domingo, 11 de mayo de 2025

Su nombre es León.

Su nombre es León

Tras un breve cónclave y una decisión firme de los cardenales, la Iglesia católica tiene desde el pasado jueves 8 de mayo un nuevo pontífice. Al igual que ocurrió en 2013, todas las previsiones previas se desvanecieron ante una decisión inesperada y precisa de los cardenales electores.

 

Por otra parte, junto con las profecías fallidas de los medios de comunicación, también se disiparon como inconsistentes las divisiones seculares entre progresistas y conservadores, y así subió al trono de Pedro con el nombre de León XIV el estadounidense Robert Francisc Prevost, una personalidad de síntesis simplemente porque es diferente a cualquier esquema ideológico y fantasioso.

 

Aún no es posible comprender concretamente qué línea tomará su magisterio, también porque, al contrario de lo que ocurre en la política, convertirse en Papa cambia completamente el punto de vista de la persona, trasladando así la particular perspectiva individual de fe de un ministro ordenado al gobierno universal de la Iglesia universal.

 

Sin embargo, se pueden hacer algunas breves observaciones al respecto.

 

En la Iglesia católica, los nombres no se eligen al azar. Son símbolos, signos, indicaciones. Y cuando un Papa adopta uno, ya dice algo sobre el camino que pretende recorrer.

 

Así, cuando Robert Francis Prevost —estadounidense de nacimiento, agustino de formación— decidió llamarse León XIV, su decisión suscitó inmediatamente diversas interpretaciones. No se trata de una simple herencia onomástica, sino de una declaración de intenciones: un puente entre el pasado y el futuro, entre la memoria y el proyecto.

 

Lo que llama inmediatamente la atención es la figura de León Magno, el Papa del siglo V que, según la tradición, se enfrentó a Atila, el Flagelo de Dios, sin armas ni ejércitos, solo con la fuerza espiritual de la cruz.

 

Detuvo el avance del invasor con su sola autoridad moral. Fue un gesto que marcó una época y otorgó al papado un nuevo papel: baluarte de la civilización, escudo espiritual contra el caos. En una época en la que las ciudades se derrumbaban y las certezas se desmoronaban, afirmó que la fe podía seguir siendo un fundamento, un refugio.

 

Hoy en día, los «bárbaros» ya no llegan a caballo. Hablan el lenguaje de los algoritmos, del capital soberano, de la propaganda digital. No devastan con espadas, sino con la desinformación, la manipulación y la codicia.

 

Ante estas nuevas amenazas, la elección del nombre León suena como una invitación a redescubrir la fuerza moral, a erigir nuevas defensas, no materiales, sino espirituales.

 

Pero León XIV no solo mira al pasado más remoto. La referencia más poderosa, quizás, es a León XIII, el Papa de la era industrial, padre del pensamiento social católico.

 

Con la encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891, revolucionó la visión del trabajo, definiéndolo no como un simple medio de subsistencia, sino como un lugar de dignidad humana. Denunció las injusticias del capitalismo salvaje y dio impulso a un cristianismo encarnado: nacieron las cooperativas, los sindicatos cristianos, las cajas rurales. No ideologías, sino infraestructuras morales. No utopías, sino instrumentos concretos para devolver a los pobres su papel como sujetos de la historia.

 

Además, León XIII, con la encíclica Aeterni patris, relanzó la cultura católica, proponiendo la elaboración de una filosofía cristiana inspirada en el modelo de la escolástica medieval, pero adaptada a los retos de la modernidad.

 

Es desde ese triple legado —la firmeza moral de León Magno, la justicia social y la cultura o filosofía cristiana de León XIII— desde donde el nuevo Papa parece querer partir. En una época marcada por nuevas formas de autoritarismo —tanto ostentoso como subrepticio— y por democracias cansadas y seducidas por el consumismo, se necesitan voces capaces de despertar las conciencias.

 

La fe, hoy, no puede ser un refugio, sino un baluarte. No una huida, sino una toma de posición. El Papa ya ha dado a entender que no será un pontificado de simple administración.

 

También podemos esperar del Papa León XIV un pontificado culturalmente comprometido con los problemas actuales, en particular la inteligencia artificial, los dilemas sociales, la tragedia de la guerra, etc., pero también firme y decidido en los principios del humanismo cristiano.

 

Por otra parte, León XIV pertenece a la orden de los agustinos, una comunidad religiosa nacida a mediados del siglo XIII para reunir las diferentes realidades religiosas que vivían la regla de San Agustín frente a la fuerza de las otras grandes órdenes mendicantes, el Padre de la Iglesia que vivió a caballo entre los siglos IV y V y que, de manera fascinante, ejemplificó durante dos milenios el sentido de toda la vida cristiana mediterránea y de toda la patrística latina.

 

El santo creyente y obispo de Hipona, como se recordará, fue el misionero de la verdad cristiana, a la que llegó tras una peregrina existencia marcada por la inquietud, el deseo, la búsqueda y el encuentro, convirtiéndose así en el paradigma mismo del intelectual europeo que encuentra en la verdadera religión la respuesta última y fundamental a sus dudas e incertidumbres personales.

 

Así pues, recordando estas referencias derivadas de la biografía y del nombre elegido por Robert Francisco Prevost, se puede intuir algo de la línea de gobierno del pontificado que se abre, ciertamente discontinuo con respecto al del Papa Francisco, pero sin rupturas innecesarias, destinado a relanzar el cristianismo católico como misión humana, religiosa, espiritual e intelectual en el siglo XXI.

 

Como se ha comprendido en las primeras intervenciones, a partir de las palabras pronunciadas inmediatamente después de la elección y del discurso reservado a los cardenales, el Papa León XIV concibe la fe cristiana como un modelo humano, espiritual y religioso que debe perseguirse en la verdad para promover la fe, la esperanza y la caridad en un mundo que vive de falsos mitos, odios y divisiones lacerantes

 

Por eso, un Papa nacido en Chicago pero con experiencia global puede dar voz perfectamente a la verdadera esperanza de la humanidad, que desde Roma y desde el Atlántico se ofrece eficazmente como propuesta humana y espiritual, cultural y religiosa, para todas las personas y civilizaciones del planeta.

 

El impulso espiritual se combina, en su visión, con la urgencia de reformar el presente: se necesita una Iglesia que no se encierre en el ritualismo, sino que sepa interpretar el tiempo con ojos nuevos.

 

El nombre «León» lleva consigo una promesa y un desafío. Promesa de valentía, desafío de responsabilidad. No evoca una batalla de conquista, sino una batalla de sentido.

 

Es un nombre que sugiere que la fe todavía puede decir algo al mundo, sin gritar, pero con firmeza. Que la esperanza es posible, pero necesita guías sobrios, lúcidos, capaces de señalar el peligro sin ceder al pánico, y la salida sin ceder al orgullo.

 

En un momento que parece haber perdido su centro, León XIV podría representar un nuevo comienzo. Un Papa que, al elegir un nombre tan denso, nos recuerda que el pasado no es una carga, sino una raíz. Y que de la raíz aún puede nacer un futuro.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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