miércoles, 11 de junio de 2025

¿Cómo hablar de la misericordia?

¿Cómo hablar de la misericordia? 

Podemos comenzar por la Bula del Papa Francisco: Misericordiae vultus, en el párrafo 2, encontramos tres definiciones claras. La misericordia:

 

1- es el acto último y supremo con el que Dios sale al encuentro de cada uno de nosotros;

 

2- es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros a su hermano;

 

3- es el camino que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser buscados, queridos, amados para siempre, a pesar de todo. 

De la misericordia se narra, se cuenta, más que reflexionar o debatir. Es el relato de historias, de hechos, de obras. 

De hecho, el Papa Francisco eligió como lema episcopal una frase de san Beda el Venerable, monje inglés (673-735), que comenta la escena de la llamada de Mateo con dos verbos: miserando atque eligendo. 

El Papa Francisco comentaba que el gerundio latino ‘miserando’ parece intraducible al español. A él le gustaba traducirlo con otro gerundio que no existe: misericordiando. Esto significa que la misericordia requiere el verbo, no el nombre. El sustantivo indica la cosa, el verbo indica la acción, el dinamismo, la experiencia, el acto. 

La misericordia es un capítulo del gran libro del amor. Amar es un verbo transitivo. Debe transitar. La misericordia debe perder su fijación teórica para convertirse en gesto, acción, proceso, dinamismo. 

Buscar en la Biblia las figuras y los verbos de la misericordia es un ejercicio beneficioso, que cada vez nos llena de sonrisas, por la belleza de las historias, y de sorpresas, por lo impensable de Dios que contienen. 

Y, sin embargo, hasta puede ser triste la noción de misericordia: una palabra que hemos empobrecido, reduciéndola a una dimensión moralista, al simple perdón de los pecados, cuando su significado es abrumador. 

Palabra ante todo plural, compuesta por dos palabras: misero y corazón. Palabra plural también en el hebreo bíblico: rahamim, plural de rehem, útero. Indica el origen de la vida, el vientre materno, la matriz del ser humano. 

Y por analogía, las entrañas de la madre se convierten en metáfora y sede del amor maternal, el amor visceral. 

Mísero y corazón son dos términos que llenan la Biblia. Que, de hecho, está escrita desde el punto de vista de los miserables, del Adán que peca, de la sangre de Abel, del Abraham migrante, del pueblo esclavo en Egipto bajo el dios Faraón, de los pecadores, de los hombres que caen en el pozo del miedo y de la muerte. 

La palabra 'corazón' es evocada por la ley que resume todas las demás leyes: amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. 

Pero en cada redacción de esta ley, tanto en el Primer como en el Segundo Testamento, lo primero es el corazón, que es la convergencia, el resumen de todas las demás facultades del ser humano. 

La situación de la que todo tiene su origen es el sufrimiento, como escribe Orígenes: Dios primero sufrió y luego se encarnó. La Encarnación, Jesús, es el llanto de Dios hecho carne. 

Al leer el Nuevo Testamento, sorprende que los términos ‘pobre’, ‘pobres’, aparezcan con más frecuencia que el término ‘pecadores’. En los Evangelios, el campo semántico de la ‘pobreza’, la ‘debilidad’, el ‘sufrimiento’ precede y es mucho más recurrente que el campo semántico del ‘pecado’. 

Los pobres llenan la Biblia, pero no por ejemplo nuestras liturgias. Llenan la historia, pero no el corazón. Me gusta retomar una cita extraordinaria del teólogo Jean Baptista Metz: la primera mirada de Jesús en el Evangelio nunca se posa en el pecado de una persona, sino en su pobreza y en su sufrimiento, para socorrerla. 

El Evangelio no es moralista. Somos nosotros quienes lo hemos moralizado. La misericordia no puede reducirse, arrugarse, deshidratarse al simple paradigma culpa/perdón. 

Jesús vivió una ternura combativa hacia los pobres. Si queremos celebrar la misericordia de Dios, en liturgias que sean verdaderamente humanas, debemos encontrar la manera de hacer entrar en las asambleas las llagas y el sufrimiento del hombre y del mundo. No consumo de lo sagrado, sino espacio para la humanidad real. No podemos cantar himnos en la iglesia y luego desinteresarnos de los escombros de la historia... Una liturgia así es estéril como el polvo. 

Misericordia es el nombre de Dios. Hay quien da otro nombre a Dios: Dios es un beso, porque con un beso sopló la vida en Adán, y con otro beso se la quitó a Moisés, y se la quitará a todas las criaturas. El lenguaje de la misericordia es la ternura: Dios perdona con una caricia, no con un decreto. 

La misericordia es un capítulo del vasto libro del amor, expresado en la Biblia hebrea en particular con dos palabras:

 

1.- khesed (sobre todo la bondad de un Dios fiable, roca que no falla, lo que Ana proclama en su cántico: «No hay roca como nuestro Dios» (1 Sam 2,2),

 

2.- y rahamim, que es el plural de rehem, útero de la madre, matriz y fuente de vida, el seno de la mujer que alimenta y hace crecer la vida, y que por extensión indica la sede del amor maternal. 

Es interesante señalar que la palabra hebrea es muy similar en árabe y aparece al comienzo de las 114 suras o capítulos que componen el Corán y que comienzan con esta profesión de fe: En el nombre de Dios misericordioso ‘rahman’ y compasivo ‘rahim’ ... 

Es el vientre de la mujer el que sugiere la verdad de Dios, lo hace con su poder generador y con su capacidad de acoger a los frágiles, a los indefensos, a los débiles. ¿Y quién más que el niño por nacer? 

Al adoptar el término ‘rahamim’, la Biblia narra la historia de un Señor cuya pasión es transmitir la vida; un Dios que engendra, que preside los nacimientos, cuyo fin supremo es ser dador de vida en la vida. «Dios solo hace esto todo el día: está en la cama de la parturienta y engendra» (Meister Eckart). 

Entonces, con un Dios así, sé que no soy una criatura que «muere lentamente» cada día, sino un hijo que nace continuamente. No tanto un ser mortal, sino más bien un ser natal. 

La misericordia implica asumir el carácter naciente del ser humano, criatura comprometida a completar su propio nacimiento. María Zambrano afirma: se nace una primera vez, en parte, y toda la vida es la alegría y el esfuerzo de nacer por completo. 

El vínculo etimológico con el seno materno demuestra que la misericordia en su origen no indica indulgencia hacia el pecador, sino que tiene que ver con la generatividad, con la energía materna que da a luz, alimenta, cuida, vuelve a dar a luz y devuelve al mundo, pero también lucha y defiende enérgicamente del peligro a costa de su propia vida. 

Concluyo con una hermosa cita de San Ambrosio: Donde hay misericordia, hay Dios. Donde hay rigor, tal vez hay ministros de Dios, pero Dios no está. Si practicas la misericordia, generas la presencia de Dios. Si eres rígido, Dios no está. 

En la fe cristiana se trata de acoger, no de dar. Es hacer la experiencia de Dios que viene al hombre. El misericordioso sin hogar busca un hogar y lo busca precisamente en mí. Se trata de ser misericordiosos con Dios, de acogerlo, de ofrecerle tiempo y corazón. Quizás entonces seremos más misericordiosos unos con otros. Acogerlo, amar sin condiciones, es lo único que nos convertirá en amantes sin condiciones. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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