sábado, 10 de mayo de 2025

Un Papa para el presente.

Un Papa para el presente

Cuando el nuevo Papa eligió el nombre de León XIV, el mundo católico percibió inmediatamente una señal llena de significado. Ese nombre remite a León XIII, el pontífice que en 1891 firmó la Rerum Novarum, la encíclica que inauguró la doctrina social de la Iglesia en pleno corazón de la revolución industrial.

En aquella época, las ciudades europeas se estaban llenando de obreros sin derechos, explotados por un capitalismo salvaje y aún sin regulaciones. León XIII, rompiendo un largo silencio eclesiástico, intervino con palabras contundentes: el trabajo es dignidad, la propiedad privada es un derecho, pero no absoluto; el Estado debe ser árbitro del bien común, y los trabajadores tienen el derecho —y el deber— de unirse para defender su condición, defendiendo sus derechos. 

Con ese gesto, la Iglesia entraba en la modernidad no como espectadora o simple predicadora moral, sino como interlocutora social, anunciando una visión alternativa, basada en la justicia, la solidaridad y el respeto al ser humano. 

Hoy, el mundo que hereda León XIV es radicalmente diferente, pero no menos complejo. Ya no son las fábricas las que generan explotación, sino los algoritmos y la inteligencia artificial; ya no es solo el brazo del hombre el que se utiliza y, a veces, se abusa de él, sino su atención, sus datos, su vida interior. El nuevo Pontífice, licenciado en Matemáticas, se enfrenta a una revolución que no es solo tecnológica, sino antropológica. Y a esta revolución está llamado a responder con el mismo valor profético que su predecesor. 

Mientras la economía digital produce inmensas riquezas para unos pocos, aumenta el número de excluidos: pobres digitales, migrantes ambientales y conectados, trabajadores invisibles que viven entre las mallas de la economía gig - economía de encargos, de pequeños trabajo o de trabajos ocasionales -, jóvenes sin perspectivas. Estoy seguro de que León XIV dará voz a esta nueva humanidad sin protección. 

No es difícil imaginar que entre las primeras encíclicas del pontificado habrá un texto que aborde precisamente la relación entre tecnología y dignidad humana. Algunos temas surgen con urgencia: el derecho a la protección de la conciencia personal en una sociedad hiperconectada; la necesidad de una justicia ambiental que no deje atrás a las generaciones futuras; la responsabilidad de las potencias tecnológicas en garantizar la equidad; el papel educativo y espiritual de la Iglesia en la construcción de puentes entre la justicia, el desarme, la educación y la paz. 

Al igual que hizo el Papa Francisco con Laudato si' y Fratelli Tutti, también el Papa León XIV podría indicar un camino no solo correctivo, sino regenerador: una espiritualidad social capaz de integrar la fe, la tecnología y la comunidad. 

Las primeras intervenciones públicas del nuevo Papa dejan entrever un alma profundamente influenciada por San Agustín. La centralidad de la conciencia como lugar de diálogo, una visión en la que la verdad no se impone desde fuera, sino que se descubre y se acoge interiormente. La distinción entre la «ciudad de Dios» y la «ciudad del hombre», tan querida por el Obispo de Hipona, aparece ya como una clave de lectura del pontificado. 

El Papa León XIV parece querer guiar a la Iglesia hacia un discernimiento cultural profundo, capaz de leer los retos de la modernidad con los ojos de la fe y con el corazón puesto en la eternidad, en un mundo secularizado, impregnado de individualismo, pero también en busca desesperada de espiritualidad, de sentido de la propia existencia. 

El Papa León XIV no se esconde detrás de fórmulas conciliadoras. Denuncia con firmeza los contextos —cada vez más frecuentes hoy en día— en los que la fe cristiana es ridiculizada o vista como un refugio para los débiles. En un mundo que se entrega a los ídolos modernos —el éxito, el dinero, el poder, la tecnología—, el cristianismo parece a menudo fuera de lugar. Sin embargo, precisamente allí, afirma el Papa, la Iglesia está llamada a dar testimonio de la fe gozosa en Cristo resucitado. Incluso cuando los creyentes son ignorados, ridiculizados o compadecidos, es allí donde urge la misión. 

El Papa León XIV invita a todos los cristianos a volver a la confesión fundamental de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». No es una fórmula abstracta, sino una profesión encarnada en la historia, en la carne y en el tiempo. 

En su discurso de inicio del pontificado, León XIV quiso recordar con humildad el sentido de su ministerio petrino. Citando al Obispo San Ignacio de Antioquía, afirmó: «Seré verdaderamente discípulo de Jesucristo cuando el mundo no vea mi cuerpo». Una expresión fuerte, que evoca la actitud de quien guía sirviendo, de quien ejerce la autoridad vaciándose de sí mismo para que Cristo sea todo en todos. 

Es también una advertencia para toda la jerarquía eclesial: ser pastores, no amos; instrumentos, no protagonistas. Un mensaje que parece aún más urgente en una época en la que la credibilidad de las instituciones, también las religiosas, se pone continuamente a prueba. 

En el centro de su visión, el Papa León XIV coloca a Cristo: no una idea abstracta o una figura carismática, sino el único Salvador, revelador del rostro del Padre. En Él, Dios se ha hecho cercano y accesible. Lo ha hecho en la mirada de un niño, en la palabra de un joven, en la ternura de un hombre y, finalmente, en el rostro transfigurado del Resucitado. Cristo es el modelo de una humanidad plena, santa, realizada. Y es hacia este rostro que la Iglesia, guiada por el nuevo Papa, invita al mundo a volver la mirada. 

«El don de Dios y el camino a recorrer para dejarse transformar por él»: así describe León XIV la misión de la Iglesia. Una tarea que trasciende los siglos, pero que hoy más que nunca requiere lucidez, valentía y compasión. En un mundo que corre el riesgo de perder el alma tras los códigos y las apariencias, la Iglesia está llamada a responder con el Evangelio. Con la Palabra que salva. Con la esperanza que no defrauda. 

El pontificado de León XIV acaba de comenzar, pero sus primeras palabras dejan entrever una dirección clara: construir, con la ayuda de la gracia, una Iglesia capaz de conjugar interioridad y justicia, verdad y misericordia, tecnología y humanidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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