisamente la persona que Él busca, porque ha venido por los enfermos, por los pecadores. Es hermoso que nos consuele nuestro Dios, capaz de remediar las consecuencias de nuestros pecados.
Subrayo este realismo de Dios, porque cuando nos damos cuenta de nuestras debilidades tendemos a entristecernos, a encerrarnos en nosotros mismos, a sentirnos abatidos, a avergonzarnos de mirar a Dios. Más allá de todo desánimo, nos aceptamos tal como somos, con nuestras oraciones áridas de las que no sale nada. No debemos asustarnos de ofrecer a Dios esta nada que somos, porque Dios nos ama aunque seamos áridos.
El cristianismo no es pesimista sobre el ser humano, porque no lo considera una pasión inútil, una excrecencia inútil en la faz de la tierra. Más bien es realista y muy cauteloso: es esperanzado sobre el ser humano, que es bueno y está hecho para divinizarse, pero a esto el ser humano llega en el Espíritu de Dios, porque de lo contrario, abandonado a sí mismo, se separa de Dios.
Al observar cómo está planteada la publicidad en los medios de comunicación, la vida parece estar hecha de gente feliz, guapa, joven y sonriente. Esta forma de presentar la vida es una mentira, es engañar a la gente, burlarse de ella.
Nosotros, en cambio, debemos mirar a nuestro alrededor con mucho realismo, si es cierto que, sin la fuerza de Dios, el ser humano no es nada. No nos escandalizaremos por cómo es el otro; nunca lo condenaremos, no lo juzgaremos, recordaremos que todos estamos hechos de la misma pasta, incluidos los santos: la arcilla es siempre la misma.
Sin el Espíritu, todos somos gente pobre y, por lo tanto, debemos amarnos con humildad, con verdadero sentido fraternal, con ese espléndido sentimiento de Dios que es la compasión. Jesús, que se compadeció y rompió en lágrimas ante las miserias humanas, nos ayuda a llenar el corazón de su compasión, que no es debilidad, sino que lucha por el bien, ayuda a las conciencias, sabe compadecerse.
El insistente «Ven, ven, ven» cobra sentido y el cristiano, que tiene los pies en la tierra y conoce el mundo, debería llevar siempre dentro esta especie de invocación. Ante el mal del mundo, el «ven» se vuelve muy poderoso, se convierte en una exigencia hacia Dios. Dios nos ha dado el derecho a exigir, porque un hijo puede exigir algo justo en nombre de Jesucristo. Entonces nos hacemos fuertes. Si fuéramos capaces de ser un poco más suplicantes, derribaríamos el cielo. En cambio, a veces llenamos el mundo con nuestras palabras, …, y casi nada cambia. Es el Espíritu el que nos hace renacer.
Ante el panorama un poco desolador del mundo, no podemos sino alegrarnos de las características que el Espíritu nos revela sobre sí mismo.
Padre amoroso del pobre. Quien pretende valerse por sí mismo, quien no necesita que Dios sea su padre, vive como un huérfano. Rodeado de adultos, sabihondos y seguros de sí mismos, que lo crucificaron y ante cuyos ojos resucitó, Jesús exaltó esta pequeñez, esta necesidad del Padre. Por lo tanto, no hay que desanimarse cuando se ha pecado, esconderse en la vergüenza que es remordimiento pero no arrepentimiento, resignarse a los propios pecados, sean cuales sean. Si nos dirigimos a Dios, Él nos hará ricos.
Don en tus dones espléndido. El cristianismo no se basa en contratos entre nosotros y Dios, sino simplemente en su generosidad. Yo no he hecho nada porque soy árido, rígido y torcido, pero te miro y te digo: «Ten piedad de mí». Y el don llega. Dador de dones es la profesión de Dios. Para nosotros, un regalo es siempre una excepción, pero Él es solo un donante.
Fuente del mayor consuelo. Especialmente para los jóvenes, la pregunta «¿qué sentido tiene vivir, vale la pena estar aquí o no estar?» es tantas veces cada vez más problemática. Se busca una respuesta, pero se encuentra que todo es un pantano, tristeza. Uno se queda desconsolado. Entonces hay que confiar en Dios, no pensar que su consuelo es solo místico y religioso. Dios da el consuelo que se necesita. Una amistad verdadera, un abrazo sincero, un prado florido en primavera son consolaciones que vienen de Dios. Se trata de captar lo bello y lo bueno de la existencia, sin dejarse entristecer por ese velo de melancolía que lo vuelve todo gris: el mundo no es blanco y negro, está lleno de colores. De consolados pasamos a ser consoladores, y todo se vuelve mucho más bello. Lo que era y, sin la inspiración y ayuda de Dios, seguiría siendo sórdido, árido, rígido, consigue, en cambio, con el don de Dios, dar frutos positivos de vida.
Dulce huésped del alma. Es el adjetivo dulce el que califica la presencia: se está bien contigo en el alma, Dios mío. La morada de Dios es también el alma humana: «Tú eres templo del Espíritu», pero puede ser una realidad tan muda, sorda y ciega que es como si no existiera. «Se está bien contigo en el corazón, Dios mío»: qué belleza es cuando se consigue sacar de la propia experiencia una frase así, es uno de los mayores descubrimientos de lo que hay en nosotros, la perla preciosa, el tesoro escondido.
También porque con Dios en el alma tenemos al maestro que nos guía, la inspiración que nos enseña. Podemos tener un director espiritual, un guía, un amigo, un confesor, …, pero el maestro está en nosotros: solo él está siempre ahí y nos dice qué hacer y cómo ser en cada momento. Bienaventurado el que ha aprendido a dejarse guiar desde dentro, por Jesús que inspira, ilumina, mueve…
Muchas veces estamos solos en la vida: las diferencias, las situaciones, el trabajo, la oficina, nos hacen encontrarnos inmediatamente en muchas condiciones inimaginables. Entonces, si dentro no está Él que nos consuela, nos encontramos como perdidos. El Espíritu no se asusta de nadie y quien tiene el Espíritu tampoco se asusta de nadie, no para hacerse el héroe, sino para mantenerse en pie en un mundo complejo y, tantas veces, también difícil.
Descanso, tregua, brisa, gozo… El Espíritu es fuente del mayor consuelo. ¿Cómo podríamos darnos cuenta de que Dios es nuestro descanso si no conocemos el cansancio? ¿Cómo podríamos darnos cuenta de que nos consuela si no conocemos el llanto? No debemos asustarnos cuando conocemos el cansancio y el llanto. Nuestra inclinación natural es vivir una vida tranquila, no estamos hechos para llorar y nos gustaría que toda la vida fuera bien. Pero cuando llega el cansancio y, a veces, el llanto, a menudo nos quedamos desconcertados, como si fueran cosas que no debieran suceder, nos sentimos mal. Y nos sentimos tentados a culpar a Dios por no haber impedido esta situación, a dejar de confiar en Él, a perder la fe.
Entonces, en el cansancio y el llanto, si aún soy un poco sabio, levanto la mirada y me doy cuenta de que Tú eres capaz de ser para mí descanso y consuelo.
Bienaventurados
los que lloran. Cansancio, llanto, descanso y consuelo son palabras que no hay
que olvidar, porque son de las más preciosas de la vida, una especie de
primeros auxilios cuando la vida nos sorprende.
El que es descanso y consuelo no está en la farmacia ni en ningún hospital. Se encuentra dentro de nosotros, es huésped e interviene cuando le pedimos qué hacer. La vida interior no es otra cosa que tratar familiarmente a quien nos es familiar.
El cristianismo es muy sencillo, humano y hermoso. Es una creencia, una moral, una práctica, …, pero no solo eso. Es mucho más que eso. Entonces se puede concluir con mucha serenidad: invade lo íntimo, lo íntimo de mi ser, …, es una manera de ser. Invádeme, hazme sentir que soy tuyo, Señor.
Hay una parte profunda y vacía de nosotros donde solo habita Dios, pero cuando se percibe que Dios está allí, que nos ha invadido, que somos suyos, entonces nos sentimos en pie, tranquilos a pesar de todo.
Entra hasta el fon del alma, enriquécenos, envíanos tu aliento, … Invade el corazón de tus fieles. Da a tus fieles que solo confían en ti tus santos dones… da tu mérito a nuestro esfuerzo… La secuencia va en aumento, es decir, llega a los dones del Espíritu que constituyen nuestra nueva personalidad.
Los siete dones del Espíritu son aquellas disposiciones permanentes que nos hacen dóciles a seguir las mociones del Espíritu Santo. Pertenecen en su plenitud a Jesucristo. Completan y llevan a la perfección las virtudes de quienes los reciben. Los dones del Espíritu hacen que tengamos ese algo más que nos ayudan a vivir. Es otro de los aspectos del Espíritu Santo.
El Espíritu nos convierte en criaturas espirituales, personas en las que vive el Espíritu. Es la santidad como vocación de todo el pueblo cristiano (Lumen Gentium 5). Todos estamos llamados a buscar la santidad, porque el mundo necesita testigos, no maestros. Necesita personas moldeadas por el Espíritu, a las que el Espíritu pueda inspirar. Eso es ser testigo.
Que María, Madre de Jesús y de la Iglesia, que fue la más experta en el arte de invocar al Espíritu, con su corazón en el nuestro, nos ayude a orar esta secuencia.
Y, si quieres, finaliza este ejercicio de contemplación con la secuencia cantada que te he propuesto también al comienzo: https://www.youtube.com/watch?v=Rp9BwQ7SAes
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



No hay comentarios:
Publicar un comentario