Una elocuencia política banal y vulgar
¿Cómo es posible que representantes políticos que deberían representar el arte de la política, incluso en algunos casos las instituciones, utilicen determinado tipo de comunicación?
Hoy vivimos en tiempos de storytelling, palabra con la que se identifica la buena
comunicación del arte de narrar historias, transmitir mensajes, crear
conexiones emocionales, .., en los ámbitos más diversos: publicidad, campañas
sociales e incluso política.
Pero si storytelling es la palabra de moda, tal vez la palabra más
correcta, con un significado más explícito, es afabulación, entendida como
la tendencia del ser humano a crear fábulas, mitos y representaciones
fantásticas como antídoto contra el miedo, la muerte, …, y demás “enemigos”
reales o supuestos.
Y con ello, la pérdida de la dimensión crítica. Significa
que hemos renunciado a argumentar (¡qué aburrido es razonar, profundizar,
buscar la verdad!) y en la comunicación privilegiamos el relato, sin duda más
interesante, ligero y atractivo. Pero, sobre todo, el relato gusta a
quienes quieren comunicar porque toca las fibras emocionales, sensibles,
incluso las de a flor de piel y, por lo tanto, es más eficaz para convencer,
persuadir y motivar.
Entonces deberíamos preguntarnos: ¿de qué habla el
relato? ¿Dice la verdad? Quizás sí, en algunos casos y en cierto sentido. Pero
en general no. El problema es que pocos se lo preguntan, muy pocos se plantean
el problema de la verificación. Porque el relato, por su propia naturaleza, se
evalúa en función de su capacidad de involucrar, no en función de su veracidad.
La narración, además de excluir de la comunicación la dimensión de la crítica, también excluye la de la participación: es un flujo de uno a muchos, en el que el oyente, como mucho, expresa (al final, para no molestar) su opinión más o menos motivada, más o menos afín o no, que no influye en la historia (salvo como prueba de agrado o desagrado) y a la que probablemente nadie responderá, en cualquier caso no el narrador.
Así es como hoy en día nacen, se organizan y se
difunden las palabras de la política. El giro del razonamiento al relato se
expresa también a través de un cambio de lenguaje, que debe multiplicar la
eficacia del propio relato, facilitando la identificación de quien escucha, es
decir, el ciudadano. Por lo tanto, quien habla utiliza el mismo
lenguaje que quien escucha, o al menos un lenguaje inmediatamente des-codificable.
Y qué más da si es banal, incluso vulgar.
De este lenguaje forman parte fundamental los emologismos, es decir, palabras, frases, fórmulas que funcionan como emoticonos o emojis y, por lo tanto, se difunden como consignas listas para ser
utilizadas sin preguntarse por qué. Son expresiones de fácil efecto, que atraen
«me gusta» y compartidos en las redes sociales.
Estas son las herramientas que han facilitado y
montado todo esto como si fuera nata, aunque el proceso de banalización y
trivialización del lenguaje político ha comenzado mucho antes, incluso cuando los
medios informativos se han convertido en el principal instrumento de propaganda
política.
Es lo que algunos llaman la elocuencia banal y vulgar para
referirse a una elocuencia hecha de banalidades que se conecta con el vulgo, es
decir, con el pueblo. Pero en realidad no se trata de popularidad, sino de populismo: por eso el lenguaje
político es tan a menudo grosero.
Es también por esta vía que el odio se ha extendido de
manera aparentemente imparable en el discurso público, y también en el discurso
antipolítico. Un odio que ha acompañado el paso de la democracia (el poder del pueblo) a la demagogia (el poder de
los líderes populistas).
¿Existe un antídoto contra este veneno inherente hoy
en día a las palabras de la política?
Por lo menos, entiendo que seguramente habrá que
liberarse de la dictadura de los instrumentos de comunicación, empezando por
las redes sociales, y volver a centrarse en el mensaje, partiendo no de las
necesidades comunicativas de la red, ni de los dictados del marketing político
o de los resultados de la última encuesta, sino del análisis de la realidad. Dicho
con otros palabras, primero el mensaje
(con su verdad y veracidad), y luego el lenguaje.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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